En 2019, Bruce Wagner estaba buscando una nueva editorial. Su contrato con Penguin había terminado y tenía lista una novela, El universo maravilloso: historias de origen (en inglés The Marvel Universe, un guiño irónico a las películas de super héroes). Su visión feroz y maximalista estaba intacta, haciendo uso de sus tantísimas referencias culturales, literarias, cinéfilas, filosóficas y del mundo web. Esta vez, sin embargo, en su tapiz dickensiano hubo un personaje que resultó excesivo. El editor interesado levantó una ceja cuando se topó con el personaje de una chica millonaria y obesa que online se hace llamar FatJoan, es decir, La Gorda Joan. “El editor conocía mi trabajo”, cuenta Wagner. “Le gustaba, y tenía ganas de publicarme. Cuando le entregué El universo maravilloso, no supe de él por meses. Cuando por fin hablamos, estaba nervioso y me dijo que no podía publicar el libro ‘en su forma actual’. No tuvo el coraje de decirme que la novela había sido estudiada por analistas de género, raza y positividad corporal, que en el mundo editorial se llaman sensitivity readers. Sobre Fat Joan me dijo que ni siquiera un personaje de ficción podía llamarse a sí misma de esa forma. También que de las 500 páginas, solo 40 le parecían publicables. Ojalá algún día me deje ver las galeras”. Entonces, Bruce Wagner decidió entregar la novela a dominio público: colgó el PDF en su página de autor para que cualquier lector pudiese leerla de forma libre y gratuita. Es esa novela, rabelesiana, maximalista, divertida y trágica, la que acaba de traducir Walden Editora para Argentina.

Bruce Wagner no es un joven picante ni un recién llegado con ganas de agitar. Tiene 71 años y publica desde 1991, pero además es guionista: escribió en 1993 la miniserie Wild Palms, producida por Oliver Stone,y y películas tan diversas como Pesadilla en Elm Street 3 (la mejor de las secuelas, en 1987), o la extraordinaria y poco vista Maps To The Stars de David Cronenberg, en 2014. En su primera novela, Force Majeure, presenta a su alter ego, Bud Wiggins, personaje moldeado en la sombra del Pat Hobby de F. S. Fitzgerald, que recorre casi todas sus novelas, incluso El universo maravilloso. Wiggins tiene mucho de la “biografía emocional” de Wagner, como la crianza en un hogar de Los Angeles cercano a la fauna de ricos y famosos. También comparten un padre abusivo, productor de televisión, el abandono de la secundaria Beverly Hills High e incluso el confinamiento en una institución por desorden de personalidad. Pero no todo es Bud, que tiene algo de Portnoy (referencia que reconoce porque “soy un judío americano de segunda generación con raíces en Bielorrusia y Minsk, mi abuelo se cambió el apellido de Wigginitz a Wagner”). Sus temas, el abuso a los chicos, la corrupción, la enfermedad, el exceso delirante, la perversión, la desesperación por sobrevivir en Hollywood, aparecen en diversas formas: en un homenaje a Dickens como I’ll Let You Go, escrita en anacrónico estilo victoriano, o en A Guide for Murdered Children, noir de terror ultraviolento con elementos sobrenaturales. En 2012 publicó Dead Stars, su novela más radical y oscura -quizá la más importante- donde, como dice el crítico John Pistelli, “canaliza todas las voces, de la más alta a la más baja, de la cultura cada vez más delirante de los Estados Unidos”. Dead Stars tuvo una reseña famosa en The New York Times firmada por Michiko Kakutani. Escribió: “es vomitiva, enferma, ráncida, repugnante, repelente, escuálida, odiosa, fétida, desagradable”. Música para los oídos de Wagner, que dijo, “mis amigos dicen que la lleve como una medalla, y lo hago”. Con texto online caótico, segmentos obscenos, estilo coloquial y fragmentado, Dead Stars presenta a una chica de trece años que tuvo una doble mastectomía y protege con gran celo ser la sobreviviente más joven de cáncer de mama, un paparazzo de vaginas famosas y el propio Michael Douglas recuperándose de un tumor en la garganta. En El universo maravilloso también hay personas reales como Patricia Arquette, y Wagner asegura que jamás tuvo problemas con ninguna celebridad. “La actriz con esclerosis múltiple en El universo maravilloso está inspirada en Selma Blair, y le copié el tono de sus tweets y posts de Instagram cuando daba partes sobre su diagnóstico y tratamiento. Conozco a Selma: es una chica valiente y dulce. Nunca tuve una sola queja. Creo que no hay juicios porque, si sos inteligente, te das cuenta de que mis retratos no son difamatorios. Y no es por algo legal, no tengo interés en atacar a gente conocida. Odio la idea de usar seudónimos, y creo que es al contrario: a los famosos les gusta aparecer en mis libros”.

Es cierto: el humor de Wagner es cáustico, pero también destila compasión y compañerismo por sus criaturas.

En los últimos años, todo el catálogo de Wagner acaba de ser relanzado por el sello Arcade en hermosas ediciones, un diseño atractivo y tratamiento de clásico contemporáneo. El crítico John Pistelli escribió en The Metropolitan Review sobre el relanzamiento: “Su cometido es pintar todo nuestro zeitgeist contemporáneo, incluidas las zonas prohibidas, algo que intentaron de otra manera Mailer o DeLill. No solo une lo sagrado y lo profano, a los millonarios con los indigentes, sino tonos literarios dispares que otros escritores mantendrían separados”.

Tu conocimiento de la cultura pop, las jergas y el disparate online es asombroso. ¿Cuán inmerso estás en ese mundo?

-Poco. La inmersión es por cada libro y según la necesidad. No uso redes sociales. Las únicas noticias que leo son el Daily Mail. Por lo tanto, los sitios web y lugares de interés que frecuento fluctúan. Lo que suelo tener es enamoramientos en miniatura con celebridades, obsesiones intensas, que van y vienen. Hoy son el actor Dave Bautista, un ex luchador, y adoro a Anna Kendrick.

En este momento no estás trabajando como guionista, estás solo dedicado a la literatura. ¿Siempre supiste que sería así?

-Creo que sí. Como a David Cronenberg, me influenciaron más los libros que las películas. Eran mi obsesión. De joven robé miles de dólares en libros: me los metía en el pantalón, nunca me agarraron. Estaba poseído. Fui conductor de ambulancia cuando tenía 19 años, y después chofer en el Hotel Beverly Hills, como el personaje que escribí para Cronenberg. La verdad es que los que iban en la ambulancia y en el asiento de atrás de la limusina tenían mucho en común. Mis primeros intentos de escribir eran voces, diálogos, como pequeñas historias orales, sobre lo que escuchaba y veía. Todo eso cambió cuando encontré Betrachtung, los poemas en prosa de Kafka: me enloquecieron tanto que tuve el coraje de escribir cuentos. Reuní algunos en mi primera novela, y empezó el camino. Y ayudó la ciudad: para mí, Los Angeles no es un personaje, como para Joan Didion o Chandler, sino que es mi habitat. Yo crecí en Beverly Hills. Me siento parte, no un observador.

En ese sentido, hay una sensibilidad compartida con Bret Easton Ellis.

-Es un amigo y uno de los pocos escritores que tiene una formación parecido a la mía, muy sui generis. Me gusta mucho su trabajo: no tiene miedo, y eso es lo más importante para mí. Mujeres de Bukowski también es excepcional. Pero Los Angeles siempre encuentra la manera de cagarse en quien quiera mitologizarla: se resiste. A veces los artistas plásticos lo logran mejor. Alguien como Ed Ruscha, por ejemplo, un pintor cuyo trabajo es novelístico, que entiende el lenguaje de la ciudad.

¿Te sentís cerca de Henry Miller? También tienen sensibilidades parecidas, en lo obsceno, en lo pantagruélico.

-Es una influencia seminal. Había una boutique por la que pasaba cuando iba a la escuela. Un día vi un retrato a tinta de Miller en la ventana. Entré y conocí a la dueña. Era japonesa y dijo que era la esposa de Henry Miller. En ese momento él tenía unos 80, y vivía en el Palisades. Lo conocí en West Hollywood unos años después, cuando asistió al estreno de una película sobre su vida. Le di la mano pero no me salieron las palabras. Estaba completamente paralizado. Lloré. Hasta que leí a Miller, yo estaba mucho más en el campo de Truman Capote, y también estaba inmerso en el formalismo gángster de Genet y Beckett. Miller me mostró algo que no creía posible, una libertad diferente y muy cercana. Otro escritor que conocí en Los Angeles cuando era adolescente fue Hubert Selby Jr. Tengo influencias tremendas de un libro que escribió, llamado The Room. Me obsesionaba. Un amigo y yo lo encontramos en la guía telefónica y le fuimos a tocar la puerta. Nos dejó pasar: fue muy cordial.

No puedo imaginar que, hoy, una novela como Dead Stars sea publicada por un sello como Penguin, y pasaron pocos años desde 2012. Hablar de cancelación resulta remanido, pero ¿cuál te parece la gran diferencia?

-El mundo era diferente en 2012: el péndulo siempre va de un lado a otro, y a cada época le toca un vaivén. Los libros siempre se prohibieron y siempre se prohibirán, pero antes eran puntuales, ahora es a granel. Muchos libros prohibidos fueron judicializados en los 60 y las prohibiciones fueron levantadas. La diferencia crucial es que hoy los editores no tienen espalda ni estética. Son una herramienta más de represión cultural, porque contribuyen a restringir la palabra.

El año pasado dijiste que te retirabas, pero ahora tus novelas están más visibles que nunca y tenés una nueva ola de lectores. ¿Fue en serio?

-Lo sé, dije eso y ahora sale un nuevo libro, Amputation. Es corto, lo escribí en un arranque de furia ciega, en cinco semanas. En ese momento creía en el retiro, pero en fin, me hago cargo de volver sobre mis pasos. Sucede que hoy los libros me salen con alta presión, y el acto de escribirlos es casi destructivo. Siento que tengo poco que ver con ellos. Suena pretencioso, obviamente, me da pudor decirlo, pero es así. Tienen cierto perfume, cierta esencia, que es mi marca. Son como trajes, si uno los agarra del piso, es posible que todavía tengan mi olor.