"Armando el arbolito", escribió y subió a la red la señora del Presidente, en los prolegómenos de las fiestas. Anunciaba así la acción con la que se entretenía, y sumaba la imagen de un arbolito que se dirigía al universo de celulares argentinos; un arbolito gigante iluminado por la ventana sin cortinas, una gran ventana para la gran luz del parque -en ese momento cordobés‑ con sierras al fondo; sus zapatos se deslizaban por el piso y un hilo de agua le mojaba la suela. Con la orden verbal llegó el secador que secó prolijamente. Pero el hilo volvía, el hilo volvió, el hilo volvía y el agua brillaba apagadamente entre las guirnaldas y los globos de vidrio todavía sin colgar, todavía desparramados por el piso. El agua llegaba por un hilo conductor que no se interrumpía, corría y se profundizaba, atravesaba cuevas y grutas,  suelos y subsuelos, muchos ríos subterráneos en los que apenas se desviaba encontraba otra vez el rumbo, corría hasta que conectó con el mar. El hilo de agua se hundió en el mar y se oscureció, la masa lo arrastraba a las profundidades, siguiendo la corriente se impulsó con mayor velocidad, hasta que tocó materia densa: el ARA San Juan. Envuelto en sombras y lamido por las algas el ARA San Juan se suspendía con sus cuarenta y cuatro tripulantes cargados de  silencio.

Incorporado al Comando de la Fuerza de Submarinos (COFS), el submarino hacía ejercicios en el mar, punto de llegada: la Base de Mar del Plata, en el recorrido largo de ejercitaciones desarrollaba lo llamado "Etapa de Mar" de la Armada Argentina. El 15 de noviembre del 2017, en plena ejercitación, la explosión que se produjo fue captada en Europa, volvíamos al mundo: la noticia de que al Aras San Juan lo había tragado el mar después de una explosión, en medio de un ejercicio, iba de país en país, daba vueltas al mundo.

En el golfo San Jorge, en Puerto Madryn, ya no se avistaban ballenas, todos los ojos perseguían el mar buscando la señal, el signo que diera aliento para disipar los malos presagios provocado por el silencio terrible de la nave.

Está en un lugar del Atlántico Sur, su resplandor metálico fija ese rincón rotundo y desconocido, demasiado lejos de los arbolitos festivos de arriba. La pequeña nave rota da la lista de los que no se sentaron a la mesa de las Felices Fiestas. No estaban en las de Mar del Plata, faltaban a las mesas de muchas ciudades de muchas provincias de donde eran oriundos, de Jujuy, Buenos Aires, Córdoba, Misiones, Entre Ríos, San Juan, Salta, Río Negro, Tucumán, Santiago del Estero, Santa Fe, San Luis.

Faltaron también a la mesa de sus familias, Santiago y Rafael Nahuel.