De las dicotomías que marcan el pensamiento en torno a la literatura, quizás la más célebre sea aquella que distingue a la poesía lírica de la poesía popular, como si la una fuese verdadera literatura y la otra apenas una manifestación más o menos ordenada del espíritu de las masas. Las formas de resolver esta falsa oposición han sido varias a lo largo de la historia: Raymond Williams, en Marxismo y literatura, entiende que la literatura es un momento de la cultura de una comunidad: de ahí que lo más elevado de la alta literatura sea una deriva, por decirlo de algún modo, de un conjunto de tensiones y elementos que ya estaban funcionando en un marco más amplio. En nuestro país, varios han sido los que buscaron señalar con énfasis la pertenencia de las prácticas literarias a los órdenes de la cultura popular, revitalizando el estudio de los géneros populares y llevándolos incluso a la academia, como sucede con los emblemáticos casos de Aníbal Ford o Jorge B. Rivera. En algún punto, en definitiva, lo que está en la cultura también se puede encontrar en las formas literarias más aparentemente encumbradas: no hay tango, murga, fanzine o historieta que no arme su propio sentido de lo lírico, si es que por tal cosa llamamos a los discursos poéticos más (aparentemente) cerrados sobre sí mismos. Este sentido abierto, expansivo de la lírica es lo que se puede encontrar en el último libro del poeta, ensayista y periodista Rodolfo Edwards, volumen que recopila una gran cantidad de notas publicadas en diversos medios gráficos, como Ñ, Perfil o el propio Radar, hasta presentaciones orales o textos inéditos. En las páginas de Todo es poesía menos la poesía, título que sale de las entrañas de Nicanor Parra, figura rectora que acompaña con su tono el armado de este libro, vuelve a encontrarse una y otra vez la idea de que lo poético excede a cualquier libro: hay momentos en que la vida, sólo por ser vida, como en un descuido, logra un acto, con o sin palabras, que puede contener más poesía que el verso más canónico que se nos pueda ocurrir. O mejor: ¿no es acaso parte de nuestra idea de la poesía una frase de una canción de Spinetta o Charly, un graffiti que encontramos por la calle o hasta el poema que escuchamos de trasnoche en un evento? Bueno, por ahí va la cuestión.
“En los 80 y los 90 era una suerte de activista cultural, no tenía mucho tiempo para la reflexión más ensayística, lo que hacía pasaba por otro lado”, confiesa Edwards. “Pero después fui desarrollando esa musculatura periodística, comenzando en Página 12, claro. Creo que de algún modo la idea, las preguntas ya estaban ahí, pero ahora por fin puedo ver esas ideas en estos ensayos que son notas publicadas en su mayoría, todas ordenaditas”. En las continuidades entre el poeta y el escritor reflexivo, Rodolfo Edwards, responsable de publicaciones a modo de hojas sueltas claves para pensar la poesía de las últimas décadas como La Mineta, o parte de proyectos relevantes para el llamado objetivismo de los 90, como la revista 18 Whiskys (en donde compartía espacio con nombres como Daniel Durand o Fabián Casas), no puede dejar de reconocerse en la estela de uno de los nombres que acompañan como espíritu señero cada una de las entradas del libro, Nicanor Parra. Los antipoemas de Parra tienen el mismo gesto que el acercamiento crítico de Edwards: evita la parte más anquilosada del academicismo, mira con atención la risa como gesto de validación estética y termina encontrando a un yo entremezclado con el entorno, con el resto de los lectores, con el resto de los vivos humanos que agitan esta tierra, como si el camino del yo fuera el de fundirse con la masa (cosa que también habla de Rubén Darío o de Borges, a su modo). “A mí, Parra me cambió la forma de escribir. Me acuerdo que una profesora me dijo en su momento que lo que yo estaba haciendo se parecía a Neruda: bueno, agarré y fui a leer todos los libros de Neruda. Esa poesía neorromántica, con toques amorosos, me fascinó, y de algún modo marcaron mi forma de pensar la poesía. Pero a eso de los 20 años encontré en una librería de usados un libro de otro generoso poeta chileno, Nicanor Parra. Y eso me cambió mucho más. A veces lo pienso como en el tenis: cuando te cambian el mango de la raqueta o sus cuerdas, te cambia todo el juego. Eso me pasó con Parra: me cambió la forma de jugar a la poesía. Encontré una cosmovisión de la poesía que no tenía nada que ver con Neruda. Parra era un escéptico, un nihilista que se burlaba de todo. Yo me apropié de la antipoesía para hablar de lo que me interesaba, en definitiva”. Y así se nota en estas páginas, repletas de referencias a un modo de pensar lo poético que termina encontrando en los márgenes la clave barrosa de su esquiva esencia.
MÚSICA, POETA
Con prólogo y edición de Walter Lezcano, también poeta y periodista, Edwards organiza una gran cantidad de entradas a partir de ejes que incumben a la poesía latinoamericana en sentido amplio, con el citado Parra, Zurita, Vallejo y hasta el Conde de Lautréamont (como buen francés, uruguayo) como objeto de semblanza y análisis; para luego moverse a problemas locales, mejor, barriales: Borges, pero el criollista, Evaristo Carriego, Nicolás Olivari, Homero Manzi. Lentamente, a medida que pasan las páginas, Edwards va entrando en el mundo de la música, en donde parece encontrar el epítome de su idea de poesía: una forma lábil, que no deja de crecer para terminar abarcando cada palabra, cada acto de lo cotidiano. A su vez, es en el tango, la música popular de Brasil y hasta el rock en donde parece que las intenciones de la poesía logran cumplirse.
“Además de Parra, debo reconocer que otro poeta que marcó mucho mi manera de pensar el género es César Fernández Moreno, el hijo de Baldomero Fernández Moreno y autor de libros como Argentino hasta la muerte”, menciona Edwards para ordenar un poco sus ideas. “Creo, honestamente, que ambos poetas llevan a su concreción la idea que ya está en Lautréamont, de que la poesía debería ser escrita por todos. Y es que la poesía va más allá de la caja de un libro, al final. La poesía puede ser hecha por todos, se le puede escapar a cualquier persona en el medio de una conversación, no hay nada más que afinar un poco el oído para escuchar eso. Ahí es donde creo que la poesía se conecta o tiene más que ver con la oralidad, sin dudas, con las tradiciones orales. Eso es también lo que me inclina a poner en lugares tan importantes a Nicanor Parra, a César Fernández Moreno, a Nicolás Olivari, pero también a algunos escritores que quedaron un poco fuera de la atención lectora, como Mario Jorge de Lellis, que, como digo en el ensayo de este libro, le dio forma a la generación del 60 de la poesía argentina con un tipo de verso muy implicado en lo cotidiano, en la experiencia de todos los días, en lo que todo el mundo puede leer y entender, y por eso te termina pegando, creo”.
Si la oralidad es la clave para entender la forma poética, los actos de dicción, de recitado, pero, sobre todo, de canto confirman su importancia como una forma menos marginal que central de hacer circular la poesía. La sección de música, que pasa de nombres como Bob Dylan y Leonard Cohen hasta los locales María Elena Walsh, Luis Alberto Spinetta o el Indio Solari, termina coronando las búsquedas del libro como si imprimiesen un mapa rítmico al trabajo. De los nombres canónicos para nuestro mundo cultural a la música: no hay nada que quede afuera de la posibilidad de renovar, vía el “regreso a los orígenes”, nuestra idea de poesía. Así, el surrealismo como vanguardia se refresca con el gesto vivo y local de un músico escuchado por todos, como pasa con Spinetta, que parece cumplir mejor las pretensiones de Breton o Artaud, o Solari, que construye en sus versos oraciones tan complejas que nunca podrán entenderse del todo, pero no por difíciles, sino por reunir complejidad y popularidad en un mismo gesto, en algún punto, como la hace el tango en sus letras.
Rodolfo Edwards, quien también escribió Con el bombo y la palabra (2014) y varios libros de poesía como Mingus o muerte y Culo criollo, armó una poética y también una ensayística que parte de la idea de que la poesía es para todos y es hecha por todos. Hay algo de lo poético que poco tiene que ver con el significado. Y es que la poesía, sabemos, tiene un solo atributo constante que desborda cualquier tipo de intento de comprensión rutinario: su fuerza.
>Fragmentos de Todo es poesía menos la poesía
MARÍA ELENA WALSH: LA GRACIA DE LA POESÍA
Tan alta como tímida y rebelde, publicó su primer libro de poesía a los 17 años, Otoño imperdonable, con el que obtuvo el segundo Premio Municipal de Poesía. A partir de aquí todo fue futuro. En 1948 viajó a EE.UU. invitada por el poeta español Juan Ramón Jiménez y posteriormente residió en París hasta 1956. Es allí donde junto con Leda Valladares, en una habitación del sexto piso sin ascensor del Hotel du Grand Balcon, dieron forma al legendario dúo musical folklórico argentino “Leda y María”.
Social, artera y juguetona es su poesía, la rima y el disparate son su constante. Actitud, voz y pluma, le dieron un impulso irrefrenable que haría historia en la música y la literatura argentina. Catalogarla bajo el rótulo de autora de literatura infantil sería, casi, perderle el respeto. Editó una veintena de discos y más de cincuenta libros, donde alternó deliciosos tratados destinados a los más pequeños de la casa, con crónicas familiares y una alta poesía de transparente factura que supo llegar sin intermediarios al corazón del gran público. Resonarán por siempre en nuestra memoria canciones como “El reino del revés” o “Como la cigarra”. La poesía de Walsh no suele ser valorada por la crítica académica y se la suele confinar al panteón de los “cancionistas”, tal vez por su trascendencia popular. Afortunadamente, muchos pensamos lo contrario.
Walsh supo alternar la exploración de lo íntimo con la observación social. “El mundo siempre fue de los que están arriba / pero hoy es de un señor en ascensor / a quien podemos ver en las revistas / cortando el bacalao con aire triunfador”, cantó en el vals “Los ejecutivos” con ácida ironía. El extenso poema “Eva”, dedicado a Eva Perón, es una sentida plegaria que celebra a los más humildes y enaltece la condición femenina, enraizada a la tierra y a interminables luchas.
SPINETTA: EL EMPORIO DE LAS IMÁGENES
Aquí corresponde formular una pregunta casi obvia: ¿es lícito integrar a un “letrista” de un género popular al corpus de la poesía literaria? El compositor e intérprete canadiense Leonard Cohen fue galardonado en 2011 con el premio Príncipe de Asturias de las Letras, el compositor norteamericano Bob Dylan viene siendo candidateado al premio Nobel de Literatura desde el año 1996 (para luego ganarlo). En la historia de la música popular universal han brillado cantautores como Jacques Brel, el mexicano Agustín Lara, el catalán Joan Manuel Serrat, el brasileño Chico Buarque, la chilena Violeta Parra o el uruguayo Alfredo Zitarrosa, por sólo nombrar a algunos, quienes han dignificado con sus obras la canción popular. Pero en el campo popular argentino se sigue dudando o mirando con desconfianza a las letras del cancionero de los géneros populares. A veces se las termina reconociendo, pero a regañadientes, con reparos. En referencia a los primeros momentos de la poesía de Spinetta, el periodista Alfredo Grieco y Bavio (1995) opinó: “El proyecto de Almendra fue bastante más ambicioso que el común: incluían vientos, trabajaban con el arreglador Rodolfo Alchourron e invitaron al bandoneonista Rodolfo Mederos. La lírica era un compuesto de estéticas que, como el surrealismo, habían perdido hacía años su vigencia plena en la literatura. Sin embargo, alcanzaban una seguridad nueva, triunfante y definitiva, como quizás nunca hubieran alcanzado en las letras argentinas”.
Una nueva percepción, el desafío de armar “los espacios imposibles”, la deriva de los fragmentos, la sublevación ante lo dado, atraviesan la poética spinettiana en los momentos más radicalizados de sus búsquedas estéticas. En la misma época en que descubría la obra de Artaud, el Flaco también leía a otros poetas: “Leía a René Daumal, Rimbaud, Baudelaire, Cocteau, Lautréamont. En la época de Almendra leía un poco de poemas de Pizarnik. Es una artista maravillosa y por momentos también puede hacerte mal leer lo que escribe”, le respondió en su momento al periodista Juan Carlos Diez.
Lejos del mundillo literario, los corsés estéticos y las tensiones propias de la vida intelectual, Spinetta devuelve al surrealismo la audacia y el riesgo que parecían definitivamente perdidos. Esa no pertenencia al campo literaria jugaría a su favor. La crítica Beatriz Sarlo sostiene que Roberto Arlt y Manuel Puig escriben “desde afuera” de la literatura (el folletín, el periodismo, la novela sentimental). En el mismo sentido, Spinetta escribe “desde la canción”.



