Matate, amor 5 puntos
Die my Love, Reino Unido/Canadá/Estados Unidos, 2025
Dirección: Lynne Ramsay
Guion: Enda Walsh, Alice Birch y Lynne Ramsay, basado en la novela homónima de Ariana Harwicz
Fotografía: Seammus McGarvey
Duración: 98 minutos
Intérpretes: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Sissy Spacek, Nick Nolte, LaKeith Stanfield.
Disponible exclusivamente en salas.
La adaptación cinematográfica de la novela Matate, amor, de la escritora argentina radicada en París Ariana Harwicz, es una de esas películas que tiene todo para ser considerada brillante. Las actuaciones comprometidas de sus protagonistas, Jennifer Lawrence y Robert Pattinson; un guion tenso que no teme hacer equilibrio al filo de la tragedia; un despliegue técnico que en algunos rubros bordea el virtuosismo; una narración guiada con mano firme por la cineasta escocesa Lynne Ramsay; y sobre todo, la voluntad firme de conmover, de zarandear las emociones del espectador a puro drama, sin concesiones. Cine hecho para un público resiliente, dispuesto a bancarse la que venga.
Paradójicamente, también tiene todos los elementos para ser considerada desde un punto de vista diametralmente opuesto. Escenas en las que la pareja protagónica se pasa de rosca con el histrionismo; un guion que se excede en juegos simbólicos obvios y metáforas al ras de la pantalla; una composición dramática que por momentos se percibe cercana a la manipulación; y sobre todo, la sospecha de haber sido meticulosamente planificada para conmover e incluso incomodar a cualquier precio. En especial a los miembros de cierta Academia, encargada de entregar ciertos premios. Lo que se conoce como “carnada para los Oscar”.
Grace y Jackson parecen la pareja perfecta. Jóvenes, hermosos, enamorados, con el futuro por delante y todo a favor. Acaban de mudarse desde Nueva York a una casita en el campo, pero lo que podría ser la historia de amor perfecta cambia con la llegada de la maternidad. Desde el principio, Lawrence y Pattinson abrazan con intensidad las emociones de sus personajes, actitud fundamental para generar climas intensos y genuinos. Pero a medida que la película concentra su atención en Grace, en la forma en que va quedando aislada en el núcleo de una constelación cerrada, la cosa empieza a tender al desborde, lesionando la atmósfera verosímil que se había logrado construir.
El gran logro de Ramsay es haber conseguido que la casa en la que habita la pareja funcione como un tercer protagonista con entidad y personalidad propias. Un personaje cuyo arco va del plano inicial, en el que aún roñosa y medio desvencijada les brinda a los jóvenes un abrazo cálido, hasta el final, cuando refaccionada por completo se ha convertido en un ser extraño, un no-lugar en medio del campo. Una transformación acorde al concepto freudiano de los siniestro, donde lo familiar se va volviendo ajeno. En el medio, la película desperdiga simbolísmos un poco ramplones, como las figuras del caballo salvaje o el motociclista misterioso, por ejemplo, que parecen remitir sin mayor profundidad a la libertad perdida y el deseo obstruido de la protagonista.
Tal vez el principal problema de Matate, amor tenga que ver con eso, con la eterna dificultad de las adaptaciones de darle a la poética literaria una nueva identidad poética puramente cinematográfica, sin caer en la trasposición directa, literal y explícita. Algunas figuras pueden ser profundas y repletas de sentidos cuando se utilizan las palabras adecuadas para crearlas, pero resultan superficiales si se las intenta encasillar en una imagen. Porque no siempre una imagen vale más que mil palabras y el cine, lejos de atarse a las construcciones del lenguaje escrito, lo que necesita es encontrar un vehículo adecuado en su propio lenguaje y bajo sus propias reglas.


