Una te hace mirar hacia arriba, la otra te hace mirar a tu alrededor. Ambas generan, con distintos recursos, formas equivalentes de paranoia, extrañeza, sospecha, indefensión y espanto. Dos series que ya son clásicos y nos conectan con amenazas que nos exceden regresaron esta misma semana con nuevas temporadas: una es esotérica, política y bien siglo XX, The X-Files; la otra es desesperante, techie y bien millennial, Black Mirror.

Desde la seguridad de época del catálogo de Netflix, la última estrenó su cuarta temporada en su momento de gloria, en su punto caramelo (electrónico). Con el formato tan brit del unitario –es decir, elencos rotativos y episodios sin conexión entre sí–, la serie inglesa fue primero pivotada desde la señal I.Sat y luego consiguió su estallido online netflixero apoyado en los fantasmas de la tecnología, las penumbras de las redes sociales y los misterios de los fenómenos virtuales.

Así, Black Mirror se convirtió en uno de los hits televisivos de la década, logrando escenas que son piezas clásicas en sí (como aquella del primer ministro inglés dándole zoofilia por popa a un chancho, obligado por una extorsión online, en el capítulo The National Anthem) y hasta relatos de alto vuelo emotivo y tecno-poético (como la historia dark & pop de romance, muerte y back-up del episodio San Junípero). Esta nueva temporada promete ciencia al servicio de la fascinación y el horror, relaciones familiares bajo control tecnológico y una matrix sentimental.

Por su parte, el retorno de Los Expedientes Secretos X, como corresponde a un producto del siglo pasado, llega en un soporte televisivo clásico (el canal FOX, los miércoles). Y en un momento muy distinto de la franquicia: tuvo sus primeras nueve temporadas entre 1993 y 2002, dos largometrajes y una inesperada temporada de retorno el año pasado, en la que faltó algo de la sorpresa esperable tras 14 años sin pantalla. Con dos protagonistas famosos e irresistibles, la serie que dejó taglines para la eternidad –“El Gobierno niega conocimiento”, “La verdad está ahí fuera” o, sin traducciones por favor, “I Want to Believe”– retomará tras haber cerrado 2017 con una escena de suspenso bien de vieja escuela: un enorme ovni apareciendo sobre la cabeza de la ex-escéptica Dana Scully (Gillian Anderson) y el siempre believer Fox Mulder (David Duchovny).

Ambas regresos, casi simultáneos, invitan a empezar el año con sabor a persecuta y con dos maneras distintas de entenderla. Mientras The X-Files desarrolla una “paranoia vertical” y clava su mirada conspiranoica siempre arriba (buscando aliens, pero también a sus socios, los empresarios poderosos, el Gobierno y los caretas del FBI), Black Mirror teje una “paranoia horizontal” y mira alrededor, para depositar sus sospechas en las redes electrónicas, el anonimato virtual, la biotecnología más gore y las aplicaciones de venta libre. ¿Quiénes nos asustan más: los gigantes todopoderosos o nuestras propias tentaciones?