“Ha sido una gran farsa”. La frase común en pronunciamientos de casi todos los seguidores del ex presidente Lula da Silva ganó peso extra al partir, con vehemencia, del diplomático Paulo Sergio Pinheiro, consultor de las Naciones Unidas y ex ministro de Derechos Humanos del presidente Fernando Henrique Cardoso, cuyo partido, el PSDB, estuvo a la cabeza del golpe que destituyó a la presidenta electa Dilma Rousseff.

“El Poder Judicial”, prosiguió Pinheiro, “asume el rol de asesor del golpe. Ha sido una decisión extremamente politizada”.

Ya el presidente Michel Temer prefirió lucir, en la ciudad suiza de Davos, donde participa del Foro Económico Mundial, un cinismo sorprendente hasta en un cínico de altísimo calibre como él: “Mis adversarios están presos o desmoralizados”. Se olvidó, por cierto, de mencionar tres de los cinco integrantes del quinteto de cómplices más cómplices, y que los otros dos de momento están a salvo, amparados por el fuero privilegiado del que disfrutan los ministros.  El mismo Temer escapó de ser juzgado por la Corte Suprema del país gracias a haber comprado –literalmente: comprado– diputados para lograr que las denuncias contra él no avanzaran.

Entre la indignación de petistas y no petistas, el cinismo del cabecilla principal de un gobierno que funciona como una usina de escándalos cotidianos, la indiferencia de parte sustancial de la población y la alegría de la derecha y, claro, del sacrosanto “mercado”, la verdad es que a partir de ahora el panorama político brasileño, y más específicamente el panorama electoral, cambia de etapa.

Hasta ahora, encuestas y sondeos indican una sólida distancia del segundo posicionado, el diputado Jair Bolsonaro, un troglodita fundamentalista de extrema-derecha, y el primero, Luiz Inácio Lula da Silva. 

Lula venía creciendo cada mes, mientras que los candidatos del gobierno o afines al golpe no logran despegar.

Si Lula es inhabilitado, la polarización con el cavernícola Bolsonaro desaparece. Y también el espacio alcanzado por quien, como él, reivindica la tortura, dice que buen bandido es el bandido muerto, y aclaró a una colega de la Cámara Baja que no cometería estupro porque ella “no lo merecía”. 

Con eso, dicen los que aspiran a reemplazar a Temer pero no logran hacerse viables, crecerá el espacio para un “candidato del gobierno”. 

Es decir: inhabilitar a Lula es la única chance de los golpistas para mantenerse en el poder.

Los tres magistrados que ayer lo condenaron en base a exclusivamente  “indicios” y “convicciones” no ignoran esa circunstancia. Para nada.