Muchos meses atrás, inmediatamente después el anuncio de la visita de Francisco a Chile y Perú las críticas al Papa, primero disimuladas de escepticismo y luego directamente transformadas en cuestionamientos, se multiplicaron en los medios de comunicación de Argentina. Varios de los principales columnistas de medios tradicionalmente adictos y sensibles al catolicismo y a su jerarquía no ocultaron malestar por lo que adjetivaron primero como una “desconsideración” de Bergoglio con sus compatriotas por eludir a la Argentina como destino de sus viajes, para luego seguir subiendo el tono de la crítica para terminar acusando al Papa directamente de ofender a sus compatriotas.

Mientras el gobierno y sus voceros oficiales guardaban recatado silencio formal sobre el tema, los portavoces periodísticos del oficialismo se encargaron de vincular al Papa con todas las manifestaciones opositoras, acreditando a la orden y cuenta de Francisco la mayoría de las opiniones vertidas por quienes cometieron la osadía de cuestionar la gestión del “mejor equipo de los últimos cincuenta (y dos) años”. Solo a modo de ejemplo vale traer a cuento la pregunta de un connotado columnista que hace las veces de vocero del oficialismo: “¿quién habla? ¿Francisco o Grabois?”. 

En una nota periodística publicada el domingo anterior en el diario La Nación, el arzobispo Víctor Manuel Fernández, rector de la UCA, describió así la situación: “A quien tuvo formación superior se le debe exigir que, cuando escriba algo que pueda afectar a otro, no se base en meras suposiciones. Por eso llama la atención hasta qué punto las afirmaciones periodísticas sobre el Papa están plagadas de imaginación, al mismo tiempo que todo se interpreta como si Francisco estuviera permanentemente pensando en Macri. El ego argentino es grande”. Sin tanta precisión pero con la misma firmeza se había expresado la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal afirmando que quien quiera saber lo que piensa el Papa se remita a sus documentos.

No había comenzando aún la visita a Chile y a Perú. Supuso mal quien hubiera pensado que las advertencias episcopales podrían ponerle límite a las operaciones periodísticas contra Francisco. Las coberturas televisivas pusieron especial atención en remarcar “las dificultades” que enfrentaba el viaje, la “apatía” de los chilenos y, muy especialmente, las críticas de algunos sectores molestos con las actitudes y las posiciones del Papa. Otras informaciones resaltaban el “dilema” de los argentinos (“menos de los esperados”) que cruzaron la cordillera: “Ir a ver al Papa o a los shopping a realizar compras”. Imágenes especialmente elegidas y textos que refrendaban argumentativamente construyeron el cuadro de un viaje por Chile “por debajo de las expectativas”, tanto por la supuestamente baja participación en los actos masivos como por la poco entusiasta aceptación que el Papa recibió de los chilenos. Entrevistas a los descontentos y zócalos de televisión para resaltar los aspectos críticos fueron ingredientes de una estrategia periodística que apuntó a “bajarle el precio” al Papa.

¿Motivos? Quizás el más importante puede extraerse de las reflexiones del arzobispo Fernández: “cualquier opinión que defienda los derechos de los más débiles podrá tener semejanzas con el mensaje de Francisco, que siempre habla desde las heridas de los más frágiles”. Esto es lo que genera malestar y escandaliza a quienes dicen no comprender los motivos por los que el Papa habla en favor de los pobres y critica al neoliberalismo. Francisco no responde a la imagen del Bergoglio que ellos habían proyectado en el trono de Pedro. Y esto genera malestar entre los medios y los periodistas que antes observaban con complacencia que el poder religioso católico -tanto el Papa como los obispos locales- exhibiera (a veces impúdicamente) su alianza con los poderes concentrados de las empresas y de la política. 

Quienes aplaudían al cardenal Bergoglio por sus actitudes críticas al gobierno de Néstor Kirchner e instalaban al entonces cardenal de Buenos Aires -aún contra su deseo- como “líder de la oposición”, hoy se quejan amargamente del papa Francisco a quien le atribuyen una actitud por lo menos desconsiderada con el gobierno de Macri y proclive a respaldar los reclamos sociales de quienes demandan por sus derechos. El aporte del Papa “a la realidad de nuestro país hay que encontrarlo en su abundante magisterio y en sus actitudes como pastor, no en interpretaciones tendenciosas y parciales que sólo agrandan la división entre los argentinos”, señaló la Comisión Ejecutiva del Episcopado.

No solo es el Papa. También los obispos. Hecho que agrava la situación y que también fue advertido por los voceros mediáticos. Los obispos eligieron para conducirlos a un equipo encabezado por Oscar Ojea que no oculta su adhesión a los postulados del Papa y que además se muestra solidario con los problemas de los pobres. 

Lo señaló también el arzobispo Fernández en su nota en el diario La Nación. “En en la sociedad donde ha crecido la intolerancia y nuevos modos de censura. Por eso muchos optan por no opinar acerca de graves temas sociales, porque opinar es verse expuesto a una catarata de descalificaciones y sospechas”.

La cobertura noticiosa y periodística de la visita del Papa a Chile y a Perú configuró una ostensible manifestación de hostilidad comunicacional hacia Francisco. Los estrategas de la  batalla política que hoy se libra a través de la comunicación ahora eligieron como blanco al Papa y a todos aquellos que coincidan o se alimenten de sus ideas y propuestas. Y si bien se ataca a Francisco como persona buscando minar su crédito entre las audiencias, lo que realmente se combate son sus ideas contrarias al modelo económico, político y cultural que hoy avanza en la argentina. No es un problema comunicacional... es la política.