Lo que inicialmente se suponía que era una celebración generacional o la consumación de una deuda, se terminó por convertir en una inesperada apología del rock. Mientras hay quienes tiraron la toalla frente al poco espíritu contracultural que propone esta época, Supergrass presentó en la sala C Art Media una declaración de principios. Y lo hizo con tanta capacidad y vehemencia que en ningún momento se corrieron de su identidad, su dirección ni su propósito. Lo primero que quedó en evidencia, al menos performáticamente, es que estos cincuentones ingleses se llevan por delante al cualquier grupo parido en esta época. Es más: el cuarteto dejó expuesta la tibieza de una progenie que habla de revolución desde el anonimato, sin calle para curtirse ni cuerpo que choque.
Ahora cuando la gentrificación cultural llevó todo a una distorsión sin precedentes, en la que se insiste en romantizar no al pasado sino a una interpretación de éste (rozando por momentos el mal gusto), los de Oxford salieron a recrear su primer álbum, I Should Coco, a razón de los 30 años de su publicación, cumplidos el pasado 15 de mayo. Si bien es cierto que ese disco se coló entre las obras cumbres de la movida britpop que sacudió al mundo en los años 90, a la par de cualquiera de los trabajos excelsos de Blur, Oasis, Pulp o Suede, seguramente cuatro o cinco locos realmente confiaron en que tres décadas más tarde este repertorio sonaría todavía mejor con respecto al momento en que apareció. Esto no se trata de un arrebato sensiblero, ni nada que se le parezca: fue lo que pasó a lo largo del recital.
Al parecer, la única manera de que Supergrass pudiera finalmente estrenarse en Buenos Aires era con este festejo, vocablo que ilustra a cabalidad lo que sucedió esa noche, más allá de la consigna con la que arribaron. De hecho, luego de la pandemia se hicieron varias ofertas desde el Reino Unido para que el mandamás de la banda, el cantante y guitarrista Gazz Coombes, actuara en la ciudad de la mano de su carrera solista, a manera de relevamiento del terreno. Pero a nadie le interesó. Así que valió la pena la espera, que ha sido demasiado larga. Lo suficiente como para ver lo que significa el maltrato hacia la gloria, de lo que pudo dar constancia Blur en su última visita a la capital argentina, hace dos años, con un show que bordeó lo patético. Y aún queda por ver lo que harán los hermanos Gallagher en noviembre.
Turf amenizó la antesala de este desembarco, en un gesto que, tal como sentenció Joaquín Levinton, cantante del grupo, “cerró un círculo”. La cita se produjo previo a “Yo no me quiero casar, ¿y usted?”, en la que mecharon un trocito de “Alright”, mega hit de Supergrass, partícipe de I Should Coco. No obstante, donde se puede notar el peso los británicos en sus pares argentinos es en “Casanova”, que fue de la partida y cuya melodía evoca a “She’s So Loose” (también tiene coincidencias con “Yo nunca tengo razón”, de los igualmente locales Fantasmagoria). A contramano de su reciente paso por el Teatro Gran Rex, todo un shot de actualidad, el quinteto esta vez llevó adelante un planteamiento brillante, casi quirúrgico, direccionado a fans de primera generación. Incluso al invitar a Carlos Gramuglia, de la banda DDT, para hacer “Dandy Rock Club”.
Al salir a escena, lo único brit que lucieron los ingleses fue la tapa del disco en cuestión (proyectada en la pantalla que se encontraba en el fondo del tablado), al igual que la boina de Coombes: al mejor estilo de John Lennon en tiempos de Help! Y entonces arrancaron con “I’d Like to Know”, canción que abre el track list del álbum debut, con una urgencia igual o aún mayor. Al punto de que su remate fue contenido por los acordes de “See Me, Feel Me”, tema icónico de The Who, como recordatorio de las fuentes de las que bebía Supergrass para articular semejante fervor. Luego de que el frontman saludara al público, en una de las escasas alocuciones que encaró, salieron a patear el tablero con la virulenta “Caught by the Fuzz”, a la que secundó otra del mismo palo: “Mansize Rooster”.
Tras esos latigazos punk, asestados por la mimetización entre The Jam, The Kinks y T. Rex, el himno “Alright” remojó en alegría el inicio. “Somos jóvenes, corremos verdes, mantenemos nuestros dientes limpios y bonitos”, versa aún ese éxito, que lo único que sostenía durante su ejecución, guiada por esas teclas radiantes a cargo de Rob Coombes (hermano de Gaz), era el recuerdo a desprejuicio que emanaba a mediados de los 90. Realidad que colisionó con la introducción de “Lose It”, o más bien de esta encarnación del tema. Y es que la rockeaban con una visceralidad que flirteaba con la amargura, sentimiento que se sumergió en el caos al invocar “Lenny”. Pese al vaivén emocional que iba y venía, Coombes, gestualidad mediante, no podía disimular su sorpresa por lo que estaba pasando.
Algo similar acontecía con el baterista Daniel Goffey, quien en el medio de su desconcierto golpeaba los tambores con un salvajismo hermoso, lo que pudo certificar en “Strange Ones” y la que le sigue: “Sitting Up Straight”. En tanto el bajista Mick Quinn hacía las veces de termostato de la crudeza para que la cosa no entrara en cortocircuito. Cuando Supergrass había desatado toda su intensidad, demostrando además el estado de gracia musical en el que los encuentra este 30 aniversario de I Should Coco, desenvainaron la sublime “She’s So Loose”. Sin restarle energía, todo lo contrario. Ese solo de guitarra que la recorre era lo más parecido a una súbita tensión muscular, por lo que el folk caricaturesco “We’re Not Supposed To” vino muy bien para comenzar a descontracturar tamaña carga.
La blusera “Time” tomó dimensión de suite, internándose en lo más profundo del lodazal. No tuvieron problema en virar desde ahí hasta la psicodelia, por cortesía de “Sofa (of My Lethargy)”, para a continuación clamar por Syd Barret en la melancólica “Time To Go”. Una vez que revisitaron esos 13 clásicos con sabor a novedad, la banda dejó el resto con un compendio de su historia posterior. La rockearon de vuelta con “Richard III”, para luego retornar al folk gracias a “Late in the Day”, ambas del disco In It for the Money (1997). Rescataron el blues “St. Petersburg”, incluido en Road to Rouen (el quinto de sus seis álbumes), y se despidieron con “Grace”. Para el bis, se guardaron un par de odas a los viejos Stones: “Sun Hits the Sky” y Pumping on Your Stereo”, completando un show que ya rankea como “la sorpresa del año”.