En 1983 nos mudamos a López Camelo, General Pacheco. Yo tenía ocho años, en casa se compraba bastante seguido la revista Humor. Pasaba horas viendo los maravillosos dibujos de Tabaré, Fortín, Cascioli, Grondona White, Nine, grandes maestros todos, particularmente el trabajo de Tabaré por el que tengo un cariño muy grande. Leía los chistes y algunos textos pero creo que no entendía mucho; los dibujos eran todo para mí.
También tenía una pila de historietas de superhéroes de la editorial Novaro con las que me pasaba algo parecido. De los sesenta y setenta, hermosamente editadas, en un papel mate, ya amarillento, pintadas con pocos colores planos. Había un primer número de los X-Men y una de Kamandi del inmenso Jack Kirby. Eran de mis hermanxs, muchísimas, discontinuadas hasta la locura. Aunque las leyera no llegaba a darme una idea completa de las historias. Pero eso no era un problema.
La historieta permite su lectura en varias capas, mirar los dibujos sin prestarle atención a lo que dicen los diálogos incorpora un layer de información vital suficiente.
Si uno simplemente va pasando las páginas, la observación de esas formas que son los personajes y todo el quilombo de líneas y plenos, más el ritmo que dan los cuadros y sus calles, arman un lenguaje por sí mismo riquísimo de donde extraer lectura y pasarla lo más bien. Incluso de atrás para adelante funciona.
Barreiro decía que la historieta se diferencia del cine en que las imágenes se componen con la banda sonora dentro del plano. El texto, visto así, puede percibirse como una trama, un gris que flota sobre las cabezas, en globos o comprimido en toscos cartuchos que siempre joden y, claramente a la vez, encierran una parte importante del resultado final. Es un punto de anclaje del oficio gráfico: los dibujos entran como por un tubo en la cabeza mientras que las letras, con su hondo significado abstracto, rompen un poco las bolas.
Las historietas mudas, si están logradas, son lo más fluido del gremio. Son una excepción porque no hay mucho pero quizás sean la forma natural de la narración gráfica.
En algún momento apareció una Humor donde estaba la segunda entrega de la historieta de Bilal. Durante un buen tiempo fue lo único que tuve para leer de La feria de los inmortales. A veces creo que, si no hubiera leído nunca la totalidad de la historia, esas siete páginas hubieran alcanzado: Alcide Nikopol, mutilado de la rodilla derecha para abajo, está tirado en el suelo de una estación de subte abandonada en París. Vestido como astronauta, sin la escafandra, se agarra el muslo herido que se descongela y le duele. A su lado el dios egipcio Horus. Desnudo, con marcas en el cuerpo como un muñeco. Tiene cabeza de halcón, de los ojos dispara rayos rojos que cortan un pedazo de riel y otros azules con los que moldea y empalma al muñón de Nikopol, una pierna de metal imposible de manejar para un humano. Por las vías pasa una procesión de personajes oscuros con capuchas rojas, hay un pez gigante, una locomotora detenida en la mugre terminal. Alguien parapetado en un hueco del concreto abre la boca estertóreamente, no sabemos qué dice. Horus se desmaterializa para entrar al cuerpo de Nikopol, lo ayuda a caminar pero también lo maneja como a un títere. Al final del episodio suben a la calle. Habían pasado dos guerras nucleares, era el año 2023 y había un gobierno fascista, París había cambiado demasiado.
La resonancia con el contexto histórico de ese momento, tal como yo lo percibía, era contundente: la dictadura terminaba pero quedaba funcionando la maquinaria financiera y sus tentacularidades sociales. La película Los unos y los otros refrescaba la ocupación nazi en Francia. También la guerra nuclear era algo que podía pasar en cualquier momento y no habría ahí ningún dios egipcio que nos recauchute las heridas.
El contraste con lo que publicaban siempre en Humor, para mí, era muy grande.
Transmite mucho clima. La materialidad representada es muy potente. Una paleta de colores que yo no había visto nunca en una historieta: opresiva y fría pero vibrante. Realista, las poses duras de los personajes con algún que otro contrapposto y los gestos muy marcados pero siempre adustos, por momentos lleva a las figuras a un tono épico clásico. Hay cuadros apaisados donde los personajes pasan en un plano entero, medio justos de arriba y abajo, un poco me hacen pensar en Botticelli, esas clavículas, las miradas, las manos.
Bilal entre otras cosas es un gran dibujante de papadas. Pliegues de ropas imposibles, harapientas. Y todo usado, húmedo, sucio. No hay lugar para chistes, el padecimiento en la cara de Nikopol es total; el desamparo de ese mundo, definitivo.
Fue mi primer contacto con la historieta seria, adulta. Después llegaron Fierro, Columba, Asterix, Alberto Breccia, Crumb.
Con el tiempo conseguimos el resto de los números de Humor donde estaba La feria de los inmortales, aunque faltaba un capítulo. Con el ciclo casi completo, resalta un elemento que gana terreno y le da dimensión: Bilal incorpora al relato cuatro poemas de Las flores del mal de Baudelaire. La historieta termina con “Las letanías de Satán”.
Lo teníamos encuadernado precariamente y un día desapareció. Diez años después conseguí una edición completa. Se la presté a un amigo del momento y la perdí otra vez. Hace unas semanas volví a leerla, casi treinta años después. Sigue funcionando lo más bien. Los contextos todavía siguen resonando.
En una entrevista a Enki Bilal, reproducida por Martín Pérez, hablando de La feria de los inmortales dice más o menos que no la pensaba como una historieta de ciencia ficción, sino como una hipérbole a futuro sobre lo que le sucedía a él en ese momento.
Yo la leo como la transcripción de un sueño largo, febril; de los que cuando despertás te das cuenta de que tenés que hacer algo con eso.
Frank Vega nació en Buenos Aires en 1974, y dibuja desde muy chico. En 1992 estudió un año con Alberto Breccia, y participó de la edición de la revista El Tripero. Con Carlos y Enrique Villagrán estudió dos años. Publicó dos libros de historieta y dibujos, Mortadelas salvajes (2015) y Primavera en Saturno (2016), con la editorial Tren en Movimiento. También participó de varias publicaciones y muestras dentro y fuera del país. Trabaja como dibujante de storyboards para publicidad.