I. Hablar de quién vota el próximo domingo es preguntarnos no tanto por los representantes sino, más bien, por los representados; si es que la realidad admite clasificaciones tan nítidas. ¿Vota la gente? ¿Vota el pueblo?
No puedo aquí enumerar las diferencias, pero baste decir que resultan de las identificaciones en juego, del tipo de lazo social y de cómo cada quien, ahora sí, se representa a sus representantes.
Si siempre hay gente en eso que llamamos sociedad, no siempre hay pueblo. Cada uno de nosotros existimos en la sociedad, pero la pregunta por el pueblo exige que el cada uno devenga en un todos.
La pregunta, entonces, podrá ser: ¿cuál es el sujeto político de este momento histórico?
Pese a lo que podría creerse, la heterogeneidad es una marca inexpugnable del pueblo, mientras que en la gente hallaremos la dispersión. Al mismo tiempo, pueblo es la representación política de las fragilidades en lucha contra el poder.
Antes me referí a las identificaciones, pues están quienes ostentan una identificación con el colonizador y hay quienes se detienen en una identificación coagulada en la posición del oprimido. No obstante, el pasaje al pueblo se da cuando esta última se desarrolla como resistencia y rebelión contra la opresión.
II. Cuando las tensiones sociales aumentan o, mejor aun, cuando dichas tensiones se hacen manifiestas, con frecuencia pronunciamos aquella frase sobre lo que ocurre cuando los pueblos agotan su paciencia. Si deseamos ratificar la validez de este axioma, sin mucho esfuerzo encontramos experiencias históricas que lo confirman.
Sin embargo, también resulta inquietante que el agotamiento de la paciencia ocurra con demora. En efecto, los niveles de sufrimiento que solemos admitir son ingentes. Desde que Milei asumió, ante cada una de sus medidas expresamos que “todo se va a ir a la m...”, y aunque ello ya ocurrió, lo seguimos expresando en tiempo futuro.
Podemos, pues, hacernos una pregunta: ¿cuánto los pueblos reaccionan por sus niveles de padecimiento y cuánto por sus ideales? Intuyo que si la reacción solo surge por la magnitud del sufrimiento y prescinde de los ideales, las alarmas siempre suenan tarde.
III. Hay otro elemento a considerar: los recientes encuentros entre Milei y Trump. Muchos comentarios subrayaron la humillante posición en la que quedó el primero, y no fue ésta la única ocasión.
El problema, de todos modos, es que aunque observemos la degradación a la que Trump sometió a Milei, posiblemente no tengamos claro cómo reaccionan sus votantes a la humillación. ¿No habrá, por ejemplo, quienes se excitan con esa vivencia?
IV. La crónica diaria desmenuza si el Fondo o el Tesoro de EE.UU. envían a la Argentina, una vez más, millones de dólares. Todo eso ocurre mientras el 80 por ciento de los trabajadores no llega a un millón de pesos con su salario.
En síntesis, lo único que cambia si aparece o no una nueva remesa de dinero es la diferencia que hay entre ser expoliados o un desecho y esa diferencia es la misma que hay entre las 15 horas y las 15:10 horas.
Y entonces, la fruición de quien aspira a la profundización del endeudamiento y de la entrega, ¿no es, acaso, un goce en la autodenigración?
V. En la misma línea, se habló de la injerencia de los EE.UU. en las decisiones económicas y políticas de Argentina. El propio Trump expresó que si Milei pierde las elecciones no serán generosos.
Más allá de la confusión entre elección legislativa y presidencial, resulta notable el entrampamiento paradojal de la retórica trumpista-mileísta. Efectivamente, Trump llamó generosidad al egoísmo o, lo que es lo mismo, posiblemente haya un significativo número de argentinos que, en este momento, estén llamando recibir a lo que cualquiera denominaría entregar.
VI. Escuchamos a opositores anunciar que el plan económico de Milei fracasó. Quizá aquí opere una reversión del significado similar a la descripta en el párrafo anterior. Dicho de otro modo, evaluar que fracasó supone creer que Milei buscaba otro resultado económico cuando, en rigor, el estado de situación actual fue y es su proyecto.
Y no planteo esto porque me preocupe un detallismo semántico, sino porque en nuestro presente debemos preservarnos no solo de la violencia y el empobrecimiento que nos impone el actual gobierno, sino también de la confusión en la que nos introduce su profunda irracionalidad.
Que Milei triunfe en el fracaso es la cifra de sus decisiones y de su discurso, y solo con la misma perturbadora contradicción que Trump denomina generosidad al chantaje podríamos afirmar que el plan del presidente argentino fracasó.
Sería como suponer que la estafa $Libra es ajena a las doctrinas económicas de los libertarios, que el financiamiento narco no es correlativo de la propuesta cárcel o bala, que los femicidios son autónomos del discurso que repudia la ESI o que el actual antisemitismo no está en las entrañas del filosemitismo hipócrita que ostenta la derecha.
VII. Las semejanzas económicas entre Milei y la dictadura no impidieron señalar una diferencia. Esta última no fue elegida, mientras el actual gobierno fue votado. Sin embargo, esa distinción queda matizada, aunque no anulada, si consideramos no solo la violencia con la que el gobierno impone su política, sino si conjeturamos, con cierto horror, que la adhesión de muchos argentinos a la dictadura quedó disfrazada por el hecho mismo de haber sido resultado de un golpe.
Quizá, uno de los problemas históricos al pensar en los diferentes fascismos fue que consideramos un conjunto de gobiernos, y solo tangencialmente a la gente y a los pueblos.
VIII. Con ello volvemos al problema de inicio. ¿Quién vota?
Pese al triunfalismo de algunas voces opositoras, soy prudente en la predicción de los resultados de este próximo domingo. En primer lugar, porque efectivamente no sabemos qué pasará. Por otro lado, porque los resultados admitirán diversas interpretaciones. Por ejemplo, no será lo mismo contabilizar el porcentaje total de votos, que calcular cuántos legisladores suma cada partido. Por último, porque hay aun otro enigma que asoma ominosamente desde las sombras. ¿Cuánto les interesa, de verdad, al gobierno y a los votantes libertarios, ganar las elecciones?
Seguramente si logran un buen resultado mostrarán entusiasmo; no obstante, si Milei agredió a cuanto aliado tuvo, si ofenden a la mayoría de los argentinos cotidianamente, si los libertarios desnudan su racismo sin pudor y si piensan que la democracia y el Estado son pura corrupción y obstáculo, reitero: ¿será cierto que les importa ganar las elecciones?
Tengo la impresión de que apenas les interesa, incluso a sus propios votantes, ya que de hecho, el fracaso en todas sus dimensiones es lo que cotidianamente aplauden, fracaso con el que, además, alimentan su odio e irracionalidad.
Posiblemente, el único motivo que tengan para sacar más votos sea sentir que tienen más argumentos para seguir humillando a todos los demás.
IX. Quiero agregar una reflexión cultural. A partir de la expansión de las ultraderechas en el mundo y del progresivo uso de la inteligencia artificial, algunos autores plantean que estamos ante una mutación antropológica y que, en consecuencia, las categorías con la que pensábamos a los sujetos, a la realidad y a los vínculos, ya no están vigentes.
Al menos por ahora no abono esta hipótesis de la mutación antropológica, aunque debo reconocer que la vida diaria nos ofrece algún puñado de argumentos para que pensemos en ese sentido. Creo que quienes piensan así han quedado seducidos por una vivencia apocalíptica, incluso confundidos por la estructura mental de los ultraderechistas. En todo caso, el apocalipsis nunca es un destino sino, a lo sumo, una etapa transitoria que cada tanto retorna.
No desconozco, sin embargo, que somos testigos de innumerables transformaciones, entre las que debemos incluir lo que ocurre en los extremos de la vida: con los muertos hay cada vez más cremaciones que entierros, y velorios que casi no se hacen; al tiempo que los jóvenes desisten de tener hijos. Tal vez, como hace muchos años escribió Stefan Zweig (en Carta de una desconocida) “para ti habría sido incómodo, de pronto ser padre, ser responsable de un destino”.
Para votar, entonces, no es recomendable desestimar ni la historia, ni las tradiciones, ni el futuro, sino que debemos hacernos responsables del destino.
X. Y para concluir. Los psicoanalistas que nos dedicamos a estudiar los asuntos políticos solemos subrayar la importancia de la subjetividad, cuestión que fue propuesta por Freud. Sin embargo, hay un hecho curioso: es en los gobiernos de derecha en los que de manera siniestra cobran intensidad los efectos de la psicología de quien funge de presidente. Por caso, Fernando de la Rúa hizo campaña destacando un rasgo psicológico (“dicen que soy aburrido”) y, años después, Macri amenazó con el daño que podría hacer en caso de volverse “loco”. Por último, el estado mental de Milei ha sido desde siempre motivo de conjeturas y alarmas, y lo más angustiante, pues, es que su psicología se transformó en psicología social, que no solo intrusó el alma de quienes lo votaron sino la de todos los argentinos.
Pero hay una lección que extraemos del pharmakón griego: allí donde está el veneno también se encuentra el remedio. Pues bien, todos recordarán aquel aberrante discurso de Milei cuando dijo: “¿Ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento que se va a morir de hambre, con lo cual, o sea, digamos, va a decidir de alguna manera para no morirse”.
En síntesis, el mismo presidente lo advirtió: debemos votar para no morirnos de hambre, no seamos idiotas.
Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.
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