El triple femicidio de Florencio Varela, donde el joven Matías Ozorio es señalado como cómplice de "Pequeño J" en el asesinato de Brenda, Lara y Morena, no se reduce a un episodio aislado de violencia criminal. Este hecho alerta sobre los efectos de una cultura permeada por el capitalismo financiero, la ilusión de poder y la promesa de éxito rápido, mandatos que recaen especialmente sobre los varones jóvenes y adolescentes. Ozorio renunció a un empleo estable en el Hospital Italiano para ingresar al universo del trading y las criptomonedas, cayó en la estafa de $LIBRA --una pirámide financiera disfrazada de inversión digital que captó a miles de inversores en Argentina--, perdió ahorros e indemnización y acumuló deudas que lo terminaron vinculando a redes narco. Esta trayectoria no es anomalía individual, sino manifestación de condiciones materiales, simbólicas y sociales que producen subjetividades precarias, donde la violencia emerge como mandato de masculinidad para sostener una apariencia de supremacía. Ante lo irreparable, importa pensar en lo que se debe transformar: ¿qué implica educar a adolescentes y jóvenes en un mundo donde la deuda y el riesgo son cotidianos y la promesa de "plata fácil" recluta varones para bunkers, casinos digitales o como soldados narco?

Hay un entramado narco-financiero que subyace al crimen, y una serie de relaciones de poder que lo posibilitan. Las manifestaciones de violencia no son exclusivas de determinados sujetos --aunque su responsabilización penal es inobjetable--, sino cualidades ligadas a un contexto donde el capitalismo financiero impone lógicas algorítmicas de especulación, deuda y riesgo. Ozorio, descrito por familiares como "muy libertario", encarna esta subjetivación: un varón joven que, seducido por la narrativa de éxito individual, abandona la estabilidad laboral por el espejismo digital. $LIBRA, promocionada como "la cripto del pueblo", operaba como esquema Ponzi, prometiendo retornos exorbitantes sin respaldo real. Según testimonios judiciales y periodísticos, Ozorio invirtió todo lo que tenía, incluyendo indemnizaciones, en esta estafa que afectó a barrios vulnerables del conurbano bonaerense. La pérdida no fue solo económica; fue simbólica: en una cultura que asocia masculinidad con poder adquisitivo y riesgo calculado, la deuda se convierte en humillación que debe "repararse" a través de actos viriles, como asociarse a figuras narco para recuperar estatus.

Desde el psicoanálisis, se agrega la idea de que los varones son subjetivados para el ejercicio del dominio, creando mecanismos identificatorios entre pares que ubican a ciertos individuos como semejantes --incluidos en un mismo estatus de poder--, mientras inferiorizan otras identidades. Esto configura un “doble estándar ético”, como lo denominó Silvia Bleichmar, donde solo los pares (otros varones en la red narco o trader) son destinatarios de valores como lealtad y protección, pero las identidades subalternas --mujeres, en este caso-- pueden ser objeto de aniquilación. La violencia, entonces, es efecto de la pérdida de igualdad para el conjunto: en el capitalismo financiero, el "sujeto en más" (más permisos, más prerrogativas) no aprende a cuidarse ni a cuidar, evacuando de sí todo lo que evoque pasividad o fracaso. Lo contradictorio es la precariedad de estas identidades masculinas: en el ejercicio de la hegemonía, buscan reconocimiento a través de “pruebas” constantes --trading riesgoso, apuestas online, alianzas narco--, nunca suficientes. Antes que víctimas del sistema, padecen el costo de buscar supremacía en un contexto de desigualdades profundas.

Esta violencia no es solo subcultura marginal; es estructural al modelo neoliberal en su fase financiera. En Florencio Varela, un distrito con altos índices de precariedad (donde el 40% de jóvenes de 18-24 años ni estudia ni trabaja, según Indec 2023), la "cultura trader" se entrecruza con narcofinanzas: plataformas como Binance o apps de apuestas (Bet365) usan algoritmos adictivos que simulan control, pero generan deudas cíclicas. La promesa de "pasta de campeón" --éxito rápido sin esfuerzo colectivo-- seduce a adolescentes y jóvenes subjetivados para la competencia feroz. No es casual que recluten para "bunkers" o como "mulas": la ilusión de riqueza fácil convierte su vulnerabilidad en carne de cañón para ganancias de otros más poderosos, a menudo en entramados criminales transnacionales. Ozorio, tras perder en $LIBRA, acumuló deudas que lo empujaron al narco, donde la violencia física sella el pacto de masculinidad.

Interrogar la responsabilidad moral de quienes promueven este modelo es urgente. Plataformas digitales, influencers en redes sociales y un discurso libertario que naturaliza el riesgo como virtud individual contribuyen a esta ilusión. $LIBRA, por ejemplo, fue viralizada en grupos de Telegram y TikTok, y captó jóvenes en villas miseria con promesas de multiplicar fortunas. ¿Quiénes responden por las consecuencias? Los desarrolladores anónimos, los "criptobros" que lavan dinero narco vía blockchain, y un sistema educativo que aún no encuentra cómo cuestionar esta narrativa. La anulación de relaciones intersubjetivas es el efecto más fuerte del neoliberalismo tardío: fragmentación social donde el dinero suplanta lazos, y la deuda --emocional, económica-- predispone a actos intimidatorios para restaurar jerarquía.

El desafío es educativo y colectivo. Toda práctica educativa toma decisiones sobre procesos de desarrollo, dirigiendo vivencias donde lo afectivo e intelectual funcionan en unidad. Siguiendo a Vygotsky, la escuela genera procesos psicológicos mediante actividades intersubjetivas mediadas por signos, bajo asimetrías estructurantes con el mundo adulto. Pero en este contexto, la producción de subjetividad moldea sujetos plausibles para un sistema que prioriza el dinero sobre el cuidado. La narrativa de época desvaloriza el esfuerzo sostenido: "esperar es inútil, estudiar también". En escuelas secundarias del AMBA, varones jóvenes abandonan por "negocios rápidos", perciben el aula como obsoleta frente a la adrenalina digital. Esto crea contradicciones: la escuela intenta incluir a quienes otras políticas excluyen, pero aún no logra armar nuevas pedagogías para problemas que también son nuevos.

Incorporar perspectiva de género desde óptica decolonial aporta a la construcción de sujetos éticos, cuestionando cómo la masculinidad hegemónica asocia riesgo financiero con virilidad. La escuela, como organizador simbólico, redefine la relación del sujeto con la sociedad, creando articuladores para nuevas simbolizaciones. No se trata de "educar en valores" excluyentes, sino de fomentar prácticas de reconocimiento ético a través de alternativas pedagógicas colectivas, para deconstruir mandatos, apelando a la cooperación y cuestionando narrativas de "éxito fácil" que inferiorizan la capacidad de proyectar y soñar a largo plazo. Estas prácticas habilitan legalidades inclusivas, diferenciadas de "poner límites" punitivos: regulan participación, promoviendo ética del semejante sin pensar al otro como objeto. Educar contra ilusión de riqueza es político: forjar horizontes éticos donde deseo no sea acumulación, sino cuidado colectivo. Construir nuevos deseos, aspiraciones y proyectos.

Carolina Dome es psicóloga, docente e investigadora UBA. Magister en Psicología Educacional.

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Bibliografía:

Bleichmar, Silvia (2008). Violencia social, violencia escolar. Buenos Aires: Noveduc.

Branz, Juan (2015). Masculinidades y violencias. Buenos Aires: Paidós.

Vygotsky, L. S. (1996). Pensamiento y lenguaje. Barcelona: Paidós.

Butler, Judith (1990). El género en disputa. Barcelona: Paidós.