Desde hace algunos años se viene hablando de la batalla cultural. Que hay que poner en tensión los sentidos dominantes, que hay que desmontar las ficciones que construye el mercado, que hay que problematizar el sentido común, y algunas otras formulaciones que están a la orden del día en los debates del campo cultural. Pero la dificultad reside en que muy pocas veces entendemos del todo de que se trata la mentada batalla, y peor aún, no encontramos como trascender hacia prácticas sociales que amplíen el registro del “hay que”. Vale decir, no es fácil poner en marcha iniciativas que permitan ir más allá de una mera formulación discursiva y que pueda incluir cuerpos y afectaciones.
El próximo verano, el “Galpón de las Artes” cumplirá treinta años. Y estarán de acuerdo en que no es poca cosa que un teatro independiente llegue a esa cantidad. Y mucho más cuando conozcan el modo en que se empecina en recorrer su camino.
Claudia Balinotti estuvo desde sus inicios, y aún continúa al frente del emprendimiento, llena de nuevos proyectos. Magister en Nuevas infancias y juventudes, formadora de docentes, fue desplazando su área de interés hacia lo escénico. “Conformamos un grupo de teatro y fuimos a festivales con obras propias. En esos encuentros creamos la red latinoamericana “Cruzando fronteras” y desde ahí, nos fue picando el bichito de construir un espacio cuyo eje fuera la cultura como derecho. En 1996 empezamos en un lugar atrás de la histórica sede del socialismo marplatense, lo acondicionamos y estuvimos ahí hasta que en el 2001 alquilamos un viejo y enorme galpón donde se habían construido barcos, mirá que buena metáfora. Picamos paredes, hicimos el piso, pero tenía goteras, y no sabés lo que costaba mantenerlo. Ahí estuvimos hasta que en el 2008 tuvimos la osadía de tener un espacio propio. Apareció un subsidio del Instituto Nacional del Teatro, y con un trabajo enorme que incluyó la elaboración y venta de empanadas que repartíamos por toda la ciudad, compramos la actual casa chorizo que es nuestra sede actual. La paradoja es que se la compramos a una multinacional, a Telefónica. Hemos dejado la piel en esto, porque constituimos nuestra propia cuadrilla de albañiles, fuimos nosotros mismos aprendiendo a hacer todo, en comunidad. Y finalmente se transformó en una casa teatro, con una sala teatral para ciento treinta espectadores”, cuenta Claudia.
El tempranamente fallecido historiador Ignacio Lewkowicz hablaba de la metáfora del galpón para referirse al desfondamiento de las instituciones de la modernidad durante el 2001. Un galpón es un espacio multiuso, que puede tener distintas funciones, decía. Es algo temporario que puede albergar una habitación, un taller o un lugar para acumular cosas que casi ya no se utilizan. En este caso fue un galpón para hacer artes, un auténtico mensaje que estimula la creatividad, tan necesaria en aquellas como en estas épocas tan similares.
Claudia retoma el relato: “El nuestro es como uno de esos viejos galpones rurales, un reservorio donde se guardaban las semillas para sembrar lo que vendrá. Como humanización, como memoria que nos habla de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Nos consideramos herederos del teatro independiente que sobrevivió a la dictadura, funcionando en lugares “poco adecuados”, donde la gente se encontraba como podía. El Galpón de las Artes se erigió como un proyecto de vida, un lugar de militancia y de formación, de construcción colectiva donde se siente la pertenencia hacia una comunidad artística”.
Volviendo a la batalla cultural, es muy llamativo como han logrado mantenerse tantos años. “Ni bien empezamos resignificamos el trabajo a la gorra, sentíamos que había que encontrar nuevas formas de hacer las cosas. Si nosotros somos un teatro comunitario, debemos tener coherencia, nos dijimos. Por eso en el Galpón, no hay barrera de boletería. En ninguna función se ha cobrado entrada a lo largo de veintinueve años. Al finalizar las obras se explica que trabajamos por cooperación solidaria, donde cada uno hace un aporte económico según sus posibilidades, para nosotros el acceso a la cultura es un derecho. Somos los únicos que lo hacemos en Mar del Plata. En nuestra sala han pasado grandes como Cesar Brie, Arístides Vargas, Tato Pavlosky, Norman Brisky, Gabo Ferro, y todos actuaron bajo esta modalidad. Nosotros no damos talleres ni clases, solo somos un espacio escénico. Y tampoco alquilamos la sala con un valor fijo. Los grupos de teatro que se arriman aceptan nuestro criterio, de lo que recaudan solidariamente distribuimos según lo que plantea el Instituto Nacional del Teatro, treinta por ciento para la sala. El verano pasado estrenamos siete obras que se escribieron y ensayaron acá durante todo el invierno. Completamente marplatenses, es una fuente de trabajo estable para los laburantes de teatro. Y lo bueno es que los grupos se hacen parte del proyecto del Galpón. Nosotros solo exigimos que las obras sean de calidad y que interpelen la realidad, desde el esfuerzo colectivo y la búsqueda artística. También estimulamos producciones dirigidas al público infantil, muchas escuelas nos visitan”.
En el Galpón se combate cotidianamente el desprecio oficial por la cultura, dando la batalla cultural de fondo. La que más vale, la que trata de resolver como sostenerse y continuar buscando transformar, más allá del vil metal que nos atraviesa cotidianamente.
Cuando uno pasa por la vereda del Galpón, en la calle Jujuy 2755, se encuentra con una casa, más que con una sala de teatro. “Tenemos una cafetería, con una plazoleta al aire libre y la típica galería semicubierta de la vieja casa chorizo. La hemos conservado todo lo que pudimos Algo maravilloso es nuestra integración con los vecinos, somos una vivienda más del barrio. Muchas veces ellos vienen y hacen arreglos. O nos traen cosas para reciclar. Lo más reciente es la donación de ciento veinte butacas que nos hizo la Biblioteca Popular Juventud Moderna. Queremos instalarlas durante el mes de octubre, y convocamos para que nos ayuden con materiales o con horas de trabajo, para que todo esté terminado en el festival de estrenos de noviembre. Y también vía aporte económico impulsamos el padrinazgo de las butacas con su nombre o poniendo una frase. Eso se logra entrando a https://galponartes.com/camino-a-los-30”, cuenta Claudia.
Y concluye: “En el invierno estuvimos produciendo una obra nueva explorando en torno a proyecciones inmersivas para los actores y los espectadores, con un equipamiento técnico importante. Incluso le agregamos inteligencia artificial, en este momento estamos finalizándola. Quien lidera esta línea de trabajo es Mariano Tiribelli, que está muy ligado al cine. Es que acá no paramos nunca. Y en el mes de enero empezaremos con los festejos por los treinta años, que se prolongarán a lo largo de todo el 2026. Porque queremos decirles a todos que vale la pena encontrarnos y festejar, porque hacemos algo que nos gusta y nos hace felices. Será una buena oportunidad para seguir sosteniendo el diálogo con la comunidad”, concluye Claudia con los ojos tan iluminados como cuando hace mucho tiempo empezó a soñar con un “Galpón de las Artes”.


