Pese a recién haber tenido su primera edición local el pasado fin de semana, hace bastante tiempo que Algorave dejó de ser solo un festival en el que se baila música generada a partir de algoritmos para volverse la comunidad global en la que materializa un nuevo paradigma de música electrónica experimental: livecoding. Personas haciendo música con línea de código en tiempo real. Hasta hace casi seis años, se mantenía una clara demarcación entre quienes creaban los algoritmos del software y quienes hacían música con ellos. En algorave.com se lee: “Usando sistemas construidos para crear música y visuales algorítmicas, como IXI Lang, Pure Data, Max/MSP, SuperCollider, Extempore, Fluxus, TidalCycles, Gibber, Sonic Pi, FoxDot y Cyril, las barreras se quiebran, y lxs músicxs son capaces de componer y trabajar en vivo sus algoritmos”.

En ese marco, el inglés Sam Aaron es una figura clave tanto en el desarrollo como en la divulgación del livecoding: es el creador de Sonic Pi, “un nuevo tipo de instrumento para una nueva generación de músicxs”. Se trata de un entorno de programación de código abierto que usa el motor de síntesis de SuperCollider, y originalmente diseñado para explorar y enseñar conceptos de programación en escuelas. Nacido hace casi seis años de un proyecto entre el Laboratorio de Computación de la Universidad de Cambridge y la Fundación Raspberry Pi –responsable de esa microcomputadora–, Sonic Pi abrió el juego para que niñxs y no tanto pudieran usar código de programación y dar vida a creaciones musicales.

Aaron atiende el llamado del NO desde una oficina del Laboratorio de Computación. “Una caja en la que paso poco tiempo, principalmente para reuniones o cosas más formales. Prefiero trabajar en cafés o resolver problemas mientras camino”, describe el responsable de este entorno con más de un millón de usuarios actuales. Como resultado de tal masificación, Aaron fue convocado para tocar en el Royal Albert Hall, uno de los teatros más emblemáticos del mundo, en el proyecto Convo 2019. “¡Es una locura!”, dice. “La organización Tri-borough Music Hub, que enseña música a niñxs en barrios humildes de Londres, formó un proyecto de dos años de trabajos en el que busca abordar pasado, presente y futuro de la música. Vieron a la programación como el futuro”, señala.

¿Y vos cuándo notaste que en ella estaba el mañana de la música?

–Siempre estuve interesado en programación. Y, cuanto más aprendía, más lo veía como una forma de comunicación. Mi doctorado en Ciencias de la Computación estuvo centrado en la concepción de lenguajes de programación para expresar ideas. En 2006, un amigo me mostró SuperCollider y me pareció súper interesante. Al mismo tiempo apareció el Monome, ese aparato con forma de grilla, y pensé en desarrollar un instrumento de interfaz musical. Durante esa exploración descubrí el trabajo de Andrew Sorensen con Impromptu, y lo que él hacía con el lenguaje Scheme, modificando variables y funciones en tiempo real, me voló la cabeza. Pero cuando desarrollaba interfaces para Monome, todos usaban Max/MSP y abrir esos proyectos y descifrar lo que pasaba entre las cajas y los cables virtuales era complicado, impenetrable. Decidí que Max/MSP no era el camino, así que empecé a desarrollar interfaces muy simples para Monome en Ruby, que es mi lenguaje actual. Me esforzaba por hacer algo decente y eficiente, y salían cosas horribles, realmente. Descubrí el dialecto Clojure, perteneciente a la familia de lenguaje Lisp, y empecé a trabajar con mi amigo Jeff Rose en Overtone, un sofisticado entorno de audio programable para explorar ideas de síntesis y sampleo, livecoding e improvisación colaborativa.

Por entonces, Aaron formó la banda Meta-eX, junto a Jonathan Graham, y trabajaba feliz desarrollando nuevos niveles hacia donde llevar Overtone, hasta que en 2012 un proyecto mayor apareció en el laboratorio en Cambridge: “Las Raspberry Pi acababan de lanzarse y necesitaban desarrollar algo que pudiera enganchar a los chicxs en programación, entonces se sugirió que yo llevara mis ideas ligadas a la programación musical y las simplificara en códigos con los que lxs chicxs pudieran jugar. Sonic Pi siempre estuvo destinado a ser un juguete muy simple, y Overtone era el poderoso, profesional y loco lenguaje de livecoding”.

Probablemente el mayor logro de Sonic Pi sea su simpleza de sintaxis, que permite abordarlo sin conocimiento previo en programación y lo hace accesible al gran público. Y resultó que construir un sistema simple, poniendo dicha simplicidad ante todo, no significó que no pudiera ser un sistema poderoso. Al término de un año, Aaron dejó de usar Overtone y pasó a Sonic Pi íntegramente. “Tener un sistema simple que reduce el poder pero hace realmente accesible lo que está disponible, puede volverse muy poderoso en una manera distinta”, considera.

Aaron menciona el libro Estructura e interpretación de programas de computadoras, de Harold Abelson y Gerald Sussman, quienes se refieren al diseño de nuevos lenguajes. “Dicen que cuando alguien viene con un nuevo diseño, hay que ver cuáles son los bloques de construcción del lenguaje y cómo se nombran conjuntos de cosas. Si sacás bien eso, podés tener un lenguaje de programación muy, muy poderoso. Y con Sonic Pi deseo eso: que se puedan armar cosas muy sofisticadas con bloques de construcción simples, igual que con Lego”.

Muchas personas hablan de Tidal como un sofisticado y poderoso lenguaje, “más serio”, con los que conseguir resultados súper locos. “Tidal son apenas unas líneas de código encima de Sonic Pi. Un japonés desarrolló un código para usar la sintaxis de Tidal en Sonic Pi, llamado Petal”, advierte Aaron, dirigiendo el comentario a quienes desestiman Sonic Pi por su imposibilidad de trabajar con patrones. “Algoritmos son patrones, y viceversa. La única diferencia entre Sonic Pi y Tidal es la manera en que los algoritmos son escritos y descritos. Hay beneficios en Tidal para determinadas circunstancias, pero no es que haga cosas que Sonic Pi no puede”. De hecho, Sam considera que Tidal carece de prestaciones importantes que Sonic Pi sí ofrece, como el determinismo de que el mismo código siempre produzca el mismo sonido. “Si armás un riff que te gustó, aunque tiene un elemento de aleatoriedad, quiero que si me lo compartís suene igual en mi computadora, incluso su aspecto aleatorio.”

Desde su lanzamiento en 2012, Aaron ha llevado Sonic Pi a colegios y centros de enseñanza, con experiencias tan fructíferas que la versión actual de Sonic Pi se debe en gran medida a los aportes de lxs jóvenes. “Durante las primeras semanas de desarrollo, cada idea o característica vino de la observación o pensamientos de lxs chicxs respecto de cómo podría hacerse tal o cual cosa. Y cada característica está pensada para ser explicada a alguien de 10 años. Puedo decirlo porque he pasado miles de horas mirando chicxs usar Sonic Pi y tengo un buen presentimiento de qué va a funcionar y qué no.” Las últimas características incorporadas permiten ingresar audio en vivo: la posibilidad de enchufar una guitarra y levantarla con Sonic Pi. “¡Me tomó mucho tiempo dar con esa muy simple línea de código!”, reconoce entre risas.

Desde mediados del año pasado, cuando se supo que la Fundación Raspberry Pi dejaba de financiar a Sonic Pi para enfocarse en otros desarrollos, Aaron busca el apoyo económico sostenido que le permita continuar con el crecimiento de su creación. Algo que parecería sencillo por el alcance y magnitud de su trabajo, resulta lo contrario expuesto en un reciente e inquietante twit suyo: “Tengo tantas emociones encontradas sobre mi trabajo en @Sonic_Pi. Donde voy recibo entusiasmo y emoción. Sin embargo, pronto ya no podré trabajar en él debido a la falta de fondos. El software libre de código abierto es claramente correcto socialmente, pero insostenible económicamente”.

¿Que pasaría si viniera una empresa de otro sector y te dijera que quiere bancar Sonic Pi? ¿Como creés que una marca podría ligarse al entorno y la comunidad?

–Soy muy cuidadoso de la ética de la organización que pudiera financiarme. Además de haber alineamientos éticos, tengo que estar seguro de que el otorgamiento de ese financiamiento no se traduzca en menor libertad para mi pensamiento y mis ideas. Y ése es el punto de fricción: las organizaciones no tienden a darte dinero por libertad.

Las motivaciones principales de Sonic Pi no son comerciales, y por el bien de su futuro desarrollo ojalá continúe así. Si todo sale bien, contaremos con su poderosa y accesible tecnología, fácil de usar y construir, y con una interfaz sofisticada e interesante: “Me gusta que unx chicx de 10 años diga ‘voy a hacer sintetizadores’, agarre una Raspberry Pi o una PC, tome el teclado y pueda decidir que cuando aprieta tal botón habrá tal sonido, que escriba esas definiciones en código y se permita tomar sus decisiones. Lo que hace tal botón tiene que venir de la mente del niñx, no de la industria”.