La filosofía se dedica a hablar de las cosas, es casi un imperativo categorial hacerlo. Se trata de las cosas, de las cosas mismas. No hablamos aquí de los objetos materiales de la vida cotidiana, la taza de té, el lápiz, la luminaria, la puerta, el latón de cerveza, la máquina. Cuando decimos las cosas en filosofía, hablamos de lo que son en cuanto tal, lo que son en tanto que son. Su ser, esa es la cuestión, lo que son en sí mismas. Es esto lo que hemos venido haciendo hace unas semanas en este querido periódico, intentar pensar la cosa Justicialista, lo que es en tanto que es. Comenzamos arriesgando que el Justicialismo era una erótica, porque el amor es lo que allana el camino hacia la comunidad, hacia el hecho que lo común sea común, define qué es lo que realmente es común a todo. En el Justicialismo lo común es el amor, amor a la patria y amor a lo que es bueno para la comunidad. La ética y la política se dedican a organizar esa comunidad, según valores (morales, económicos) y leyes (morales, económicas). La política es el hacer de la comunidad arraigado en una virtud y una responsabilidad. Ese hacer es el trabajo, la política organiza el trabajo que es la distinción fundamental del ser humano, su característica sobresaliente.

Pero el trabajo para el justicialismo no es alienación, ni tampoco algo penoso que deba ser abolido. El Justicialismo entiende al trabajo como la construcción de la comunidad, y eso esconde una celebración secreta, un asado en el medio del día laboral, un nosotros que se vislumbra en el horizonte del trabajar, la pertenencia a una comunidad. Es eso lo que lo distingue de los demás movimientos políticos, al Justicialismo lo inspira la belleza, la gratuidad secreta que solo compartimos los que sabemos que necesitamos de los demás para realizarnos. Se trata de la sensibilidad (aisthetikos), del cuerpo, de la tierra que le da suelo a la Patria. La estética trata justamente de ello, de la corporalidad del movimiento, de la voluntad, de la fuerza de su pensamiento. Es que el justicialismo no confronta con otras ideologías, no postula su doctrina a partir de un enemigo eventual, no se constituye en oposición a otro, tiene las cosas claras, no se trata de la lucha de clases, se trata de lograr la armonía en la comunidad. No hay enemigos en el justicialismo, porque para un peronista no hay nada mejor que un argentino.

El justicialismo es una estética porque no se explica, es un sentir que no se entiende, se comprende sin fundamentos. El justicialista nace al justicialismo casi sin saberlo, es la comunidad que lo convoca ya que lo que en realidad le importa al justicialista es la belleza. La belleza es el componente fundamental de la comunidad, es la sinrazón que cimenta la solidaridad y la cooperación desde y hacia lo común que garantiza el hecho total justicialista, la reivindicación de lo nuestro en el grito sagrado, en el festejo del campeonato mundial. El justicialismo es la expresión perfecta del hecho maldito, es el momento exacto en que el pueblo argentino deviene quien es realmente. El mito originario del gaucho enamorado de si mismo, el individuo convertido en colectivo, el yo devenido en nosotros, la comunidad como destino del designio individual.

El Justicialismo es una estética, no es una filosofía política, es más que eso, la política es la herramienta es para alcanzar la belleza, esa es la idea madre que guía su obrar. El trabajo es el de un artesano que hace de su vida una vida bella. Hay quienes piensan en la vida buena, ¿y por qué no? sin embargo el Justicialismo propone la vida bella, porque el trabajo es labor asalariada y labor libre, de forjar comunidad. En esa belleza se fundan la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo. El mito originario del 17 de octubre es el acontecimiento iluminado, maravilloso, es el resplandor de la verdad y el bien encarnados. Una vida bella se distingue inmediatamente del bien y de la verdad, porque la belleza devela algo más, algo inexplicable e inabarcable a partir de cualquier teoría ética o política, pues devela mejor que nadie la gratuidad. El justicialismo parte de la premisa de que hay algo más, algo que escapa a la política y a la virtud ética, algo anterior que dicta el origen del funcionamiento de todo el aparato peronista. El justicialismo no es algo racional, se apoya en la celebración inocente de lo nuestro. Es por eso que ningún peronista sabe bien por qué es peronista, no hay una razón especifica, no es una opinión colegiada sobre el estado de las cosas, no es un parecer sobre la situación nacional. El peronismo es una manera de ser, una cierta perspectiva sobre el mundo. Pero no solo acerca de la política local, el peronismo se extiende a la existencia en su totalidad, es una cosmovisión, una manera de ver el mundo, en su organización (política) pero también es una herramienta para comprender el sentido de la comunidad, el lugar de la realización individual. Ser peronista implica saber ocupar el lugar especifico que le ha tocado, sin saber por qué, sin cuestionar su validez o interrogar en su legitimidad. Uno no sabe por que es peronista, pero sabe discernir entre salvarse solo y realizarse con los demás. En el fondo uno nace peronista, no hay vuelta que darle, el desafío está en encontrar el lugar que le tocó, saber ocupar el puesto que le da la comunidad.