El contexto histórico. A finales del siglo XIX, en la Viena de la medicina positivista y la neurología emergente, Sigmund Freud comenzó a explorar un territorio inédito: los procesos psíquicos que no se reducían a la conciencia. Su experiencia clínica --primero como neurólogo y luego como investigador de la histeria junto a Josef Breuer-- lo llevó a una conclusión disruptiva: los síntomas no eran simples “fallos” del organismo, sino formaciones de compromiso entre deseos inconscientes y defensas psíquicas. Freud inauguró así una nueva forma de escuchar: atenta no solo a lo que se dice, sino también a lo que se calla, a los lapsus, a los olvidos y a las repeticiones.
El dispositivo analítico. La regla fundamental: decir todo lo que pase por la mente, sin censura, incluso lo trivial, lo absurdo o lo incómodo.
Este encuadre no era un detalle accesorio: creaba las condiciones para que el inconsciente se manifestara.
Cuando el paciente se permitía hablar sin filtrar, surgían conexiones inesperadas: recuerdos de la infancia, imágenes oníricas, frases aparentemente sin sentido que, al ser interpretadas, revelaban deseos y conflictos reprimidos. El analista no aconsejaba ni corregía conductas: escuchaba, interpretaba y devolvía al paciente algo de lo que su propio discurso dejaba entrever.
Un paciente requiere que se torne pensable su propia historia para generar un proyecto. Es preciso que invista narcisísticamente su actualidad, pero también el tiempo futuro valorizando su alteración, ya que un sujeto en devenir sólo puede persistir tornándose otro, aceptando descubrirse distinto del que era y del que “debe devenir”.
El lugar de la transferencia. Uno de los hallazgos más revolucionarios fue la transferencia: la repetición, en el vínculo con el analista (así como con otros significativos) de afectos, expectativas y conflictos originados en relaciones pasadas. Freud comprendió que las transferencias (en plural) eran el motor del análisis. En ese espacio protegido, el paciente podía revivir y reelaborar experiencias psíquicas fijadas y abrir la posibilidad de un cambio profundo.
El objetivo: hacer consciente lo inconsciente. Freud resumió su propósito clínico en una frase célebre: “Donde estaba el Ello, debe advenir el Yo”. No se trata de eliminar el inconsciente, sino de ampliar el campo de la conciencia, para que el sujeto pueda reconocer y asumir aspectos de sí mismo que antes le resultaban ajenos o perturbadores.
La práctica freudiana no es un conjunto de técnicas sino una ética:
* Respetar el tiempo y el ritmo del paciente.
* No imponer interpretaciones como verdades absolutas.
* Sostener un espacio donde la palabra pueda desplegarse sin juicio moral.
Vigencia actual. Más de un siglo después, el dispositivo freudiano sigue vivo, enriquecido por múltiples desarrollos posteriores. En un mundo saturado de estímulos y discursos veloces, el psicoanálisis ofrece algo contracultural: un tiempo para hablar y escucharse, para descubrir que lo que creemos “propio” muchas veces nos es desconocido. En la clínica actual, el encuadre freudiano sigue siendo un faro: un espacio donde la palabra tiene valor, donde el silencio también habla, y donde el sujeto puede encontrarse con lo más singular de sí mismo.
Científicos, filósofos, etc., todos heredan. En el legado se reciben objetos valiosos y trastos viejos. No se trata de administrar un patrimonio sino de ponerlo a producir. Para lo cual, en la vida y en la teoría, hay que abandonar la fascinación: “La idea de herencia implica no solo reafirmación y doble exhortación, sino a cada instante, en un contexto diferente, un filtrado, una elección, una estrategia. Un heredero no es solamente alguien que recibe, es alguien que escoge y que se pone a prueba decidiendo” (Derrida). Heredar teorías exige definir sus principios, sus métodos, dar cuenta de sus fuentes, sus referencias conceptuales, sus fundamentos y sus finalidades.
El psicoanálisis no es monolítico. Vive gracias a sus diversas líneas teóricas y diversas prácticas clínicas. Winnicott, Klein, Kohut, Piera Aulagnier, Green, Lacan y muchos otros fueron y son imprescindibles. Lo instituyente repercute sobre la práctica y ésta cuestiona los fundamentos. Es una lectura crítica que reconoce, en distintos autores, distintos ejes conceptuales. Lectura que mantiene la interrogación constante. ¿Siguen siendo freudianos los fundamentos y el disparador?
Siempre hay que optar. O nos refugiamos en la técnica “clásica” o, volviendo a optar, elegimos la técnica adecuada entre la diversidad que ofrece hoy el psicoanálisis.
En tiempos donde la inmediatez parece gobernarlo todo, la propuesta freudiana nos recuerda que el cambio profundo requiere tiempo, escucha y la valentía de enfrentar lo que no queremos ver.
¿Qué lugar le damos hoy a nuestra propia palabra? ¿Qué podríamos complementar si comparásemos el diálogo que propiciaba Freud con algunos desarrollos posfreudianos?
Luis Hornstein recibió el Premio Konex de Platino por su trayectoria en Psicoanalisis (década 1996-2006).
El autor abordó algunas de estas transformaciones teóricas, clínicas y técnicas en "Las encrucijadas actuales del psicoanalisis" (FCE, Buenos Aires, 2013), en "Ser analista hoy"(Paidos, Buenos Aires, 2018) y en "Clínica psicoanalítica: Del dogma al pensamiento critico" (Letraviva, Buenos Aires, 1924).