Apenas pasado el mediodía, el 13 de julio de 1936, se abren las puertas en la casa de subastas Sotheby's, en Londres. Uno de los lotes más apreciados es un cofre de metal lleno de documentos privados, manuscritos y libros del laboratorio de Isaac Newton. El lote había realizado un largo periplo. Propiedad de la Universidad de Cambridge desde 1872, fue objeto de largos años de estudio e investigación. La búsqueda se orientaba a obtener información sobre sus teorías del movimiento, el color, la gravedad, la luz, etc. Más allá del pormenorizado estudio, no encontraron documentación relevante.
El material le fue devuelto, casi en su totalidad, a su anterior propietario, el conde de Portsmouth. El cofre fue olvidado, casi como un objeto en desuso. Sobrevivió a un incendio y, hacia principios del siglo XX, los descendientes del conde, quizás desconociéndole su valor y necesitados de metálico, lo cedieron a Sotheby's.
La subasta empieza. Tras largas negociaciones, la obra fue subastada en su totalidad, entre alrededor de treinta compradores.
Uno de los más voraces fue John Maynard Keynes. Aunque enojado por haberse enterado tarde de la subasta, con astucia logró posteriormente adquirir casi la mitad del tesoro de Newton. Había un tema que obsesionaba a Keynes: el particular interés de Newton sobre la alquimia. Cruzaba gran parte de los manuscritos.
Para Bill Newton, profesor de historia y filosofía de la Universidad de Indiana, autor del libro “Newton, el alquimista”, hay dos cuestiones a tener en cuenta en el interés de Newton por esa disciplina. En primer lugar, entender que, en el siglo XVII, de alguna forma, la alquimia era sinónimo de química, y “La química ofrecía un gran potencial a la gente de esa época, ya que aún no habían descifrado la distinción entre reacciones nucleares y químicas. Por lo tanto, la alquimia se presentó como una disciplina capaz de producir cambios fundamentales en la materia”.
En segundo lugar, alcanzar el más profundo conocimiento sobre la propia naturaleza de las cosas era una “obligación”. Pero también sabemos que Newton estaba en el estudio de la llamada “Piedra Filosofal”. Bill Newton la define: “Significaba esencialmente dos cosas. Por un lado, era un agente que se creía capaz de transmutar metales básicos en oro. Incluso existen descripciones de él, se creía que era un material rojo rubí que se fundía con el calor. Al añadirlo a un metal fundido, éste se transmutaba instantáneamente en oro o, en algunos casos, en plata”.
¿Sabía Keynes que Newton estaba en la búsqueda de la piedra filosofal? La verdad, no lo sabemos. Otro misterio llevado a la tumba. Un coleccionista privado, hace poco tiempo, presentó un documento manuscrito por Newton donde señala experimentos llevados a cabo para obtener “mercurio filosofal”, que se consideraba un ingrediente inicial para conseguir la sustancia que podría convertir cualquier metal en oro.
Algunos dirán qué bien nos vendría en Argentina esa sustancia mágica. El primer trimestre de 2025, según informa el INDEC (Cuentas Internacionales Balanza de Pagos, Posición de Inversión Internacional y Deuda Externa), arrojó un déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos que asciende a 5.191 millones de dólares, centralmente explicado por saldos negativos en la balanza de servicios de 4.502 millones de dólares. Según Carlos Amiral, el déficit de todo el 2025 alcanzaría los 17.000 millones de dólares. El superávit comercial (exportaciones menos importaciones) tiende a decaer, impidiendo el ingreso de dólares genuinos. Las exportaciones de agosto 2025 implicaron una reducción de 473.000.000 de dólares respecto a agosto de 2024 y las importaciones por lo contrario aumentaron un 32,4 por ciento respecto a agosto de 2024. Cristian Carrillo califica a la tasa de interés como “estrambótica”, diciéndonos que “el tesoro enfrentara a fin de diciembre vencimientos de títulos por 99 billones de pesos”.
El último informe de la Cepal advierte de una fuerte caída en la Argentina de la IED (Inversión Extranjera Directa), siendo la de 2024 inferior a la de 2023. “Viejo Gómez, vos que estás de manguero doctorao y que un mango descubrís, aunque lo hayan enterrado, definime, si podés, esta contra que se ha dao, que por más que me arremango no descubro un mango ni por equivocación, que por más que la pateo un peso no veo en circulación”. Pareciera que este fragmento del tango “Dónde hay un mango”, compuesto por Francisco Canaro, es un fiel reflejo de nuestra situación económica.
Con este bagaje de noticias poco agradables, hay reunión en la Rosada. Las opciones se van acortando, como reloj de arena: granito a granito las opciones van cayendo. Ya se accedió al FMI, prestamista de última instancia, antes se “consumió” el blanqueo… ¿y ahora qué hacer? se preguntan varios asesores y ministros. Nadie quiere emitir opinión en voz alta. Apenas cuchicheos inaudibles. El temor a ser eyectado por expresar críticas es de una exuberante presencia.
¿Qué hacemos entonces? se preguntan los que se atreven a dejar de buscar respuestas levantando la vista. Los otros, como si fueran autómatas, siguen cabizbajos; parece que el piso tiene un atractivo embriagador.
Karina irrumpe con paso firme, exige respuestas. “La jefa” no está en sus mejores días. Un “valiente” dice:
-Mire, Karina, la situación es grave. Yo creo que ni encontrando la piedra filosofal tendríamos solución. Pero si usted quiere, lo intentamos.
-Por supuesto, busquen esa piedra filosofal. Hagan lo que tengan que hacer ¡pero sin molestar a Javier!
Casi como un suspiro, se retira de la reunión. Un asesor, con una risa entre nerviosa y espantada, señala que, en 1980, el científico Glenn Seaborg, mediante un experimento nuclear, transmutó plomo en oro. Pero el elevadísimo costo y la minúscula cantidad de oro obtenido definieron como inviable la operación en términos comerciales.
Casi en un ruego se preguntan:
—¿Entonces qué hacemos?
—Y bueno, como dijo Javier el 15/09/25: “Ajustemos el ajuste y salvemos el superávit fiscal”. Porque, como dijo el presidente, y antes De la Rúa y Cavallo, lo que importa es el déficit cero…
Recordemos que el 15 de este mes, Milei se ufanó de que el presupuesto 2026 tendría “el menor nivel de gasto sobre el PBI de los últimos treinta años”. Las promesas de aumento en las partidas de salud, educación y jubilación se establecen teniendo en cuenta una inflación planeada que hoy resulta una promesa vacía y que, aun así, no recomponían el ajuste bestial que sufrieron las partidas mencionadas. La afirmación de Milei de que “lo peor ya paso” nos hace acordar al discurso de Fernando De la Rúa, en el saludo de fin de año de 2000: “El 2001 será un gran año para todos, ¡Qué lindo es dar buenas noticias!” Y también a Mauricio Macri cuando en marzo de 2018 dijo que “lo peor ya pasó y ahora vienen los años en que vamos a crecer”.
Un asesor pide autorización para retirarse. Con paso apesadumbrado cruza la Plaza de Mayo camino a la Catedral; varios testigos lo vieron rezar.
Mientras tanto, en la Rosada, Javier y Karina se preguntan ¿todo marcha según el plan? ¿tenemos el mejor equipo de la historia?
Parecería que no. Desesperados por dólares, suspenden retenciones y preparan sus maletas para viajar a Estados Unidos. El esquema económico está en terapia intensiva.
Todo lo que venga será a penas un placebo, un freno que no podrá sostener el fracaso final. La pareja presidencial prepara su viaje. Asesores en fila india van rumbo a la catedral ¿el plan será rezar? Sospechamos que no. El plan será un salvavidas de Estados Unidos. La historia nos demuestra que apenas flotan y luego nos hunden más.