Es el año 1995 y yo tengo 15 años. Estoy en el living de la casa de una amiga del colegio, sentada en un sillón al lado de quien me dará mi primer beso. Es sábado y es de noche. El, quien me dará mi primer beso, está muy cerca y yo muy nerviosa pero decidida a que eso pase. Estoy decidida porque él me gusta mucho y porque ya estoy grande para no haber besado a nadie en la boca. Casi  todos, por no decir “todos” mis amigos y amigas ya “transaron” alguna vez. Yo no. Yo fui niña, muy niña hasta hace poco.

De ese sillón recuerdo perfectamente la textura: áspera y con relieve, rayas grises elevadas sobre otras negras, hundidas. La sensación es la de estar sentada sobre algo de lana. Y ahí estoy yo, expectante y nerviosa. Mientras hablamos, no recuerdo de qué, percibo como él se va acercando de a poco. Esa noción de su cercanía me confirma que ya está. Que eso sucederá. Que a partir del día siguiente yo no estaré más en el grupo de las que no besaron, grupo del cual quizás sea la única integrante. Mientras todo esto ocurre en el equipo de música suena “Cometa azul”, el primer tema del CD Un pájaro te sostiene que musicaliza la entrada de Eros a mi vida. Ese disco, una compilación de canciones de Almendra, es un objeto que todavía conservo.

Descubrí a Spinetta en el año 1993 durante unas vacaciones en Mar del Plata con dos amigas y  la mamá de una de ellas. Si bien lo había escuchado nombrar y conocía “Muchacha ojos de papel”, ese verano, el casette Retrospectiva de Almendra, que una de mis amigas había recibido como regalo de cumpleaños de parte de su hermano músico, dio vueltas en el radiograbador una y otra vez haciéndonos escuchar miles de veces “Fermín”, “Ana no duerme”, “Figuración”, “A estos hombres tristes”, y otras tantas canciones increíbles.

Dos años después, estoy en ese sillón. Ahora suena el segundo tema “Un pájaro te sostiene”, y él está un poco mas cerca que antes. Esa noche, además de él y yo están en la casa el resto de mis amigos y amigas del mismo grupo del secundario. De repente escuchamos un ruido y como en una escena de una comedia bien boba se los ve a todos amuchados detrás de una puerta de vidrio desde la cual se ve el sillón en el que él y yo nos daremos nuestro primer beso. El mío, el primero de mi vida. Al descubrir mi mirada se tropiezan, caen y salen corriendo. Nosotros nos reímos. “...cada vez que tú no estás la música parece que muriera un poco más”, canta Emilio del Guercio y la guitarra distorsionada ensucia el parlante del living. Yo toco el sillón áspero y él se acerca un poco más. Ahora no solo estoy por dar mi primer beso, no estamos solo expectantes él y yo. El resto, afuera, está atento también. 

Ahora sí, él se me acerca totalmente y por fin sucede. Apoya sus labios sobre los míos, y yo atino a besarlo de la manera en que hasta ese momento dí los besos: cerrando la boca. Pero me doy cuenta que lo que hay que hacer es otra cosa. Eso que está pasando es algo que nunca había hecho. Soy consciente de eso y me dejo llevar. Suena el tercer tema del disco: “En las cúpulas”. Entonces, mientras ese primer beso sucede y yo no lo olvido nunca jamás, la voz aguda de El Flaco desde el equipo de música canta, pero parece aullar. Se fusionan para siempre ese sonido con ese beso. El resto del cuerpo quieto, los pibes y las pibas espiando, nosotros ensimismados. Hoy pienso que no es el mejor tema para darse un beso por primera vez, o que no es el tema para darse un beso. Pero la canción que le sigue, “Obertura”, es instrumental y su sonido setentoso y su tinte épico parecen una buena combinación para esos besos que empiezan a fluir. Llega el tema 5:”Carmen” otra vez Emilio del Guercio y nosotros la cantamos porque la canción nos parece graciosa. Los temas 6 y 7 “Vete de mi cuervo negro” y “Florecen los nardos” tampoco parecen ser temas para besar en un sillón pero somos adolescentes y ese sonido rockero de una época pasada parece estimularnos. O quizás los besos sean lo único importante. El flaco, que viene musicalizando mi paso de la niñez a la adolescencia  ahora está ahí acompañando esos besos de primera vez. Al fin, un tema para mirarse a los ojos, el tema 8: “Para ir”.

Pero el grupo irrumpe y nuestra intimidad se termina. Ya sucedió lo que tenía que suceder. Los temas 9, 10 y 11 “Muchacha ojos de papel”, “Amor de aire” y “Final” se diluyen entre el tumulto. Menos mal, pienso,  que no sonó “Muchacha” en esa situación, no hubiese soportado el lugar común ni la sensación cursi.  Entonces creo que darme mi primer beso con un tema tan poco armonioso como “En las cúpulas” es perfecto, su nombre, la sensación.

Horas más tarde él me acompaña hasta la puerta de mi casa. Antes de despedirse totalmente, nos volvemos a besar, y yo ya me siento una experta en el tema. 

Un pájaro te sostiene, pienso.

Al flaco lo sigo escuchando, y sigue musicalizando mi vida. Lo lloré toda la tarde aquel 8 de febrero de 2012 cuando supe de su muerte y lloré también el 8 de marzo de 2015, veinte años después de ese primer beso, cuando nació mi hijo y una amiga me envió por WhatsApp el link de YouTube de la canción “Todas las hojas son del viento”.

Ya no escucho más ese cd, pero por ahí está, todo roto, guardando todos los recuerdos de mi adolescencia.


Cecilia Meijide es actriz, dramaturga y directora. Escribió y dirigió Cactus orquídea con el que recibió los premios Trinidad Guevara y María Guerrero en el rubro Revelación. En 2017 dirigió las obras No dejes de hablarme, Medea, Adiestramiento para no volar, Nadie te vio y Dónde viaja el amor.