Es Philip Pullman el Tolkien de nuestro tiempo? La pregunta es pertinente, pero siempre que la planteo me veo obligado a postergar su tratamiento por culpa de otra pregunta, más urgente: ¿quién demonios es Philip Pullman?

Este señor de 71 años, académico oxoniense de manual, es –para empezar– el secreto mejor guardado de la literatura fantástica contemporánea. En este hemisferio se lo desconoce casi por completo. Las grandes damas internacionales del género –J. K. Rowling, creadora de Harry Potter, y Stephenie Meyer, autora de la saga de Crepúsculo– han acaparado los reflectores, entre otras razones porque tuvieron la suerte de ser adaptadas al cine con éxito. (Puede que este dato esté en vías de ser revertido. La brújula dorada, primer libro de su trilogía His Dark Materials, se llevó al cine en 2007 en una versión desprovista de encanto. Pero la BBC prepara ahora una adaptación de la trilogía completa, y ya sabemos que, en materia de televisión, nadie lo hace mejor que estos muchachos.) 

Pullman escribe mucho mejor que Rowling y Meyer. Y además –esta es, con certeza, la razón que explica por qué sus libros no han sido tan difundidos– el universo ficcional que creó para His Dark Materials y la nueva trilogía que la completa y enriquece, llamada The Book of Dust, es más inquietante que el mundo Potter y los vampiros sexies pero castos de Crepúsculo. Infinitamente más inquietante, desde que impulsa a sus lectores –y estos son libros que los adultos devoramos con placer, pero también leen niños y adolescentes– a evaluar la perniciosa influencia de la religión institucionalizada. (Al punto que, en 2008, la Asociación de Bibliotecas de los Estados Unidos reveló que la trilogía estaba al tope de la lista de libros que la gente quería prohibir. Y en el Catholic Herald dijeron que His Dark Materials “merece la hoguera aún más que Harry Potter”, porque “es un millón de veces más siniestra”.)

No cuesta nada leer His Dark Materials –una cita expresa del poema de John Milton, que alude a los materiales oscuros que son la especialidad de su protagonista– como una inversión de El paraíso perdido, o mejor aún: una extrapolación, la clase de relato que quizás Milton se habría permitido escribir, de no sentir encima suyo la mirada inquisidora de la Iglesia. Porque aunque Milton se permitió crear a un Satán que, como personaje, era mucho más interesante que Dios y sus ángeles verticalistas, no se animó a subvertir del todo la teología tradicional. Pero Pullman sí: en His Dark Materials y The Book of Dust, el Pecado Original no es pecado, sino el gesto fundante de nuestra libertad como especie.

El otro cielo

A pesar de su prosapia académica –este señor estudió, enseñó y vive en Oxford, como Lewis Carroll, Tolkien y C. S. Lewis lo hicieron antes–, Pullman es un paladín de la clase de escritura que los historietistas denominarían línea clara. En su flamante libro de ensayos, Daemon Voices, cita a Chesterton para aclarar dónde se ubica como narrador: “La literatura es un lujo, pero la ficción es una necesidad”. Y Pullman se ha abocado siempre a satisfacer esa necesidad de historias atrapantes, que es común a un público que va de los 8 a los 80 años. A la hora de escribir, sostiene, “claridad y limpidez son grandes virtudes... W. H. Auden y George Orwell compararon la buena prosa a un cristal impoluto: algo que no está hecho para ser contemplado, sino para que uno mire a través suyo... Yo me limito a narrar hechos, cosas que acontecen. Como dijo Isaac Bashevis Singer, ‘los hechos en sí mismos son más sabios que cualquier comentario que uno pueda hacer sobre ellos’... El sentido no es algo que el narrador debe imponer, sino que el lector debe encontrar”.

A horcajadas de su prosa elegante, Pullman lleva a sus lectores a un mundo que no puede ser más atractivo: una suerte de universo paralelo de delicioso sabor retro, con algo del steampunk –aunque con más steam, vapor, que punk–, gobernado por una autoridad religiosa de índole totalitaria, llamada el Magisterium. Su protagonista es una niña al filo de la adolescencia: Lyra Belacqua, inquieta y rebelde, que ha crecido como huérfana en el campus del Jordan College, una suerte de espejo deformante de Oxford. A través de Lyra el lector se entera de una característica esencial de ese universo: todos los seres humanos tienen un daemon, una suerte de corporización del alma que toma forma animal. Cuando uno es niño, el daemon puede mudar de formas animales libremente; cuando uno llega a adulto, el daemon queda fijado en un animal definido. En todos los casos, el ser humano no puede alejarse demasiado de su daemon, a riesgo de sufrir dolores indecibles.

Este rasgo puede sugerir un relato disneyficado –el daemon de Lyra se llama Pantalaimon y es siempre un encanto, también hay osos polares que hablan y combaten erguidos sobre sus patas traseras–, pero la noción que está por detrás dista de serlo. Pullman se apropió de una noción de la mitología clásica, la del daimon o espíritu guía o deidad tutelar que, según los griegos, teníamos todos, al punto que toda escultura de una persona real incluía esa representación dual; así fue hasta que el cristianismo triunfó políticamente y los emperadores mandaron mutilar las estatuas, para no incurrir en blasfemia. Según la Iglesia naciente, ningún ser humano debía escuchar otra voz guía –ni siquiera la de su consciencia individual– que no fuese la de Dios todopoderoso, tal cual la expresaban sus ministros. (Confieso que esta noción me sedujo tanto que la robé para una novela que bauticé Aquarium. Sólo que ahí partí de la base de que todo escritor es el daimon de sus propios personajes. La gente que nos acusa de asociales no suele entenderlo. Como dijo hace poco el mismo Pullman: “Yo vivo en la compañía de la gente sobre la cual estoy escribiendo”.)

Lo que arranca como una aventura clásica de niña-que-se-arriesga-para-salvar-a-un-amigo, se torna pronto –al igual que en El Hobbit y en El señor de los anillos– en algo más complejo y oscuro. La batalla en la que Lyra se mezcla deja de ser personal para ampliarse al destino de la humanidad toda, porque lo que está en peligro es nada más y nada menos que el libre albedrío. Y es aquí donde Pullman invierte la teología que está por detrás de los libros de Tolkien y la saga de Narnia de C. S. Lewis. Donde Lewis es machista y castiga la coquetería de sus protagonistas femeninas, Pullman es progresista: la trilogía habla de lo que se pierde al crecer, pero al mismo tiempo de lo que se gana; el hecho de que sus protagonistas -Lyra y Will Parry, otro preadolescente- se enamoren por primera vez y descubran su sexualidad, no es presentado como pecado sino como parte de la vida enriquecida que adviene con la adultez. Pullman tampoco tiene esa visión sublimada de lo femenino tan propia de Tolkien. (“En la Tierra Media –dice– nadie tiene relaciones sexuales. Creo que los niños deben ser entregados por correo”.) Sus mujeres son terrenales y carismáticas, desde Lyra a su madre, la manipuladora Mrs. Coulter, pasando por la científica Mary Malone y la reina de las brujas Serafina Pekkala; se desprenden de la página con vida propia, siempre más interesantes que sus contrapartes masculinas. 

Pero esa inversión de la teología tradicional que Pullman pone en acto no significa que descrea de la dimensión trascendente de nuestra existencia. En uno de los ensayos de Daemon Voices, “La República del Cielo”, admite que lo anima el deseo de “rescatar una visión del cielo del naufragio de la religión; para así comprender que nuestra naturaleza humana demanda sentido y goce... y aceptar que ese sentido y ese goce involucran un amor apasionado por el mundo físico”.

Polvo eres

The Book of Dust, la trilogía de la que Pullman acaba de publicar su libro inicial, La Belle Sauvage –el segundo se llamará The Secret Commonwealth–, ha sido definida por su autor como una equel; esto es, no una precuela –prequel– ni una secuela –sequel–, sino un relato que engarza con el original en términos de igualdad. Así como The Secret Commonwealth lidiará con una Lyra de 20 años, y por ende ocurre después de los hechos que narra His Dark Materials, La Belle Sauvage cuenta hechos ocurridos cuando Lyra era bebé y su destino quedó en manos de otro niño: Malcolm Polstead, de 11 años, un pibe curioso, lleno de recursos y definidamente working class. 

Escribir textos para lectores de cualquier edad no obliga al narrador a elegir a un niño o niña por protagonista: ¿cuántos clásicos infantiles recordamos que están protagonizados por adultos? Pero Pullman sigue creando inolvidables personajes infantiles porque, imagino, comparte la sabiduría del personaje de Lillian Gish en el film de Charles Laughton La noche del cazador: “Mi alma se llena de humildad cuando veo la forma en que los pequeños lidian con su suerte... El viento sopla y la lluvia es helada, y aún así ellos permanecen... Permanecen y lo soportan todo”. 

El trasfondo es el mismo: un mundo en que el Magisterium consolida su poder totalitario, desaparece gente y amenaza la libertad de expresión, donde tiene lugar una inundación de proporciones bíblicas y Malcolm fuga en su bote La Belle Sauvage con la diminuta Lyra a bordo, para protegerla de sus victimarios. El relato es Pullman en estado puro: atrapante y rico en peripecias, que se enrarecen a medida que el viaje progresa y La Belle Sauvage –el bote, pero también el libro– entra en territorios cada vez más enrarecidos que evocan a The Faerie Queene en su aliento alegórico, su estructura y su debilidad por las ninfas del agua.

¿Habrá llegado el momento de que Pullman trascienda el éxito local de que disfruta desde hace años? (En Inglaterra ha llegado a vender más que Rowling, por ejemplo en 2002; y La Belle Sauvage fue número uno durante semanas, a fines de 2017.) La adaptación de His Dark Materials a la TV contribuirá sin dudas, en este mundo ávido de sucesores de Juego de Tronos. Y la calidad de sus relatos debería hacer el resto. Pullman no habrá inventado lenguajes, como Tolkien –la comparación sería odiosa para ambos, de todos modos–, pero ha creado universos frondosos como un bosque e igualmente llenos de vida.

Sin embargo, lo más probable es que llegue hoy a un público nuevo tan sólo porque el mundo se puso en sincro con lo que, hasta ahora, parecía pura especulación de artista. Al igual que ocurrió con Margaret Atwood –otra narradora veterana, que recién ahora es popular gracias a la adaptación televisiva de El cuento de la criada–, Pullman forjó un espejo oscuro en el que nuestra realidad ya puede reconocerse: la restauración del fanatismo religioso, la persecución al disidente, la censura y el ejercicio autoritario del poder ya no remiten a distopías literarias, sino más bien a diarios y noticieros.

Y aun así, ni Pullman ni sus ficciones pierden la esperanza. “¿Qué ocurre en el Reino del Cielo cuando el Rey muere?”, se pregunta al final de Daemon Voices. “Buscamos evidencia de que existe una República del Cielo... Donde, como dice Jane Eyre, si necesitamos algo, lo buscamos o lo creamos... La República del Cielo debe existir en esta Tierra, en este universo físico que conocemos, no en un reino gaseoso que queda lejos... Un lugar de delicias infinitas, tan intensamente bello e intoxicante que, si pudiésemos verlo claramente, no querríamos nunca nada más... Donde los niños aprender a crecer y donde la alegría y el coraje marcan la diferencia... Nosotros podemos hacerlo. Así ocurren las cosas en la República del Cielo: nos proveemos a nosotros mismos... Y entonces jugamos juntos, bajo la luz de la luna, hasta quedar dormidos”.