¿Por qué Diego Rivera decidió tapar “La mujer del pozo” (1913) después de firmarla y fecharla? Esa pintura, oculta en el reverso de su imponente “Paisaje zapatista” (1915), se descubrió cuando la obra se incorporó al patrimonio del Museo Nacional de Arte de México / INBA (MUNAL) y se realizaron las pruebas de rutina en el lienzo. Sigue siendo una incógnita. Bajo la capa violeta, la imagen apastelada permaneció intacta, pero la que pasó a la historia –y la que Rivera hubiera deseado que veamos– es su “Paisaje zapatista” con singular sello cubista.  

Aquí, el joven Rivera pinta la revolución mexicana desde París. El suyo es un cubismo muy personal, ortodoxo en los diferentes puntos de vista sobre el mismo objeto o personaje, pero revolucionario en la paleta de color vibrante y en la inclusión de elementos típicos, locales, como el fusil del guerrillero y el paisaje montañoso. 

Con 170 obras de más de 60 artistas, México moderno. Vanguardia y revolución, en el Malba, es un fabuloso recorrido por las propuestas estéticas modernistas en México, en la primera mitad del siglo XX. Organizada en colaboración con el Museo Nacional de Arte de México / INBA (MUNAL), la colección pública de arte más importante del país, la exhibición se articula en cuatro núcleos temáticos: modernidad cosmopolita, revolución social, cultura popular y experiencias surrealistas. Con curaduría de Victoria Giraudo (jefa de curaduría del Malba); Ariadna Patiño Guadarrama y Sharon Jazzan Dayan (sub directora de curaduría y coordinadora curatorial del MUNAL, respectivamente), se incluyen obras de los maestros del muralismo, los estridentistas, los contemporáneos, las primeras mujeres que integraron estos movimientos con sello bien propio, y los diferentes surrealismos que surgieron en México. 

Hay piezas nunca antes exhibidas en nuestro país de Gerardo Murillo “Dr. Atl”, Miguel Covarrubias, Saturnino Herrán, María Izquierdo, Frida Kahlo, Agustín Lazo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Antonio Ruiz “El Corcito”, David Alfaro Siqueiros, Remedios Varo y Ángel Zárraga, entre muchos otros. De Frida Kahlo se exhibe “Fulang-Chang y yo” (1937), uno de los más famosos autorretratos de la artista, propiedad del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que sale por primera vez de la institución para ser exhibido en otro sitio. Una joyita. 

Los principales exponentes del México surrealista -en su mayoría mujeres- están presentes con piezas de María Izquierdo, Remedios Varo, Leonora Carrington, Rosa Rolanda, Kati Horna, Olga Costa y Nahui Olin, entre otras artistas. Se exhibe “Baile de Tehuantepec” (1928) de Diego Rivera, un lienzo con sello muralista. “Vendedoras de alcatraces” (1943), una de las telas más fabulosas de Rivera, también integra la muestra.

David Alfaro Siqueiros, Entrega de juguetes, 1961

En “Paisaje zapatista”, el temprano Rivera cubista imaginaba y pintaba la revolución desde el Viejo Mundo, casi en paralelo con Francisco Goitia, que pintó desde México su estremecedor “Paisaje de zapatecas con ahorcados II” (ca. 1914). Esa crudeza descarnada la tomará José Clemente Orozco para obras atroces como “Cabeza flechada” (1947), que integra la serie de Los Teules (significa “dioses” y es la palabra que los indígenas usaron para referirse a los conquistadores españoles).  

A partir de la forma de pintar de los españoles, Saturnino Herrán desarrolla un costumbrismo local con impronta propia que se aparta de la estética que hasta ese momento se seguía al pie de la letra. De ese modo, plasma rasgos y fisonomía de los habitantes de México. En “Nuestros dioses antiguos” (1916), los indígenas aparecen posando artificiosamente: una imagen paródica que condensa la mirada eurocentrista, banal, hacia las comunidades autóctonas de México. 

A partir de retratos de época, la exposición ofrece un panorama de los vínculos entre artistas e intelectuales de la modernidad. En esa modernidad cosmopolita, se pone el foco en personajes citadinos. En varias obras, se distingue una imagen fragmentada, cortada en planos irreales, muy ligada a la estética cinematográfica, que tendrá también influencia en la obra de Siqueiros, con escorzos inolvidables: en “Autorretrato (el corolenazo)” (1945), la figura emerge del lienzo. Siqueiros tomaba fotos, las combinaba y amplificaba sectores: sus pinturas son atrayentes y didácticas, rasgos centrales del arte mural. 

De Antonio Ruiz “El Corcito”, crítico y agudo en las descripciones de época, se exhibe un retrato de un grupo de artistas, escritores y mecenas, todos afectados y snobs. Ácido, “El Corcito” titula la obra “Los Paranoicos” (1941).  En una serie de retratos de distintos autores la belleza femenina se desliga del canon europeo: la mujer se representa con rasgos aindiados. 

Hay además una serie de fotos de Tina Modotti, que representa la modernidad en México. Entre 1923 y 1930, antes de dejar la cámara por la revolución, Tina Modotti, una de las fotógrafas más destacadas del siglo XX, desató una prolífica producción: sus imágenes conjugan la cultura revolucionaria mexicana y la estética fotográfica vanguardista. 

Diego Rivera la retrató en sus murales; fue amiga de Frida Kahlo, Siqueiros, Neruda, Rafael Alberti y Miguel Hernández. Su biografía es intensa y vertiginosa: fotógrafa, miembro del Partido Comunista, revolucionaria, responsable del Socorro Rojo Internacional, empleada en una fábrica textil, modelo, actriz de Hollywood y de teatro. Dejó todo para dedicarse a la causa revolucionaria. Pero cuando Julio Antonio Mella, cofundador del Partido Comunista en Cuba y su gran amor, fue asesinado frente a ella en 1929, todo empezó a desbarrancarse. El jefe de policía junto con la derecha mexicana la acusaron falsamente de asesinarlo. “Si me permites emplear la palabra derrota, en este caso te diré que la derrotada me siento yo por no tener más nada que ofrecer y por no tener más fuerzas para la ternura”, le escribió a uno de sus amigos. 

Hay un inolvidable lienzo de Carmen Mondragón  o Nahui Olin, donde la artista y poeta se retrata con su amor en un abrazo infinito. Nahui Olin, que ya en los años veinte posó desnuda en un contexto bien conservador, fue bautizada con este apodo por su amante “Dr. Atl”, artista mexicano que se especializó en paisajes con volcanes que pueden verse en la exposición y que terminó asociado al nazismo.   

“El surrealismo está fuertemente vinculado a la modernidad mexicana. En la muestra incluimos exvotos de principios de siglo XX, pero también podríamos haber sumado objetos del Museo de Antropología de México porque el surrealismo estaba muy imbuido en el México de la precolonización española. Cuando André Breton visitó México en 1938, les abrió los ojos al surrealismo, pero los mexicanos ya vivían de un modo surrealista con los cultos a la muerte. Cuando Bretón le dijo a Frida: ‘Tu pintura es surrealista’, ella le contestó: ‘No, yo pinto mi propia realidad’”, señala Giraudo.

Diego Rivera, Paisaje Zapatista, 1915

En México el surrealismo nucleó a artistas europeos que trabajaban en el país con artistas mexicanos. “Fulang-Chang y yo” –integrado por un autorretrato y a su lado un espejo– es una obra que Frida completó tras conocer a Breton: le agregó al lado de su retrato un espejo con hermoso marco para que la dueña de la obra -coleccionista y amiga suya- al mirarse en el espejo se viera reflejada junto a Frida. Frida se adelantó a su tiempo: creó una obra que sólo se completa con la presencia del espectador. 

Antes de cumplir los treinta años, Leonora Carrington, exquisita artista y escritora surrealista, se definió como “un viejo topo que nada bajo los cementerios”. Y los surcó: cinco años antes, en 1940, había cruzado los Pirineos para buscar un salvoconducto para su amor, Max Ernst, a quien había conocido en Londres y con quien vivió en Francia. El pintor alemán de vanguardia había sido confinado en un campo de concentración en Francia. Para ayudarlo, Carrington viajó en coche a España, vía Andorra, hacia Madrid. Terminó en un psiquiátrico infernal en Santander, con anuencia de su padre, un multimillonario de la industria textil inglesa. Ese calvario con inyecciones de cardiozol, desnuda, atada de pies y manos, Carrington lo contó en Memorias de abajo. 

Cuando sus padres quisieron internarla en otra institución psiquiátrica fuera de Europa, desde Lisboa Carrington logró huir. Se refugió en la Embajada de México, donde pidió ayuda al diplomático y escritor mexicano Renato Leduc. Para escapar, se casaron y viajaron a México. El matrimonio duró un par de años. Ella jamás volvió a tener contacto con sus padres.

“Mujer indomable, un espíritu rebelde, una leyenda” dijo de ella la escritora Elena Poniatowska, quien la entrevistó durante años y escribió Leonora, una biografía novelada. Para Luis Buñuel, esa mujer, la magnífica artista surrealista que logró emerger de los cementerios hasta rehacerse en México, fue “la que nos libera de la miserable realidad de nuestros días”.

Leonora Carrington, Night Nursery Everything, 1947