En su libro Principios de economía política y tributación, David Ricardo, un gran economista inglés de principios del siglo XIX, elaboró una teoría del ahorro según la cual éste dependía de la tasa de interés y lo consideraba como la retribución a renunciar a consumir en lo inmediato y una recompensa a la frugalidad. Ricardo trató, con esta hipótesis de apoyar la teoría de Jean-Baptiste Say, llamada la “Ley de Say”, que enunciaba que “toda oferta crea su propia demanda”, lo cual descartaba la posibilidad que hubiera una crisis de “superproducción”, como se decía en esa época, donde la oferta global fuera superior a la demanda global. 

El mecanismo del retorno al equilibrio en el caso de que esto sucediera, según Ricardo, era bastante simple: cuando se aumenta la tasa de interés los agentes económicos dejan de consumir y ahorran para aprovechar el incremento de la tasa de interés; los productores disminuyen la producción y los precios bajan. Una teoría del ajuste versión siglo XIX. Keynes explicó en la Teoría General que la crisis no resulta de un exceso de producción sino de un déficit de la demanda efectiva. Una parte del ingreso es atesorado lo cual implica que no se gasta una parte del mismo lo cual constituye el origen de las crisis recurrentes del capitalismo. Vale decir: el desequilibrio proviene de una falta de demanda y no de un exceso de oferta.

Pero conviene recordar que los agentes económicos que actúan en el esquema de Ricardo son los ricos, puesto que los trabajadores viven con un salario de subsistencia que solo permite mantener y reproducir la fuerza de trabajo y por lo tanto no ahorran. El ahorro es un atributo de los ricos no porque dejan de consumir debido a que la tasa de interés sea incrementada sino porque no pueden gastar todo lo que ganan.

Quizás inspirado por el eminente predecesor inglés, el presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, explicó en la conferencia de prensa del 11 de mayo de 2016: “Si la inflación sube, la tasa (de interés) sube, estimulando la sustitución de consumo por ahorro y alineando las expectativas hacia la baja. A medida que la inflación baja, las tasas bajan, acompañando la desaceleración” (y el ahorro disminuye). Vale decir que cuando la tasa de rendimiento de las Lebac se incrementa a 28,75 por ciento anual los consumidores dejan de comprar aceite y compran Lebac con su ahorro. Los economistas deberían tener hacia aquellos que sostienen esta teoría del ahorro la misma deferencia que los químicos contemporáneos manifiestan hacia los alquimistas.

La contabilidad nacional brinda otros elementos de análisis del ahorro más consistentes que el hipotético laudo entre el consumo y la especulación vía la tasa de interés, ya que permite afirmar que el ahorro menos la inversión es igual al saldo de la balanza de pagos. En un gobierno peronista o conservador o con una política económica keynesiana o neoliberal, esa igualdad se verifica siempre, ya que es una identidad que se desprende de la contabilidad macroeconómica. En términos globales, el nivel del ahorro no tiene absolutamente nada que ver con la tasa de interés, sino que se explica por la distribución del ingreso. 

En una economía en la cual no hubiera ni entradas ni salidas de capitales, el saldo comercial positivo es idéntico al ahorro menos la inversión. En efecto, en este caso el saldo comercial positivo permite que la demanda global sea idéntica, gracias al excedente de la balanza comercial, a la oferta global. En la balanza de pagos, que tiene en cuenta además las entradas y las salidas de capital, éstas últimas se cuentan como un pago que se realiza al exterior y equivale a un incremento de las importaciones y las entradas de capital –la toma de deuda– es equivalente a una exportación. Pero contrariamente a las exportaciones, la deuda hay que pagarla. 

Un déficit de la balanza de pagos en un país donde las importaciones más las salidas de capitales son superiores a las exportaciones más las entradas de capital indica que hay un déficit de ahorro. En el caso argentino significa por un lado que las exportaciones agrícolas son insuficientes para pagar las importaciones, y por otro lado que las salidas de capital (de ahorro) son superiores a las entradas.

La igualdad según la cual la diferencia entre el ahorro y la inversión es igual al resultado de la balanza de pagos muestra que hay una autonomía entre el consumo y el ahorro. Simón Kuznets, Premio Nobel de Economía en 1971, que estudió la relación entre el ahorro y la distribución el ingreso, mostró en el capítulo “Crecimiento económico y desigualdad del ingreso” de su libro Crecimiento económico y estructura económica, publicado hace más de medio siglo, que solo ahorran el 5 por ciento de los individuos que ganan más. Y señala que “el 5 por ciento de los más favorecidos concentran  dos tercios del ahorro individual y el decil superior la totalidad. Es más, la desigualdad de la distribución del ahorro es más pronunciada que la distribución del ingreso”. Esta estadística avaló la hipótesis de Keynes según la cual la propensión media a consumir de los agentes económicos de altos ingresos es sumamente baja porque pueden satisfacer sus necesidades de consumo con una ínfima parte de lo que ganan. 

Lo importante es que el 90 por ciento de la población no ahorra, y si no consume todo lo que gana durante un período determinado es porque atesora en vistas de una compra en el período siguiente. Los diversos trabajos estadísticos y econométricos contemporáneos, en particular los de Thomas Piketty y su equipo de l’Ecole Economique de Paris, dan resultados similares y muestran que desde la década del ‘90 existe una concentración no solo del ahorro y los ingresos sino también del patrimonio. Esta situación prevalece en Argentina según datos del Banco Mundial: en 2014, el 95 por ciento de los adultos no depositó ahorros en una entidad financiera. 

Esta estadística está en línea con las estadísticas del Indec que indica que para el segundo trimestre del 2017 el 10 por ciento de los que reciben los ingresos más elevados obtienen 30,7 por ciento del PIB. Esto permite señalar que no solo no pueden gastar en consumo todo lo que ganan sino que existe un alto nivel de ahorro. 

Esta tendencia se ve acentuada por la disminución de la presión tributaria sobre los altos ingresos a través de la disminución de las retenciones de las exportaciones agrícolas, la disminución de la tasa marginal del Impuesto a las Ganancias, la reducción del Impuesto a los Bienes Personales. La consecuencia es el desfinanciamiento del Estado, que debe acudir a los mercados de capitales internacionales y tomar deuda, y por otro lado se incrementa el déficit de la balanza de pagos. Como la contabilidad nacional muestra que el déficit de la balanza de pagos es igual a la diferencia entre el ahorro y la inversión esto significa que una parte importante del ahorro global parte al exterior.

* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París. Autor de “Le Peronisme de Perón a Kirchner” Ed. de L’Harmattan, París 2014. Editado en castellano por Ed. de la Universidad de Lanús, 2015

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