I.

No. No. No. No. No sé qué destino enigmático, qué luz cuelga en el respaldo de la silla de Stephen Hawking. Sentado, de ahí en adelante, descarga un milagro que sale por tres ventanas a la vez, bello y libre, vence sin espera, luce su triple presencia de criatura que enciende los rojos de la aurora. El fragmento de conjuro es tan bello que no vuela hasta ser nombrado lo cual es más grande que el alma de Dios. Pero quizás, un poco más erguidos los tres milagros hijos del milagro, un día nos permitan ver que el hombre que sueña en su silla puede traer a los hijos transparentes que viven más allá. No. No. No. No. No sé pero puedo saberlo.

 

II.

Simultáneamente, desde el espacio, para armar la fotografía de dos muchachas enamoradas, puedo muy bien imaginar procedimientos del romance en una Babilonia de la era acadia, de tal manera que, aunque una estuviera ubicada a un millón de años luz de la otra, logro obtener la circunscripción de sus placeres, con los ojos a 2350 años a.C.

Dentro del amplio juego demasiado perfecto, hay otra Babilonia a una altura diferente, y viéndolas acunarse ante la mirada de Gilgamesh, yo las hago coincidir en sus labios mayores y menores, en su sueño, en su idilio, en sus picardías, en el relato del Diluvio Universal, que vendrá simultáneamente.

 

III.

Empezamos con los mismos puntos y seguido, luego llega el aroma de la fecundidad áurea que nadie entiende, pero la volcamos en su cántaro, en perfecta sincronía con la expansión del universo, sin embargo nadie oye, ni siquiera su propia sed, al contrario, inventan otras, compran otras. Una prosperidad de delirio, a tu salud, a mi salud, empieza en los mismos puntos y seguido, cuando recogemos la forma de nosotros bajo la luna, sobre la luna, junto a la luna.

 

IV.

Aguzamos los oídos para escuchar bien un corazón que ha crecido y su contenido equivale a muchos corazones grandes. Tu mano entra entera en él. Pienso que, a través de vos, me va a ser nuevo el conjunto, un resplandor la curiosidad. Yo que enfoco como un ojo de nube y creo que la existencia del corazón lo dice todo. Ahora mi mano también cabe cómodamente en el corazón que existe y que centellea, brilla, triunfa por estar aquí. Es una flor alimentada hasta la esencia, mi mano encuentra tu mano, nunca lo pensado en el cerebro de la luna nos ha hecho tan felices, y por eso, aguzamos los oídos, para escuchar bien al corazón de la luna que ha crecido y su contenido equivale a muchos corazones grandes.

 

V.

Es claro que estoy con vos en la película de la Francia templar. Pareciera, a primera vista, que vos estás más loco que yo, oscilando entre las espadas y las campanitas de oro, animados por el espíritu aventurero, donde somos dos colibríes lentísimos que llevan los fragmentos del mundo e informan sobre él en la radio. Es claro que los petits fours alumbran el lívido estribor en proporción al agujero de gusano, con el filo de decirte que a partir de los juegos de palabras glaseadas trepamos por el Génesis sobre los cuerpos de plástico esponjoso verde alienígeno, y poblamos el arca manicomio, como debe ser, con todas las representaciones de Stephen y su silla, y las vibraciones de Michio, el sudor extraterrestre de Jesús, los mantras psicodélicos de Siddhartha. Es claro que estoy con vos en todas las películas locas de este fragmento de mundo.

 

VI.

Es como ver en las noches de mucho amor un cofre repleto de shocks eléctricos que corren sobre dos Aspasias de Mileto que dejan ver graciosamente sus cabezas a través del alma o del cuerpo. Es claro que corren por encima de la Tierra y perdonan algo que pasará en la Edad Media. Cualquiera sea su esoterismo, desde su peregrinaje hasta la pantalla Led, traen noticias de un santo grial escondido en un asteroide nacido del vientre de un planeta sin nombre.

 

V.

¿Cómo subió al platillo volador?

Primero, la mano izquierda en la escalerilla.

Suavemente, le siguió la derecha una baranda más abajo.

Con cuidado colocó el pie izquierdo en línea recta a la mano izquierda. Luego hizo lo propio con el pie derecho.

Y fue alternando los movimientos en escalada, hasta el centro del platillo volador, ese gran florero cósmico.

 

VII.

Suelo experimentar repetidamente una compulsión de lluvia de estrellas Gemínidas. Clavo los ojos en ella y mi ser toma una forma bradburyana  hasta que la lluvia para de golpe, y el acto de mirar parte de la mano, y no de los ojos. Donde estoy yo están los elementos verbales que provocan las nubes. Ya como espíritu sensible a los múltiples datos de lo real, ya como calidoscopio, tengo el leve impulso de abrir las alas y el ojo izquierdo. Me limpio de todos mis atributos, como la madre de una ligera asimetría que suelo experimentar repetidamente.

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