A sus 83 años, Santiago Sylvester sostiene una producción de central vitalidad para la poesía argentina y de habla hispana. En 2023 publicó el ensayo Estar de Paso. La forma poética, con la editorial Visor, y en 2024, el poemario Tal vez llegue caminando, editorial Barnacle.

Miembro de la Academia de Letras Argentina, Sylvester se caracteriza por el ejercicio permanente de encontrar en la palabra un sentido vital, por eso rehúsa del academicismo, no así del rigor y de la búsqueda. Y así lo deja saber en esta conversación: “Desde hace algún tiempo se confunde ensayo con monografía (…) La monografía tiene otras intenciones: es un aprendizaje universitario, y no tiene que ver con la creación literaria (…) practica una jerga de comprensión imposible para mí, que en cuanto aparece cierro el libro y me voy”.

Me responde desde Buenos Aires, donde vive desde que regresó de su exilio de 20 años en Madrid, pero puedo imaginar su postura erguida y decir afable en las conversaciones de verano en Salta, lo que es en definitiva una marca de su poesía, un decir contundente, pero sin levantar la voz, como un café compartido. Precisamente, La Conversación es el título que eligió para la antología de su poesía que publicó Visor; y sí, su obra se puede leer como una larga conversación, y sus libros en clave de ensayo: un hombre que ha desarrollado un método para que, llegado el momento, las palabras no fijan por él.

—Has dicho que “la poesía trabaja en lo inseguro”, ¿crees que eso también puede aplicársele al ensayo?

—La propia palabra “ensayo” indica un “intento”, algo a resolver. Fue Montaigne el que bautizó así este género, y el trabajo que hizo fue tratar de llegar a algunas conclusiones, sabiendo que no siempre se llega a una respuesta final. Es precisamente sobre cierta incerteza por donde se camina siempre.

—¿Crees que hay una poética creativa común al ensayo y la poesía, en el esfuerzo de ambos géneros de iluminar otros sentidos a lo preestablecido?

—Esto es así, al menos en el tipo de poesía que más frecuento; que es reflexiva, deudora de alguna lógica deductiva, y que apunta al conocimiento.

—Como todo gran lector, tienes autores recurrentes, sé de tu pasión por Quevedo, pero creo que al que vuelves siempre es a Montaigne, ¿qué te atrae de su lectura, y qué tiene Montaigne para decir a la actualidad?

—Es cierto que Montaigne me convoca siempre, por su “intento” de conocer. Su discurso nace de preguntas, aunque no siempre lo cierra con una respuesta, sino que es un “tratar de…”, que pide continuidad. En este sentido, me parece que el propósito de Montaigne mantiene actualidad: no hemos dejado de buscar, de intentar, de acomodar la carga una y otra vez para seguir adelante. Pero me parece de interés hacer una distinción. Desde hace algún tiempo se confunde ensayo con monografía, que es totalmente otra cosa. Por de pronto el ensayo proviene de Montaigne, de Francis Bacon, pasa por el siglo de las luces, la Ilustración, y llega hasta el siglo XX con escritores como Octavio Paz o Borges. Mientras que la monografía tiene otras intenciones: es un aprendizaje universitario, y no tiene que ver con la creación literaria. Utiliza a Saussure, a los formalistas rusos, al estructuralismo, a Bajtín, etc., y practica una jerga de comprensión imposible para mí, que en cuanto aparece cierro el libro y me voy. Esta distinción me parece clave para saber de qué estamos hablando.

—La poesía está ligada en su raíz al sentido de Poiesis; sin embargo, estamos viviendo una transición de una imaginación analógica a una tecnológica, lo que se avizora es que cuando menos habrá generaciones que llegarán a la escritura como una técnica híbrida. ¿Cómo ves a la poesía en este devenir?

—Es evidente que “la razón tecnológica” está modificando todo, y posiblemente también tenga efecto en la poesía. Me parece inevitable. Esto ha ocurrido más o menos siempre: las modificaciones de cada época inciden en la materia del arte. Para poner un par de ejemplos, el paso de la Edad Media al Renacimiento implicó un sacudón impresionante, y también la llegada del verso libre y las sucesivas vanguardias. Los cambios en poesía fueron fuertes y en general a favor. No sé qué traerá el futuro, y si el cambio ya ha empezado, supongo que habrá como siempre poetas que salen bien parados y otros que terminan antes de empezar: es decir, buenos y malos. Lo que no creo que desaparezca es la necesidad de expresarse, de contar un punto de vista, de buscar una complicidad, y en esto la poesía tiene mucho para decir.

—Después de un siglo de vanguardias, parece (con las debidas excepciones) que hay generaciones de poetas que perdieron contacto con la historia de la poesía o, por lo menos, que acuden a una historia muy corta. De cierto modo cada época elige sus tradiciones, ¿crees que el gesto de las vanguardias alcanzó el sospechoso estatus de tradición?

—Octavio Paz habló hace casi medio siglo de “tradición de la ruptura”. Es decir, algo inesperado, a donde la ruptura no pensaba llegar. Así funciona la humanidad, repitiendo formatos y cambiándolos: las dos cosas son necesarias, y el poeta debe estar atento a su momento histórico. Y ahora, después de más de un siglo de ruptura, hay que saber que la vanguardia ha perdido mucho de su sorpresa y se ha vuelto, no sólo tradición, sino reiteración.

—En tu ensayo Sobre la forma poética adviertes que “una tarea de la forma consiste en dar un paso más”. Si pensamos en el Renacimiento, a veces el camino que encuentra el arte para dar ese paso es el de volver, puede parecerse a la voz de alguno de tus poemas: se sigue volviendo. ¿Crees que estamos en el umbral de uno de esos momentos?

—A veces se vuelve, es cierto, pero nunca al mismo punto. Siempre hay algún corrimiento, algo que impide que las cosas se repitan igual. De ahí que la historia de la poesía sea también la historia de sus cambios, búsquedas, debates y logros. No sé si actualmente estamos en un momento de vuelta a algo, pero siempre es conveniente conocer lo que ha hecho la humanidad, no sólo como respaldo a nuestras tareas, sino para no hacer lo que ya se ha hecho bien; y si repetimos algo, que sea con conocimiento, no por ignorancia.