Mucha prensa y mucha tele tuvo esta semana el así llamado Club Político Argentino, organización de dirigentes, intelectuales y actuales funcionarios que desde 2008 se autopostula como medidora de la calidad institucional de la república. Integrado por varias decenas de nombres y apellidos –casi todos columnistas habituales del diario La Nación– ese colectivo fue implacable, lapidario y rigurosísimo crítico del gobierno anterior, al que más allá de sus muchos yerros jamás vio con matices sino como el Demonio mismo encarnado en este país. 

Una actitud rigurosa y maciza, hay que señalarlo, que contribuyó fuertemente al triunfo del Partido Cambiemos hoy gobernante. Tan rigurosa y maciza como la benevolencia y liviandad con que hoy evalúan las políticas y la corrupción generalizada del macrismo.

Entre ellos destacan nombres fácilmente reconocibles: Vicente Palermo, Claudio Avruj, Pablo Avelluto, Eduardo Amadeo, Jaime Durán Barba, Graciela Fernández Meijide, José Luis Machinea, Ricardo Mazzorín, Mario Brodersohn, Facundo Suárez Lastra, Jesús Rodríguez, Marcos Novaro, Juan José Llach, Silvia Mercado, Eduardo Fidanza, Hernán Lacunza y Ricardo Gil Lavedra. Muchísimos nombres y apellidos, como se ve, que protagonizaron la vida nacional de las últimas dos o tres décadas, y varios de ellos miembros del actual Poder Ejecutivo nacional. 

Ese, se diría, es un lado de la grieta que Cambiemos creó y profundizó de la mano graciosa de sus majestades: el sistema multimediático concentrado y el perverso ejército de trolls que dominan las redes (anti) sociales.

La reserva moral y política de este país, sin embargo, claramente no está allí. 

Está, en cambio, en una generación de personalidades verdaderamente respetables, muchos y muchas de edad provecta, que se plantaron siempre sin dobleces ante la dictadura y las blanduras democráticas; y ahora enfrentan el actual bestiario gubernamental -indisimulablemente autoritario, antinacional y racista- con la misma convicción y firmeza con que hicieron y hacen culto de la Memoria, la Verdad y la Justicia.

Entre ellos, sin duda Estela de Carlotto, Julio Maier, Taty Almeida, Noé Jitrik, Susana Rinaldi, Tito Cossa, Graciela Bialet, Eduardo Barcesat, Cristina Banegas, Adrián Paenza, Raúl Zaffaroni, Lidia Borda, Julio Rudman y millares de compatriotas anónimos en todo el país. Maestros, en las más diversas actividades, que se caracterizan por inteligencia y por integridad, por trayectorias transparentes y sin dobleces, por su dignidad inclaudicable, por ser gente democrática, de paz. O sea por ser ejemplos en un país que casi no tiene paradigmas morales, porque los ha perdido en sus extravíos.

Esta gente ha hecho y hace docencia. No se reconcilia porque no olvida los agravios, y mucho menos si no hay primero arrepentimiento sincero, expreso y público. No perdona a genocidas y los quiere en el único sitio que merecen: la cárcel. No especula, como no especuló jamás, con cargos públicos ni negocios inmorales. Esta gente apostó siempre a un Estado fuerte, en la conciencia de que sólo con un Estado fuerte se puede lograr la felicidad de millones de ciudadanos y ciudadanas que forman una nación como la Argentina.

Estos sí que son argentinos ejemplares. Reclaman, como lo hicieron toda la vida, Memoria, Verdad y Justicia. 

Ahora bien, cuando uno ve los esfuerzos de muchos por ser políticamente correctos y no decir que esto quizás no sea técnicamente una dictadura pero se le está pareciendo muchísimo; o cuando uno ve que se acusa de golpistas o destituyentes a quienes dicen cosas como éstas, bueno, uno hace un esfuerzo de tolerancia y admite: no, todavía no estamos viviendo en una dictadura. Pero el hecho es que estos tipos proceden como dictadores. Hay un montón de presos políticos, empezando por Milagro Sala y la lista es cada vez más gorda y anticonstitucional, que es lo que importa y no los supuestos cargos que la justicia, cuando la haya en esta tierra, condenará o no. 

Estos tipos no son dictadores, claro que no. Todavía no. Pero desprecian activamente la política y la degradan, y el cinismo revanchista que los mueve es feroz. Ese chico Massot parecería ser tan o más fundamentalista que su tío prodictatorial. El reo Etchecolatz libre es peor ejemplo social que el Petiso Orejudo. La movilización del 2x1 los hizo recular, pero entonces instalaron algo mucho peor: remilitazaron la vida nacional y reinstalaron el miedo cívico. Y la censura es un hecho cotidiano en casi todos los medios del país. 

No, esta columna no dirá que esto es ya una dictadura. Pero cuánto se le parece, y qué lástima el desastre no sólo económico y social. Qué lástima ser gobernados por tantos psicópatas. Y vayan a preguntarle a cualquier psicoanalista si los tipos que hoy gobiernan no son de libro.

Igual que con la condena a Lula en Brasil, así se degrada la calidad institucional de la república. Ni allá ni acá son dictaduras. Pero no todavía.

¿Será que –de esto– no tienen nada que decir, ellos, los otros?