Este viernes 17 y sábado 18, Guns N'Roses concretará una nueva visita a la Argentina, en el estadio Tomás Adolfo Ducó del club Huracán y con Catupecu Machu como banda invitada. Bajo el extenso título de Because What You Want and What You Get Are Two Completely Different Things ("Porque lo que querés y lo que obtenés son dos cosas completamente diferentes", la gira que trae al grupo encabezado por Axl Rose y Slash -sin obviar el protagonismo del histórico bajista Duff McKagan- comenzó en mayo en Corea del Sur y fue apilando fechas hasta llegar a su etapa final por Sudamérica: conciertos en Costa Rica, El Salvador, Colombia, Chile, Argentina, Brasil y Perú, antes de cerrar en noviembre en Ciudad de México. 

Axl y Slash modelo 2025 (Imagen: AFP).


De ese modo, la agrupación nacida en 1985 en Los Angeles llegará a Buenos Aires nada menos que por octava vez: apenas un jalón más en la abigarrada agenda de conciertos de la ciudad, con viejos conocidos del público argentino que ofrecerán un show seguramente potente, que será retratado por las crónicas correspondientes y quedará como dato entre tantas ceremonias del rock en vivo en el país. Por eso resulta tan fuerte el contraste con lo que sucedió hace ya 33 años, cuando GNR llegó a la Argentina en un pico de popularidad y protagonismo y se convirtió en el centro de otra clase de huracán, uno mediático, que concentró uno de los momentos más lisérgicos de la historia reciente. Nadie mencionaba entonces el término "fake news", pero vale la pena el repaso de una serie de sucesos que incluso varios de los que estarán en Parque Patricios apenas registran... o directamente desconocen. Para quienes lo vivieron en tiempo real, para quienes se tomen el trabajo de examinar la documentación de la época, hoy parece una ficción traída de los pelos.

Apetito por la destrucción

Aquella aventura de Guns N’Roses en Argentina comenzó con el pie izquierdo, y fue casi imposible enderezar el rumbo. En 1992, Axl, Slash, McKagan, Matt Sorum (que acababa de reemplazar al despedido Steven Adler) y Gilby Clarke eran, sin exageración, la banda de rock más poderosa del planeta. Con el respaldo de las ventas millonarias de discos como el fundacional Appetite for destruction y los dos inspirados volúmenes de Use your illusion, encarnaba la fantasía de cualquier adolescente con veleidades de rocker. No sólo por los shows frente a estadios de fútbol abarrotados en todo el mundo o la generosa cuenta bancaria de sus integrantes. GNR era, además, un perfecto ejemplo de los feos, sucios y malos que tan bien había funcionado con referentes como The Rolling Stones. Pelilargos, tatuados, disolutos, hedonistas, no perdían oportunidad de cimentar el viejo axioma de sexo, droga y rocanrol: declaraciones altisonantes, actitudes de choque con la prensa que no fuera complaciente –y aun con quienes sí reconocían sus virtudes-, se combinaban con la potentísima imagen del grupo y canciones de intachable y efectiva cepa rockera.

GNR estaba liderado a partes casi iguales por el carisma de sus dos personajes centrales. Slash, mulato con raíces judías, actuaba con la guitarra Les Paul por debajo de la cadera, la cara escondida detrás de una gigantesca maraña de rulos coronados por una galera tachonada con apliques de plata: un Jimmy Page de los ’90. El cantante era un típico WASP estadounidense, con varias de sus taras pero también con un infalible olfato para sacar ganacias del escándalo: dueño de una voz capaz de llegar bien alto en la escala, eléctrico e impactante en su performance de escenario, siempre con un pañuelo en la cabeza, Axl podía tanto dominar a una masa de cincuenta mil personas con un gesto como zambullirse en las primeras filas para pegarle a un fotógrafo no autorizado. Los demás, cada uno con una imagen acorde para completar la estampa, no dejaban pasar la oportunidad de fotografiarse con una botella de Jack Daniels en la diestra.

El anuncio de la visita a Argentina, en septiembre de 1992, disparó el primer entredicho. Como era usual en esos tiempos de bonanza en materia de espectáculos extranjeros, el empresario a cargo de la negociación era Daniel Grinbank. Una vez encaminado el trato, el presidente de Rock and Pop descubrió que, en las fechas que el grupo tenía disponibles -5 y 6 de diciembre-, el estadio de River Plate estaba reservado por otro empresario, Héctor Cavallero, para realizar los conciertos de retorno de Serú Girán. La situación se complicó más cuando el mismo Cavallero se puso en contacto con Bruce Glatman, productor de la empresa Encore Ltd. de Los Angeles, para ofrecerle el estadio y la producción local. La difícil resolución del conflicto quedó en privado, pero finalmente Cavallero postergó dos semanas las fechas de Serú y Grinbank pudo anunciar la visita de la banda.

Ese deslizamiento terminó teniendo el efecto de un alud. La disputa y la inevitable resonancia de todo lo relacionado con un grupo que en el país llevaba vendidas más de 300 mil copias de Use your illusion llamaron la atención de todos los medios. Pero en el mes que siguió al anuncio oficial, una extraña campaña enrareció el clima más y más. Los diarios Crónica, Diario Popular y Ambito Financiero, el canal estatal ATC, periodistas como Samuel “Chiche” Gelblung (quien publicó una nota en Ambito titulada “Cómo educar a los hijos con mucho vodka y droga”), Lucho Avilés, Silvia Fernández Barrios, Mauro Viale y Daniel Hadad animaron un circo de desinformación que duplicó las apuestas. 

Para ello, alcanzó con poner en marcha el efectivo mecanismo del rumor: alguien aseguró que, durante un show en París, Axl Rose había quemado una bandera celeste y blanca. La especie venía acompañada por una supuesta declaración del cantante en la que decía que, finalizada la visita, quemaría sus botas para deshacerse de la mierda de este país. La incongruencia y escasa credibilidad de semejantes afirmaciones (que no pudieron ser comprobadas por ningún medio, a pesar de que Grinbank ofreció una recompensa de 10 mil dólares a quien hallara alguna prueba) no impidió que la campaña creciera y se convirtiera en un tema de primeras planas y segmentos televisivos. Que en buena parte de los shows que GNR venía desarrollando en su gira hubiera incidentes de toda clase –tanto en los estadios como con la prensa apostada en los hoteles- no ayudó en nada. Tampoco que saliera a relucir la nada elegante letra de “One in a million”, en la que Axl cantaba: "Policías y negros, salgan de mi camino (...) Inmigrantes y maricas, no tienen sentido / Vienen a nuestro país y creen que pueden hacer lo que quieran / Como empezar un mini-Irán o diseminar una puta enfermedad / Hablan de un montón de maneras, y es todo griego para mí".

En la semana previa a los shows, la situación comenzó a degenerar. El martes 1° de diciembre, un comunicado rubricado por la Asociación Patriótica Argentina, el Círculo de la Cultura Nacional, la Asociación Nacional General Belgrano y la Agrupación Nacionalista José de San Martín alertó que “algo terrible puede pasar el sábado 5 y domingo 6 en el estadio de River”, para lanzarse a una diatriba que, vista a la distancia, resulta aún más patética: “Los Guns N’Roses han ofendido a nuestra Patria, y dicen que no temen ni a nuestros indios ni a nuestras flechas... Por eso, les haremos tragar sus palabras, para que nunca olviden la ofensa que le han hecho a los argentinos”. La operación de la ultraderecha (que incluyó un comunicado similar del coronel golpista Mohamed Alí Seineldín) y sus medios afines surtió efecto, y pronto hasta en la cola del mercado se insultaba a esos yanquis que quemaban banderas argentinas, prometiendo no dejar asistir a sus hijos a los conciertos. Para agregar males, los medios amplificaron los disturbios ocurridos en un reciente show gratuito (des)organizado por FUNDAI en la 9 de julio, lo que fue relacionado con el posible escenario para las fechas de River.

El clima y las amenazas hicieron que Grinbank dispusiera el operativo de seguridad más grande visto hasta la fecha en un estadio, con 500 policías y 600 efectivos de seguridad privada, barreras triples para el cacheo y toda una serie de recomendaciones especiales. Pero aún faltaban varios capítulos en el sainete. Esa semana, el productor tuvo un encuentro cara a cara con José “El Abuelo” Barritta, principal referente de la hinchada de Boca Juniors, para investigar cuánto había de cierto en la versión que decía que La Doce iba a ir a la cancha para tomar cartas en el asunto. “Nosotros estamos en otra, Daniel...”, le dijo El Abuelo. “Estamos cerca del sueño de campeón, este domingo jugamos con Racing... ¿Te parece que estamos para hacer bolonqui en un recital? Lo que nos preocupa es cómo hacemos para pasar las banderas por el puente Avellaneda”. El mismo Grinbank cuenta el episodio en su libro de memorias Te amo, te odio, dame más.

El viernes 4, dos días después del show en Santiago de Chile, la policía de ese país realizó allanamientos en el hotel y el jet privado del grupo, buscando drogas que nunca encontraron. Al día siguiente, Guns N’Roses aterrizó en Ezeiza, justo a tiempo para enterarse que el escándalo había alcanzado un status gubernamental. Saúl Bouer, intendente de la Capital Federal, lamentó no tener facultades para prohibir la presentación (“Para mí, hay que suspenderlos”), pero se encargó de reducir en diez mil personas la cantidad de asistentes permitidos en el estadio. Eduardo Bauzá, secretario general de la Presidencia de Carlos Saúl Menem, informó: “Si hay incidentes en el primer show, el Gobierno prohibirá el segundo”. Y, finalmente, la cabeza mayor de un gobierno pródigo en escándalos de coimas, tráfico de armas, prebendas a empresas internacionales y privatizaciones sospechosas, el presidente Menem, le pidió a la gente que no fuera al estadio y remachó: “Son unos forajidos. Lo lógico hubiera sido prohibirlos, pero esto en el mundo, con toda seguridad, hubiera servido para que nos criticaran y nos tildaran de autoritarios”.

Circo en el Hyatt, tragedia en Temperley

El extremo norte de la 9 de julio, en tanto, era un foco de atención. La puerta del Hotel Hyatt era un mercado persa donde se mezclaban cámaras que buscaban algún escandalete, grupos de fans exhibiendo su apoyo y otros grupos de jóvenes nacionalistas y neonazis provocando a los primeros, afirmando que “vamos a ir a River a sacarle las entradas a esos conchetitos de mierda y cagarlos a palos”. Desde ATC, Fernández Barrios cerraba cada informe con la frase “Y no se olviden que éstos son los que quemaron una bandera argentina”. 


Enterado del estado de las cosas (que por momentos lo movió a reírse con ganas) y tras conversaciones con la producción para hacer control de daños, Axl Rose rompió con su costumbre de aislarse de todo y, sorpresivamente, apareció en una conferencia de prensa realizada en el hotel... ataviado con una camiseta de la Selección argentina de fútbol. “Me la puse porque me la regalaron”, explicó. “Y a la luz de los acontecimientos, de la mala prensa y de todo lo que pasó, considero un buen gesto estar usándola”. En el encuentro, Axl mostró su cara más civilizada, y atacó los rumores originales: “No hay nada cierto sobre banderas quemadas ni mierda en las botas. Estoy preocupado por lo que pueda ocurrir con cierta gente que intente agredir a los pibes”. Con respecto a las amenazas nacionalistas, Rose apuntó al diagnóstico más lógico: “Quizá hablar de nosotros los ayude a que la gente focalice su atención en ellos”.

Mientras el vocalista daba pruebas de civilización en su hotel, en la localidad bonaerense de Temperley se cocinaba una tragedia particular, que ejemplificó las consecuencias más perversas de la operación de prensa. Esa mañana, un hombre de 48 años llamado Néstor Tallarico vio en la TV a su hija de 16, Cynthia, delirando por sus ídolos en el Hyatt. Al llegar a su casa, la chica se encontró con un padre enfurecido, que le recordó todo lo que se decía sobre “esos forajidos” que empapelaban las paredes de su cuarto, le cruzó una bofetada aleccionadora y le prohibió ir al show. “Si no me dejás ir, me mato”, amenazó Cynthia. 

Lamentablemente, la frase no quedó en una bravata adolescente: al caer la noche, Tallarico escuchó una detonación en el cuarto de su hija. Al encontrarla muerta de un disparo en la cabeza, tomó el mismo revólver calibre 32 y se suicidó. Esas muertes inútiles agregaron aún más dramatismo a los reportes, aunque ninguno de los participantes en la campaña de rumores tuvo la decencia de aceptar su parte de responsabilidad. 

Después de los shows

Los shows de Guns N’Roses en Argentina dejaron un saldo de 80 mil espectadores, 137 detenidos (92 el sábado y 45 el domingo), algún contuso menor, cierta cantidad de intoxicados y un herido grave: durante el show introductorio de Ratones Paranoicos, el cantante y guitarrista Juanse ejecutó por enésima vez su juego de subirse a las columnas de sonido, con tanta mala suerte que cayó y sufrió una doble fractura expuesta de tibia y peroné. Los conciertos fueron transmitidos en directo por Telefe, y Grinbank da cuenta en su libro del termómetro que rodeaba al asunto. "Arrancó con un rating impresionante, lo que marcó dos cosas: por un lado, que mucha gente quería ir y no lo hizo por el miedo infundado que se había generado, y por otro, que también mucha gente quería ver una guerra que nunca ocurrió, y cuando vieron que no pasaba nada, que el show transcurría con normalidad, el rating se fue desmoronando".

El show de Guns N’Roses, técnicamente impecable, fue una acabada expresión de cómo debía sonar una banda de rock en esa época, y los músicos demostraron conocer a la perfección el libro del género. El grupo siguió viaje hacia Brasil, y en los días siguientes el tema se fue agotando entre la celebración de la prensa especializada en cuanto a que nada anormal había pasado, y los intrincados caminos que buscaban los medios amarillos para justificar lo mismo. 

“Los empresarios de la gira optaron por un contraataque demasiado ingenuo pero finalmente eficaz”, explicó "Chiche" Gelblung en su artículo “Por qué los forajidos fueron una mansa orquesta de señoritas”, publicado por Ambito Financiero el 8 de diciembre. “Convirtieron a un conjunto provocativo y revulsivo en una orquesta de señoritas que privilegia la convivencia, la moral y las buenas costumbres. Ese esquema de contraataque lo sustentaron, además, con ingenuas acusaciones a la ‘consabida’ prensa amarilla, apoyado por críticos y comentaristas complacientes que canjean opinión por algunas entradas de favor”. Tras aducir que la ausencia de incidentes graves en River se debía exclusivamente al control policial, Gelblung se horrorizó por otro matiz: “Por el campo del juego volaban unos globos que eran impulsados por los adolescentes como si fuera un acto ritual. Eran preservativos. Una curiosa modalidad impuesta por los tiempos y los miedos que corren. Los padres que habían acompañado a sus hijos no sabían si sonreír o espantarse”. 

Al coro escandalizado se sumó el Arzobispo de Buenos Aires Antonio Quarracino, quien le recomendó a los músicos “hacerse un tratamiento psicológico muy serio y profundo”. Nada extraño para quien un año después afirmaría que a los gays había que encerrarlos en un ghetto porque "son una sucia mancha en el rostro de la Nación”. Pero al menos tomó una posición: tiempo después, consultada por la revista Somos ante la evidente falsedad de la campaña, Silvia Fernández Barrios dijo no recordar exactamente qué había dicho sobre la bandera en ATC, además de explicar que no había chequeado los rumores porque “a mí los Guns me dan lo mismo”.

Este fin de semana, 33 años después y bastante más calmos, menos explosivos porque el tiempo pasa para todos, los Guns N'Roses volverán a encontrarse con el público argentino. Quizás Axl vuelva a ponerse la camiseta, quizás no. Grinbank aún conserva los diez mil dólares de recompensa.