Un diálogo breve y efectivo resume el espíritu de la nueva serie de Mick Herron para Apple TV+, Down Cemetery Road (algo así como “por la calle del cementerio”). “Bueno, bueno, bueno, ¡una cliente! … Déjame adivinar”, dice una mujer con el pelo canoso y alborotado, vestida de cuero y botas, mientras sale de una oficina llena de polvo y papeles apilados. “Tenés un marido y él tiene una secretaria. ¿He dado en el blanco?”. Si bien la interlocutora no es todavía una clienta, pronto lo será, pero no al estilo de Mary Astor en El halcón maltés, con elegancia y secreta perfidia, dispuesta a enredar al cínico detective privado en una búsqueda imposible con varios muertos y una estatua perdida en esa ciudad portuaria. No, Sarah es apenas una restauradora de obras de arte, residente del sur de Oxford, que una mañana saluda a una niña en la calle y a la noche siguiente descubre que ha quedado huérfana y cautiva en un hospital luego de una extraña explosión en la casa vecina. Detrás de esa catástrofe no hay un marido y una secretaría –o sí, pero ella no lo sabe–, sino un misterio que solo un detective privado puede resolver.
La impensada “private eye” de Down Cemetery Road no es otra que Zoë Boehm, personaje recurrente de la literatura de Mick Herron que en la serie tiene el cuerpo y la gracia de Emma Thompson. ¿Quién lo hubiera imaginado? La actriz de esas criaturas de Austen o de Shakespeare como Sensatez y sentimientos y Mucho ruido y pocas nueces, el ama de llaves reprimida de Lo que queda del día, y la Profesora Trelawney de Harry Potter se convierte ahora en la cínica y descreída detective de Herron, figura que encuentra en el ya mítico Jackson Lamb de Gary Oldman en Slow Horses un lejano pariente de humores rancios –aunque no olores– y atmósferas lóbregas. Sin embargo, esta vez no estamos en la febril capital del servicio secreto y sus tejes y manejes del poder en las sombras, sino en la académica Oxford y los tejes y manejes del Ministerio de Defensa, sus operativos secretos y sus muertos que resucitan. Ese es el hilo que sigue la desprevenida Sarah, con la convicción de que solo busca el paradero de una niña desaparecida para enredarse en el corazón oscuro de la série noire.
Down Cemetery Road es la primera novela de Herron, publicada en 2003, y es la presentación del personaje de Zoë Boehm, epicentro de cuatro secuelas del autor unidas bajo la etiqueta The Zoë Boehm Thrillers. Por aquel tiempo Herron vivía en Oxford, trabajaba en una editorial y dedicaba sus ratos libres a la escritura. “Me llevó mucho tiempo escribir el libro", revelaba el año pasado en una entrevista con The Guardian. “En ese entonces tenía una vida en marcha, no era un escritor profesional. La mayoría de la gente de mi entorno no sabía que escribía; era muy reservado. Supongo que es la misma historia que las primeras novelas de muchos escritores: notas garabateadas aquí y allá en momentos que podés dedicarte a vos mismo”. Cuando terminó de escribirla, consiguió un agente pero la novela fue rechazada por varias editoriales importantes hasta que se publicó de manera independiente y obtuvo apenas una reseña en The Daily Telegraph. En la década siguiente abandonó a Zoë por el irritante Lamb y la saga Slow Horses causó mayor impacto. “La reseña en el Telegraph fue la última vez que me reseñaron en un diario nacional durante trece años, hasta que la serie Slow Horses empezó a cobrar impulso, alrededor de la tercera novela, y entonces reaparecí en el marco de los concursos nacionales. Así que pasó mucho, mucho tiempo, y me convencí de que no iba a ser un escritor famoso o aclamado. Eso me puso los pies en la tierra”.
EN LAS AFUERAS DEL CEMENTERIO
Sarah Trafford (Ruth Wilson) trabaja en los detalles de un óleo en una pequeña galería del sur de Oxford. Va y viene a su casa en bicicleta, sus amigos son bohemios del barrio, es voluntaria en varias ONGs, su casa es colorida y luminosa. Eso sí, vive con Mark (Tom Riley), su marido, un agente financiero algo snob y dedicado a conseguir inversores pedantes y adinerados. La vida social de Sarah está llena de incipientes contradicciones, pero ese precario equilibrio se desmorona cuando en la cena pensada para asegurar el cliente de Mark, una brutal explosión destruye la casa lindera. El padre y la madre que allí habitaban han muerto; la única sobreviviente es la pequeña niña que Sarah cree haber saludado esa mañana. Ese hecho fortuito la sumerge en una cruzada personal que cree noble, y que termina en un espiral de intrigas y misteriosas desapariciones. La primera es la de la nena del hospital, la segunda, la propia. Y detrás de ella asomará primero la figura de Joe Silverman (Adam Godley), un émulo torpe de Raymond Chandler, con deudas y una madre anciana que todavía lo sobreprotege. Pero también Zoë Boehm, su esposa infiel, de lengua filosa y humor sarcástico, con mañas que hacen de su astucia un arma imprescindible.
El sonado éxito de Slow Horses impregna la concepción de la serie creada por Herron y su equipo nuevamente para Apple TV+. Por cierto está el humor negrísimo y ajustado al tono descreído de estos tiempos, donde todo lo que nos desorienta alberga alguna teoría loca y conspiranoica en sus entrañas, donde el desapego nos protege de la angustia, y la sospecha nos preserva del matadero. Pero Zoë Boehm no es Jackson Lamb: su aseo es incuestionable y su vitalidad más estimulante, aunque algo del cinismo de su hermano literario pueda dejarnos entrever la mirada de Herron sobre nuestra realidad. Una mirada que asume la herencia de las criaturas de John Le Carré como George Smiley –aunque al autor la comparación le parezca excesiva–, y que al mismo tiempo ha sido premonitoria sobre el efecto duradero de los traumas pasados en el presente de sociedades como la inglesa. En la novela del 2003 estaba la Guerra de Irak como trasfondo; en la serie está el conflicto en Afganistán, el rol del Estado en el desamparo de sus ciudadanos, y la creencia de que nada de lo que vemos se asemeja a la verdad, pues ella parece haberse perdido como la olvidada niña en el hospital.
Tanto Slow Horses como Down Cemetery Road son historias de fracasos cuyo tono escapa a la tragedia y a la autoflagelación. Sus personajes cometen errores y deben vivir con las consecuencias, cualquiera sea la magnitud. En Slow Horses, tanto Lamb, guiado por una ética contraria a la moral definida por el orden establecido, como el joven River Catwright, atrapado en su propio ego y descartado como chivo expiatorio de los acuerdos entre funcionarios, deben negociar su propia supervivencia, imponerse a los codazos en los márgenes, tejer estrategias para sortear un beneplácito que solo se aplica a quienes cumplen las normas. En Down Cementery Road, Boehm desafía el espejismo literario del detective privado, una figura arcaica recordada solo por su propia generación y reconvertida en un oficio anacrónico y poco rentable. Salir de ese fracaso aparente para descubrir lo que todos creen imposible es un reto personal. “Quizás estuve tan habituado al fracaso que por ello se convirtió en mi tema preferido”, recuerda Herron. “Escribir sobre fracasos, sobre personas que ven frustradas sus ambiciones, se convirtió en una razón concreta de por qué mi escritura tomó el rumbo que tomó”.
EL PERSONAJE DE MI VIDA
Si Slow Horses –que ya lleva cinco temporadas y tiene proyectada una sexta para el año que viene– se sostiene en su excepcional reparto, capaz de trazar una oposición de estilos y proveniencias entre el irascible y flatulento Lamb, confinado al destierro en la destartalada Slough House del servicio secreto, y Diana Taverner, en la vidriera del poder (el primero en la piel del excepcional Oldman, la segunda bajo la altiva mirada de Kristin Scott Thomas), era todo un desafío para Down Cementery Road encontrar un posible paralelo. Son Emma Thompson como Boehm y Ruth Wilson como Sarah, quienes llevan adelante el relato en la tensa armonía entre una clienta desprevenida y una detective obligada a cumplir la misión como una cuenta pendiente, un deber a su marido engañado. Culpa y castigo circulan como maridaje existencial entre la incansable búsqueda de Sarah, y la osadía de Boehm de seguir sus pasos.
“Down Cemetery Road presenta explosiones, asesinatos, soldados fugitivos, un par de hermanos psicópatas, el secuestro de una nena y encubrimientos de inteligencia de alto nivel. Pero siempre tuve en claro que el personaje es el punto de partida de toda historia, y que las tramas intrincadas son un ‘árbol de mayo’ alrededor del cual bailan los personajes. La fuerza impulsora, los elementos desencadenantes, lo que origina toda la acción, es en definitiva un MacGuffin”, explica Herron en The Guardian. Elegir un personaje es también adoptar una voz, y tanto Lamb como ahora Boehm, consiguen con su presencia en las series una distinción profunda para el tono del relato. Oldman impone su cansino desplazamiento como clave para contrarrestar el vértigo de un mundo en el que todo ocurre sin respiro: se detiene para pensar, para poder adelantarse a lo que viene. Y Zoë Boehm también expresa su constante discusión interna con ese “personaje” que proyecta, el del detective sagaz, para asumir la suerte con la que a veces cuenta, así como el conejo que siempre saca de la galera. “Todos te subestiman”, le dirá su suegra. “Esa es tu verdadera ventaja”.
Down Cemetery Road es el reencuentro con ese primer Herron todavía virgen del éxito y de la condición de sarcástico observador de un mundo en crisis, del que puede esperar su caída para recoger sus pedazos. El tejido debajo de Zoë Boehm es más humano, menos endurecido por las pérdidas y deslealtades, quizás abierto a las heridas que vendrán, por cierto, inevitables. Con el correr de los años, y sobre todo en la saga Slow Horses, su narrativa se ha tornado más oscura. “Creo que siempre habrá un elemento secreto en el poder. Y esto es esencialmente de lo que escribo: no importan los objetivos de cualquier organización, siempre habrá gente en ellas. Y, por lo tanto, habrá todo tipo de celos mezquinos, ambiciones, rencor... y también amabilidad. Todo lo que ocurre en las trastiendas”, concluye. Pero aún en la residual inocencia de Sarah, en el hallazgo de una oscuridad abismal tras ese altruismo que creía encarnar, radica la última esperanza, la de Zoë Boehm de ser la detective de los últimos sueños de la serie negra, la astuta que sortea ese fracaso que Herron exorciza con la escritura. La esperanza de seguir escribiendo, para no dejar que gane el estupor.



