Si la mayoría de los investigadores del rock argentino se valieron del método deductivo, y de lo general (la influencia seminal anglosajona) como un espejo de agua en el que se refractaron las derivaciones locales, el periodista, docente universitario y agitador Edgardo Gutiérrez tomó un novedoso camino inverso para pintar el mundo (su mundo) desde la incandescente aldea norteña. Así nació Viaje eterno: antología del rock jujeño, un gran libro criollo que es también una muestra más de que aquel lenguaje surgido en el eje Estados Unidos-Inglaterra mutó en el folclore argentino contemporáneo. Aquello que muchos llaman “rock nacional” es, a su modo, la expresión de esta tierra cosmopolita y regada de múltiples genes y sangres.

Así, por ejemplo, se puede comprobar que el barrio Mariano Moreno de San Salvador también se vio influido por Los Beatles, la psicodelia y el hippismo, que llegaron con delay pero con firmeza a fines de los ‘70. Una dinámica de flujos y reflujos en la que Jujuy también dejó su huella, tal como se aprecia en el magnetismo con el que Tilcara (la joya de la Quebrada de Humahuaca) atrajo a Soda Stereo para filmar el videoclip Cuando pase el temblor, a Divididos para tocar una y otra vez en el Pucará o a Pity Álvarez para activar su plan detox en pleno Intoxicados. O en la presencia de Palpalá, la segunda ciudad de la provincia, que para Gutiérrez fue la Seattle jujeña: “Un centro industrial con la acería Altos Hornos Zapla, que en los ‘90 fue privatizada y dejó a muchas familias fuera del sistema, cuyos hijos se criaron influenciados por MTV, el sonido grunge y la indolencia de una juventud desalmada”.

“Este libro surge como un deseo por evidenciar otro tipo de práctica cultural en Jujuy, pero también por la necesidad de dejar plasmada la actividad de muchas bandas que no llegaron a dejar registro físico de sus producciones musicales propias. El propósito es relatar un pedazo de la historia de nuestra provincia”, afirma Gutiérrez, quien dirige la editorial de la Universidad de Jujuy (con la cual publicó Rock del país: estudios culturales del rock en Argentina), aunque Viaje eterno salió por el independiente Intravenosa Ediciones.

“Jujuy, al ser una zona de frontera, nunca se circunscribió a una cultura musical única”, postula Gutiérrez en defensa de un rock que, según él, es mucho más representativo allí de lo que se supone. “Es cierto que el folclore, con sus orquestas típicas, representaba a los sectores populares, o lo mismo el carnavalito y el huayno como referencias rurales. Pero el rock apareció a partir de los ‘70 como una expresión vinculada a la rebeldía, que se potenció con el mestizaje de elementos autóctonos. Hay bandas que usan el heavy metal para hablar del Éxodo Jujeño o que mezclan reggae con ritmos tinkus provenientes del baile boliviano. El rock es y seguirá siendo la pata que equilibra la mesa musical en la que se despliegan elementos de los dos nortes: el andino y el norte-americano.”