“Lo importante es que hay otros caminos. Denuncio a los representantes y productores en general, a los merodeadores de estos sin excepción, por indefinición ideológica y especulación comercial.” Quien escribió esto fue Luis Alberto Spinetta. Sucedió en octubre de 1973, a propósito del concierto presentación del disco Artaud en el teatro Astral de Buenos Aires. Con la colaboración del poeta y agitador de la contracultura Miguel Grinberg, el manifiesto Rock: música dura, la suicidada por la sociedad marcó un momento clave en la conciencia de los músicos jóvenes argentinos. Esa “suicidada por la sociedad” –la referencia al Van Gogh de Antonin Artaud era tan evidente entonces como hoy– no lograba resolver satisfactoriamente su relación con la industria cultural. Al mismo tiempo que la necesitaba (el pecado original del rock), la padecía; mientras un género musicalmente analfabeto no podía apelar a otro vector de memoria que no fuera el disco –esa tecnología mefistofélica–, la soberanía del músico popular devenido artista parecía estar condicionada por factores que lo excedían. 

 Cabe pensar en el célebre manifiesto de Spinetta cuando se recorren las páginas del libro compilado por Guadalupe Gallo y Pablo Semán Gestionar, mezclar, habitar: Claves en los emprendimientos musicales contemporáneos. En cierto modo, aquella indignación del joven Spinetta con los “representantes y productores en general” encuentra su demorada respuesta, o quizá su acto de justicia reparadora, en el tema que aborda este equipo de sociólogos y etnógrafos de la música con anclaje en la Universidad de La Plata. Si bien no estamos ante un libro de historia cultural, los cuatro textos que lo integran parten de una serie de preguntas que sólo pueden cobrar relieve en el final abierto de una línea de tiempo: la del rock argentino. Por lo pronto, la hipótesis de que un archipiélago de pequeñas escenas socio-musicales emergió gracias a la explosión de nuevas herramientas tecnológicas, así como por la crisis de un modelo de estrellato y de relación artista/público, supone una respuesta plural y “relajada” al reclamo de novedades que llena de ansiedad a los periodistas especializados. El reclamo es síntoma de nuestro tiempo, lo hallamos en otros campos del arte y la cultura: ¿cuándo llegará el Mesías del nuevo arte? En realidad, no se trata tanto de la espera de un artista faro como de la demanda de un género que, en línea sucesoria imaginaria, pueda satisfacer nuestro deseo teleológico del arte. Sin embargo, esa anhelada sucesión se frustra si la reducimos a la lógica tradición/vanguardia, o a la secuencia héroes de ayer-héroes de hoy.

 La idea general del libro es entonces polémica, en tanto postula que ya no hay posibilidades para un nuevo Charly García. Si alguien sueña con ocupar ese trono simbólico, debe saber que las reglas del juego han cambiado. Si alguien espera que del estado de post-rock alumbre una nueva corriente principal capaz de motorizar unánimemente nuestros deseos de música, vaya enterándose que el nuevo modo de producir y consumir será activo y trans-genérico. O pos-genérico, quizá. Anotan los compiladores: “A los géneros musicales que en otro tiempo fueron música de uso no les sucede un nuevo género musical, sino una nueva forma de producir y usar la música, una nueva relación con los medios de producción de música que, por esa misma variación, aunque repitiera patrones musicales previos, no es la misma música de siempre”.

Lo que hasta ahora no había dicho la crítica musical, lo revelan las investigaciones etnográficas aquí reunidas. Investigaciones que observan con agudeza tres fenómenos surcados por un conjunto de problemáticas comunes: la relación arte/mercado (presente en el texto de Ornella Boix “Relajar, gestionar y editar: haciendo música indie en la ciudad de La Plata”), la relación música/público (el caso del baile social electrónico que analiza Guadalupe Gallo en “Noches sin igual: el club de baile en la escena electrónica porteña” es bien elocuente), o el empleo de tecnologías y medios que vendrían a cuestionar viejas experticias del arte (como bien lo explica “Mezcla, trama social y formación de nuevas prácticas musicales en Buenos Aires”, el texto de Victoria Irisarri sobre el colectivo Zizek).

 Fragmentado casi hasta lo imperceptible –no se estudian enormes raves ni las carteleras de Lollapalooza– el objeto de este libro tiene un gran potencial testimonial respecto a prácticas y experiencias que nos hablan de la contemporaneidad de un modo muy directo. Sabemos que el mundo de la música es infinito, incontinente. Nada de la vida cultural se le asemeja. Decimos “cine”, o “artes visuales”, y podemos imaginar sus alcances, sus límites internos. En ese sentido, Gestionar, mezclar, habitar focaliza con precisión su tema sin cercenarlo y eludiendo los enfoques más al uso. En definitiva, se trata de saber por qué ciertas vidas han sido impactadas por ese irrefrenable y loco deseo de la música. 

 Es posible que, movido por su afán de legitimar esos emprendimientos musicales contemporáneos, el trabajo tienda a subestimar un poco el viejo sistema, esa cultura residual que pugna por permanecer y que, por momentos, sigue teniendo la apariencia de lo dominante. ¿Cuán importantes son las nuevas relaciones con la música en una sociedad en la cual La Renga llena estadios, Indio Solari es objeto de adoración y movilización para cientos de miles de jóvenes, los Festivales están en su momento más alto y los nuevos discos de Charly y Fito concitaron más atención que cualquier nota sobre gadgets del siglo XXI? 

  Otro punto a debatir es el de la vigencia del género como código estandarizado con identidad histórica. Es cierto que los menús actuales se conforman de manera más libre, con mucha movilidad. El género ha dejado de ser indicador firme de determinado gusto. Pero al mismo tiempo, desde finales del siglo XX, algunos viejos géneros desacreditados por los públicos juveniles fueron objeto de rescate. Parece improbable que los usos libres y “mezclados” de los nuevos emprendimientos agoten el fenómeno de la rehabilitación de ciertas músicas locales. Tango, samba carioca, fado portugués, cumbia latinoamericana (antes era solo colombiana), folklore argentino: ¿no conforman estos géneros por sí mismos sus propias escenas sin preocuparse demasiado por lo indie y “lo contemporáneo”? Después de todo, esas escenas también se atreven a la mezcla, pero partiendo de otras matrices culturales y con una evidente intención de confrontar la lingua franca de una globalización avasallante. 

 La lectura de este libro riguroso y original nos depara algo que sus autores encuentran en las músicas examinadas: la sorpresa mediante la combinación inesperada de elementos musicales diversos; esa originalidad ya no cifrada en una invención de grado cero, sino en un modo diferente de inmersión en ese enorme y diverso ecosistema cultural que aun llamamos música.

 

Gestionar, mezclar, habitar: Claves en los emprendimientos musicales contemporáneos

Guadalupe Gallo Pablo Semán Ediciones EPC-Gorla 260 páginas