Quienes padecimos y nunca dejamos de padecer, de alguna manera, enfermedades como la que sufría Miguel Russo, sabemos lo que es alimentar aún más nuestras pasiones y tratar de sentirnos todavía más útiles para darnos más vida.

También hay quienes no pueden superarlo y se dejan caer. Justamente, algunos oncólogos dicen que tienen dos tipos de pacientes: los que se entregan, o a quienes les cuesta asumir que pueden seguir y salir adelante; y los Russo. Son decisiones.

Cada uno elige cómo vivir y cómo morir. También fue una decisión sabia dejarlo ser técnico en la cancha a Riquelme en 2007, para el equipo que terminó ganando la serie final de la Copa Libertadores.

"Miguelo" prácticamente nunca dejó de dirigir, aún en las peores etapas de su grave problema de salud. Y no dejó de sumar triunfos y títulos. Hace menos de dos años sacó campeón a Rosario Central. Poco antes, en su vuelta a Boca, fue el último técnico campeón antes de la pandemia. Hace cuatro meses llevó a un atribulado San Lorenzo a las semifinales.

Por eso lo volvió a elegir Boca. Porque era el mejor, el más sabio y el más ganador de los entrenadores argentinos en actividad. Por eso lo llamó Riquelme. No para hacer beneficencia, sino porque lo necesitaba y porque era el más capaz para levantar a Boca.

Y así fue como a un Boca muy golpeado, ese Russo lo transformó rápidamente haciéndole jugar dos partidos históricos ante Benfica y Bayern Múnich.

El deterioro físico de Miguel no le hizo perder lucidez y sabiduría para encontrar finalmente el equipo, el once "de memoria" que brilló el domingo pasado en la goleada a Newell's. Como dos semanas atrás lo había hecho en una exhibición de 60 minutos ante Central Córdoba, que después no se consolidó por esas cosas del fútbol en el resultado.

Riquelme no hizo altruismo. Eligió al mejor y con un gran cuerpo técnico. Riquelme dio después una lección de humanidad dejándolo seguir al frente del equipo de la manera que pudiera, eventualmente con sus lineamientos y con la ejecución de sus ideas a través de Claudio Ubeda.

En un fútbol tan mercantilizado, el presidente de Boca dio esa interpretación de humanidad y respeto. Y Miguel, a la par, dio la lección de que uno puede seguir haciendo de la mejor manera lo que más sabe hasta el último de sus días. Y un mensaje, de paso, para algunos miserables que discriminan hasta con las enfermedades.

Hasta en la despedida Miguel fue un "Maestro", y demostró que hasta el último suspiro de vida uno siempre puede ser más grande.