PáginaI12 En Francia

Desde París

Hay victorias que son la antesala de una derrota, de una crisis que hace tambalear las estructuras que llevaron a la cima. La triunfante extrema derecha francesa camina hoy por la cuerda floja. Hace poco más de seis meses, en mayo de 2017, el partido de ultraderecha Frente Nacional alcanzaba, por segunda vez en el siglo XXI, la segunda y última vuelta de las elecciones presidenciales. La candidata y líder del FN, Marine Le Pen, había dejado en el camino a la derecha tradicional agrupada en el movimiento Los Republicanos, al autodestruido Partido Socialista y a la Francia insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Le Pen, al disputar la apuesta presidencial decisiva, reiteró la hazaña que su padre había protagonizado en las presidenciales de 2002. El FN soñaba con una victoria final que el actual presidente Emmanuel Macron se llevó con el 66,1% de los votos. Aunque perdió, Marine Le Pen no sólo había decapitado en las urnas a las fuerzas tradicionales del país sino que, además, había obtenido un resultado mejor que el que su padre, Jean-Marie Le Pen, consiguió contra el ex presidente Jacques Chirac, su rival de 2002 que lo derrotó con 82,21 %. 15 años después de aquella histórica elección, la heredera alcanzó al padre y conquistó casi 20 puntos más que el fundador del Frente Nacional. Todo pintaba un horizonte de éxitos, pero fue todo lo contrario. Las divisiones internas fracturaron al partido y no pasa una semana sin que salgan a la luz los trapos sucios de las guerras intestinas y revelaciones sobre los errores que aguaron la fiesta del año pasado. 

Apenas terminó la disputa presidencial, una mayoría de electores frentistas le reprocharon a Marine Le Pen la línea política que adoptó para enfrentar a un presidente que nunca cayó en la trampa de la diabolización del partido, no fue en busca de sus electores ni tampoco validó la retórica de la extrema derecha como lo había hecho el ex primer ministro Socialista Laurent Fabius cuando dijo: “el Frente Nacional plantea las buenas preguntas pero da malas respuestas”. Aconsejada por quien, desde 2011, era el director estratégico de la campaña, Florian Philippot, Marine Le Pen diluyó la narrativa racial histórica de la extrema derecha para concentrarse en un discurso con un perfil más social, soberanista, anti europeo e inclinado a sacar a Francia del euro. Antes de las elecciones, ese perfil había dado sus frutos: Florian Philippot consiguió sacarle el manto de diablo al Frente Nacional e izar al partido por encima del 20%. La derrota, sin embargo, selló su destino político dentro del FN. Muchos líderes del partido le reprocharon a Philippot y a Marine Le Pen haber cavado la tumba de la extrema derecha al abandonar el eje retórico de la lucha contra la inmigración, el tema de la identidad nacional y el “peligro islamista”. Presionada de todas partes, Marine Le Pen se alejó de su consejero y éste renunció al FN para ocuparse de su propio movimiento, Los Patriotas. Su alejamiento, no obstante, no calmó la furia de los históricos del Frente Nacional. Estos arguyen hoy que Marine Le Pen es incapaz de representar dignamente las ideas de la ultraderecha y debe, por consiguiente, abandonar sus responsabilidades. 

Nada movió a Marine Le Pen de su postura en una formación donde las disputas suelen ser sonoras y los motivos tan patéticos como el ya famoso “Cuscusgate”. Alguien publicó una foto de Florian Philippot comiendo Cuscus (plato de origen árabe) en un restaurante de Estrasburgo y ello derivó en una casi guerra xenófoba entre los soberanistas y los racistas. Los segundos acusaron a Philippot no sólo de despreciar la cultura culinaria (excelente) de Estrasburgo sino, además, de “manchar” los valores del partido con una provocación gratuita. 

Marine Le Pen promete ahora la “refundación” de la extrema derecha, un nuevo nombre para la formación y nuevas orientaciones políticas. Las condiciones han cambiado mucho. Desde las presidenciales de 2017, el Frente Nacional ha dejado de ser el partido “socorro” de una parte consistente de la opinión pública. Los sondeos lo ubican en estos meses en segunda posición como referente del eje opositor a Emmanuel Macron (Jean-Luc Mélenchon es el primero). Marine Le Pen no sólo perdió las elecciones presidenciales, sino también cierta credibilidad dentro y fuera del FN  y el aura de víctima del sistema. El oprobioso debate televisivo con Macron previo a la segunda vuelta desnudó sin piedad sus incompetencias en todos los aspectos. Marine Le Pen ya no es “Marine”. Los casos de corrupción que la acechan y las revelaciones posteriores a las elecciones sobre el incongruente amateurismo del Frente Nacional, su absoluta impreparación y su falta de cuadros para gobernar disiparon la pasión que había llevado a la extrema derecha francesa a convertirse en el primer partido de Francia luego de las elecciones europeas de 2014. El dilema de la futura línea política es arduo de resolver. 

Varios pesos pesados del FN que ganaron elecciones locales presionan para sacar del juego a Marine Le Pen y, sobre todo, para un “retorno” a los ingredientes fundamentales del Frente Nacional tal y como los planteó su fundador, Jean Marie Le Pen, es decir, el discurso contra las elites, los extranjeros y los cantos sobre la identidad nacional. Allí está toda la paradoja del Frente Nacional. Esa opción fundadora llevó a Jean-Marie Le Pen a resurgir de la nada y a alcanzar el apogeo de las urnas pero, también, le cortó las alas de una progresión que se queda en el muro del rechazo que la xenofobia y el racismo suscitan en el país. El FN sólo saltó el muro cuando cambió su retórica, pero ni siquiera eso le alcanzó para acceder al poder. Salió derrotado en una disputa presidencial cuyas consecuencias han sido profundas: de forma mayoritaria, las encuestas revelan que el electorado frentista pone en tela de juicio la credibilidad de Marine Le Pen. La renuncia forzada de Florian Philippot no ha sido más que la designación de un chivo expiatorio para esconder un mar de fondo mucho más denso. Marine Le Pen adelantó muy poco de lo que serán las “nuevas orientaciones”. Sin embargo, ya se las pueden entrever a través del repliegue retórico de sus cuadros y dirigentes hacia los territorios que propulsaron a la extrema derecha a nivel mundial: identidad nacional e inmigración. No es la opción preferencial de Marine Le Pen. La dirigente frentista anhela que el FN pueda dotarse de una “cultura de gobierno”. Su entorno y los militantes optan por una suerte de pasado revalorizado donde el centro es la identidad nacional como espada filosa de un combate contra un islam que sólo aspira a invadir Francia. 

[email protected]