“Recuerdo el color azul. Ese me lo acuerdo bien. Y los árboles. Las hojas de los árboles. Si me das un lápiz y un papel te lo dibujo de memoria”, y la risa se le escapa y le ilumina la cara.

Ezequiel quedó ciego a sus siete años: “de bebé me dieron lampara en la incubadora sin protección y de a poco se me desprendió la retina. Un día en el colegio me golpeé y me fui a dormir. Cuando me levanté ya no veía nada” explica mientras mueve la pelota donde suenan cascabeles y entonces dice que “la primera vez que escuché la pelota me enamoré”. Pero la historia comenzó mucho antes.

Ezequiel Osvaldo Fernández es futbolista del equipo de los Murciélagos. La selección argentina de futbol ciego. Es, además, considerado el mejor jugador del mundo, titulo que deshace con una sonrisa y algo de falta modestia: “ayudo a la selección, hago lo que puedo “ y la sonrisa se le convierte en la carcajada de quien sabe que dijo lo que hay que decir. Sabe que es el mejor. Hace un rato haciendo unos pases con tiros al arco, de un zapatazo clavó un gol en el ángulo y soltó sin pena un “¡al final este arquero es mas ciego que nosotros!”. En el futbol para ciegos, el arquero es vidente. Desde allí ordena el equipo y avisa permanentemente donde está el arco. Y si, esta vez el arquero ni la vio.

Ezequiel nació en Roque Pérez, que ahora es su recuerdo visual tan lejano en el tiempo como único, porque “allá perdí la vista, mi papa quería que yo vuelva a ver y nos mudamos para Cañuelas porque ahí había hospital y todo lo que podía servir, pero bueno, igual no se pudo” y vuelve sobre lo que su memoria guarda, por ejemplo “recuerdo El Chavo, la casita de Tucumán, los árboles de mi casa en Roque Pérez, grandes. también recuerdo el fuego, ese rojo potente de las llamas. Y una imagen de mi papa desayunando” y mientras juega con un dedo sobre la pelota que cascabelea descubre algo: “recuerdo cosas que me impresionaron, pero sé que las iré perdiendo”.

“El futbol me enseño cosas. Me enseñó a atarme los cordones, a hacerme un té, un mate. Me enseñó a valorar lo que se puede hacer” y un recuerdo le mueve las manos y la risa cuando cuenta que “armo mesas, sillas, algún banco. Mis amigos dicen que estoy loco, que un ciego clavando clavos es una locura y es peligroso, pero no me importa. Lo hago igual. Algo hay que hacer, porque el futbol en algún momento se termina. Y entonces la pregunta obligatoria es como fue que siendo ciego se encontró con el fútbol.

A sus quince años fue testigo de una crisis entre su papá y su mamá, entonces “me refugié en el club Cañuelas, ahí conocí a Diego Martínez, que era técnico de Boca, y gracias a él comencé a jugar. Los chicos del club le ponían una bolsa a la pelota para que haga ruido, y entonces podían hacerme pases…así…” y aunque con cariño, junta cuatro recuerdos y concluye que “hay que ir soltando de a poco. Cuando sos ciego todo el mundo te quiere cuidar, y está bien, pero eso hace que vos mismo te limites, porque acabas pensando que no podes, que no se puede. Hay que saber soltar. De a poco. Entiendo que lo hacen porque te quieren, pero hay que soltarnos de a poco”.

Ezequiel, más conocido como Junior Fernández, es un deportista federado en la Federación Argentina de Deportes para Ciegos, que es una organización federativa de la Argentina, creada en 1988, destinada a organizar, reglamentar y promover el deporte entre las personas con discapacidades visuales. Está afiliada a la Federación Internacional de Deportes para Ciegos. Son 52 instituciones en todo el país.

FADEC y las asociaciones que la integran organiza campeonatos nacionales de distintas disciplinas como atletismo, natación, goalball, fútbol, judo, entre otras.

Estos deportistas, como Junior y como otros miles de deportistas, entrenan en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo, en estos tiempos, horriblemente desfinanciados por la miserable y realmente ciega motosierra del presidente de la república. Aquí es donde los jóvenes llegan con el esfuerzo y la esperanza que los impulsa, aun cuando entran hoy a los baños sin agua, o sienten la falta de apoyo, o la decisión de que los deportistas deben buscarse sponsors privados dejando de lado el incentivo a la formación de estos nuevos talentos. O sea, primero tienen que llegar a ser famosos.

Para muestra un botón: La Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) ha exigido a los deportistas que recibieron subsidios para la compra de sillas de ruedas deportivas, la devolución del dinero, bajo la amenaza de retirarles la pensión por discapacidad. Las palabras “miserables y repugnantes” no alcanza.

Junior se mueve por el Centro de Alto Rendimiento como si viera. Esquiva sin tocar las vallas, llega al banco de suplentes y de ahí a la entrada de la cancha con una suavidad de bailarín y antes de sentarse suelta la picardía: “¿para la foto querés que mire para allá o para el arco? No te quiero complicar”. Él sabe reírse fuerte, pero al segundo vuelve sobre su vida y entonces comparte que “en la cancha somos libres. Acá no hay bastón, ni quien te agarre del brazo, ni nada. Sos vos, el equipo, la pelota y los arcos. En la cancha somos libres”.