“Si el proyecto hubiese sido para otro teatro, para otra ciudad, otro país, posiblemente hubiese pensado una puesta en escena diferente. Pero Buenos Aires, con la historia que tiene con Freud y con el psicoanálisis, me inspiró a bucear en el subconsciente de la protagonista y llegar al punto de por qué ella es como es”, dice Bárbara Lluch, encargada de la dirección escénica de Salomé, la ópera en un acto de Richard Strauss basada en la pieza teatral de Oscar Wilde que a partir de hoy se pondrá en escena en el Teatro Colón

La nueva producción contará además el diseño de escenografía de Daniel Bianco, vestuarios de Clara Peluffo, iluminación de Albert Faura y coreografía de Mercè Grané. La dirección musical estará a cargo de Philippe Auguin, al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón. 

Dos elencos notables de cantantes actuarán en las seis funciones previstas para uno de los títulos musicalmente más estimulantes y dramáticamente más perturbadores y, acaso por eso, de los más atractivos de la ópera del Romanticismo tardío. 

Las sopranos Ricarda Merbeth y Carla Filipcic Holm se alternarán en el papel de Salomé, hija de Heródias, mujer de Herodes, representada a su vez por las mezzosopranos Nancy Fabiola Herrera y Adriana Mastrángelo. Como Herodes, tetrarca de Judea, estarán los tenores Norbert Ernst y José Ansaldi; en los paños de Jochanaan, el profeta, actuarán los barítonos Egils Siliņš y Hernán Iturralde, y Narraboth, capitán de la guardia de Herodes, estará a cargo de los tenores Fermín Prieto y Darío Leoncini. Las funciones serán este martes, el miércoles 29, jueves 30, viernes 31 de octubre y martes 4 de noviembre a las 20 y domingo 2 de noviembre a las 17.

“Es fácil decir que Salomé es un monstruo y que es una psicópata o lo que sea, pero claro, si te pones a leer un poco la obra de Wilde, pues resulta que al padre lo mataron entre la madre y el tío y ese tío empezó seguramente a abusar de ella. Hablamos de una adolescente y de un amor tóxico”, asegura Lluch. “En todos los personajes hay una forma de obsesión que llega al punto de la adicción. Por eso me interesa indagar en la relación entre la familia y Salomé”, agrega la directora de escena. 

Salomé viene de la historia bíblica de la hija de Herodes y el martirio de Juan el Bautista, que Oscar Wilde reescribió en clave de sensualidad, morbo y deseo. Prohibida en el Reino Unido por la censura victoriana –por "bíblica y pornográfica"– la pieza teatral se estrenó en Francia en 1896. Para el libreto de la ópera que terminó de componer y estrenó en Dresde en 1905 –Gustav Mahler la quiso estrenar en Viena pero la censura no lo permitió– Strauss tomó la traducción al alemán que la escritora Hedwig Lachmann hizo de la versión teatral del mismo Wilde. En una trama de pasiones cruzadas, distintas formas del deseo atrapan a los personajes. Herodes está obsesionado con Salomé que está obsesionada con Jochanaan que está obsesionado con Dios. “Nadie puede escapar del deseo que lo domina, en una obra de una actualidad inquietante que plantea un desafío a la hora de elegir entre lo que hay que decir y lo que hay que sugerir”, continua Lluch. 

Todo sucede en una jornada en el mismo espacio y la protagonista está continuamente en escena. “Esa presencia continua de Salomé en escena exige gran concentración por parte de las cantantes y tanto Ricarda (Merbeth) como Carla (Filipcic Holm ) están estupendas. Hay partes en las que cantan y partes en las que escuchan, pero siempre están actuando. Cuando Salomé está callada, en cuanto entra, lo primero que hace es expresar su incomodidad y la falta de oxígeno que siente alrededor del tetrarca. Es el banquete del cumpleaños de Herodes. Ella se aleja. En cuanto él la sigue ella prácticamente deja de hablar y lo único que dice es sí, no, sí, no. Yo creo que es la parte más difícil que sostener. Pero luego se le abre la ventanita para conseguir lo que quiere: el tetrarca le pide que baile, le dice que le dará todo y ella pide, pide y pide, hasta que obtiene el objeto de su deseo –la cabeza de Jochanaan en una bandeja de plata– y canta esa aria –"¡Ah! Ich habe deinen Mund geküsst, Jochanaan"– tan bella y tan increíblemente dura y difícil y cruel”, continua la directora de escena.

Acaso destinada al teatro por mandato familiar –es hija de la productora teatral Alicia Moreno y nieta de la gran Núria Espert– Lluch comenzó su camino como actriz, hasta que en 2005, en el Teatro Real de Madrid, se le dio la oportunidad de trabajar como asistente en una puesta de Lohengrin, de Richard Wagner. “Desde entonces estoy enamorada de esta profesión”, asegura. “Escucho hablar de teatro desde que nací y tuve la suerte de que de niña tomé clases de piano. Luego me apunté al violoncello y después al canto, varios años, y he de decir que si bien me sigo sintiendo actriz, ese paso por la música me ayuda mucho a empatizar con los cantantes”, sostiene Lluch que el año que viene tendrá a su cargo una nueva producción de Tristán e Isolda de Wagner en el Liceu de Barcelona. 

“Para mí resulta importante poder charlar con los cantantes acerca de cómo terminar de abordar los personajes. Como directora de escena en esta obra tengo que estudiarme unos 30 roles, entre actores y cantantes, pero ellos solo tienen que estudiarse el suyo, entonces, obviamente, de sus personajes saben cosas que a mí se me pueden escapar y ese intercambio de puntos de vista suele ser muy enriquecedor”, continua la directora de escena. “Necesito convertir el trabajo en un diálogo, en una conversación, en un juego y cuanto más talento tengan los repartos, es mejor para mí. Lo mismo sucede con la orquesta y el director musical. El gran desafío de esta puesta en escena es estar a la altura de la música. El maestro Auguin conoce esta partitura a la perfección, su lectura potencia el drama de una manera muy sutil y la colaboración resultó muy orgánica”, agrega Lluch.

– ¿Cuál te parece el momento escénicamente más delicado de Salomé?

– Me resulta muy atractivo que tanto en la obra de Wilde como en la ópera de Strauss no hay un momento importante sino un encadenamiento de acontecimientos. Uno lleva al otro, como en un dominó. Si Salomé no lo hubiese mirado en la mesa nunca hubiese descubierto a Jochanaan; que ella se levante de la mesa hace que Herodes baje a buscarla; si Erodes no bajaba a buscarla nunca hubiese empezado a acosarla y nunca le hubiese pedido que le baile. Y así, un acontecimiento nos lleva al siguiente, sin vuelta atrás, metiéndonos de a poco en esa cloaca y llevándonos a un final tremendo.

– ¿Cómo se representa el espacio escénico en esta puesta?

– Es abstracto y simbolista. El escenario es una plataforma que cada espectador puede terminar de definir. Podría ser la bajada a los infiernos, o de todas maneras la cloaca de la humanidad. Estamos en un momento de la historia del mundo donde resuena mucho de lo que pasa en Salomé, que podría haberse escrito esta mañana. Herodes es un hombre adulto que persigue a una niña de 15 o 16 años y no podemos no pensar en el caso de Jeffery Epstein en Estados Unidos y la pedofilia; o que asistimos a guerras, hambrunas y a un genocidio sin que los gobiernos hagan algo, del mismo modo que los que miran una decapitación, atolondrados por la lujuria, no hacen nada por impedirlo. Salomé resume la perversión, la obsesión con el poder, la falta de humanidad. Su universalidad está en que no tiene tiempo ni lugar, podría pasar en cualquier lugar del mundo hace 100 años o dentro de 200.