Desde Ciudad de México

En su paso por México, Emmanuel Carrère se dedicó a tomar tequila. “Forma parte de la experiencia, ¿verdad?”, preguntaba sonriente. El escritor nacido en París, en 1957, publicó cinco novelas de no ficción que lo llevaron a la fama internacional. Primero fue El adversario, sobre el asesino Jean-Claude Romand, que en 1993 mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó, sin éxito, suicidarse. El lector se siente vacío al terminar de leer esa novela, como si permaneciera igual o más confuso frente a esas muertes inútiles, y por inútiles más insoportables. En Una novela rusa, el autor se enamora de una moscovita (o no), y cuenta la historia de su abuelo o de la ciudad de Kotelnich. De vidas ajenas fue el libro que lo puso al arbitrio de su propia familia y que él considera el mejor de su producción, aunque muchos de sus lectores dirán que Limónov –ganador del Prix des Prix a la mejor novela francesa, el Premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa– es formidable.

“Yo no salía de mi asombro. El caso me había parecido zanjado, inapelable: Limónov era un fascista horrible que dirigía a una milicia de skinheads. Ahora bien, resulta que una mujer unánimemente considerada una santa después de su muerte hablaba de él y de ellos como si fueran héroes del combate democrático en Rusia. La misma opinión tenía en internet Elena Bónner. ¡Elena Bónner! La viuda de Andréi Sájarov, gran sabio, gran disidente, gran conciencia moral, premio Nobel de la Paz. A ella también le parecían muy bien los nasbols, como aprendí entonces que llaman en Rusia a los miembros del Partido Nacional Bolchevique. Ella decía que quizá tuvieran que pensar en cambiar el nombre de su partido, malsonante para algunos oídos: por lo demás, eran gente estupenda”.

Frente a este dilema expresado por Carrère se centran las páginas de Limónov. Y otra vez, como en El adversario, el lector no puede determinar si este exmodelo, escritor y organizador de protestas pacifistas contra Vladimir Putin es bueno o es malo. Como si un David Copperfield por entregas fuera viviendo casi las cuatro vidas de Archie Ferguson en 4321, de Paul Auster, y ahí están el lector y el autor, “no saliendo de su propio asombro”. 

“El reino me resultó un poco pesado en el medio, parece que Carrère ya perdió un poco el pulso”, dijo el escritor español Jordi Soler, pero lo cierto es que el tratado del francés sobre la religión católica y los apóstoles hacen mirar de otra manera a la iglesia. Ahora, Carrère dice que no escribe nada, que le falta un tema para interesarse (“todo en un libro es el tema”, insiste), pero pasó por México para recibir un premio en Guadalajara, presentar su nuevo libro de crónicas Conviene tener un sitio adonde ir (Anagrama).

–Después de haber escuchado su discurso durante la premiación, muchos escritores sesintieron decepcionados cuando supieron que usted no es un psicópata.

–(Se ríe) Espero no ser un psicópata. Hago cosas malas como todo el mundo, a veces no me comporto como me gustaría, pero en general intento ser mejor. Al final, uno intenta lo mismo como escritor y como ser humano.

–Cuando uno termina de leer El adversario, siente una especie de vacío pues no se sabe qué es bueno o malo. El lector termina igual que el escritor.

–Sí, es lo que espero. De una manera general, intenté hacer una historia próxima al lector, para que estuviera a la misma altura que yo y se hiciera las preguntas que me hago; al mismo tiempo me hago las preguntas que creo él se hará. Eso no quiere decir que yo conozca a todos los lectores. Para mí, el lector son cuatro o cinco personas que conozco y que puedo imaginar leyendo el libro que estoy escribiendo, por eso puedo anticipar algo. Es como en el ajedrez, cuando estás acostumbrado a jugar con alguien, sabés qué va a hacer. Funciona un poco de esa manera.

–¿Es su amigo Limónov? ¿Cuál es su relación con él?

–No es mi amigo, es un formidable personaje de un libro. Tengo una relación con él completamente cordial y no es una relación de amistad. Cuando voy a Moscú, voy a verlo. Es chistoso Limónov, es divertido. Me dice: “Te quiero mucho, pero si tuviera poder te fusilaría. A un intelectual que juega el rol de estar en contra como vos, lo fusilaría”.

–Usted le ha dado mucha fama...

–Sí, él está muy consciente, creo que me quiere muchísimo por eso. 

–¿De vidas ajenas es una especie de fracaso para usted?

–No lo sé. Algunas personas dicen que su libro favorito es Limónov y otras habla de El adversario, pero el mío es De vidas ajenas, porque es el que me parece más conmovedor, el más humano. Si tuviera que presentarme en el cielo, lo haría con ese libro.

–Es un libro durísimo.

–Creo que toca puntos esenciales que todo el mundo conoce. Normalmente lo que me hace llorar a mí mismo creo que es lo que hará llorar al lector.

–El bigote fue una experiencia doble, porque primero escribió la novela y luego dirigió la película. ¿Cómo fue hacer ese film y dirigir a semejante actor, Vincent Lindon?

–Tiene una personalidad muy fuerte, es un actor extraordinario. Puede ser al mismo tiempo muy insoportable, porque exige demasiado, y al mismo tiempo muy generoso. No tuve ningún problema al dirigirlo, fue muy amigable, para nada difícil; es un actor que aporta mucho.

–Una novela rusa, ¿es una desobediencia a su madre?

–No, es hablar de una cosa que mi mamá no quiere hablar, pero no fue para nada para molestarla. Es una historia que también me pertenece a mí e intenté saber lo que había sucedido. Mi mamá se negó a decírmelo y pensé que era mi derecho investigarlo.

–¿Cómo es la relación con su madre, la historiadora y política Hélène Carrère d’Encausse? ¿Cómo es ser hijo de una persona tan importante como ella?

–Mi madre se convirtió en una persona importante en el mundo intelectual después de haber escrito un libro muy famoso, pero antes ya era una académica muy respetada y eran sus colegas quienes la conocían. Así, cuando mi madre se volvió famosa, coincidió con el momento que yo comenzaba a escribir. En ese momento no fue tan fácil, es por eso que le quité la mitad a mi apellido.

–Usted habló de los escritores que le gustan: Truman Capote, Juan Rulfo, Charles Dickens. ¿Qué escritores franceses le gustan?

–De entre los que escriben actualmente, hay una novelista que es muy buena y que ha tenido un gran éxito muy justificado: Virginie Despentes. Su libro Vernon subutex me parece muy bueno, es muy humano y hay un verdadero cuadro de la sociedad francesa. Tiene un éxito muy meritorio porque se lee de manera muy agradable y no es fácil lograr eso. Hay otro novelista, Pierre Michon, que es un poco escritor para escritores. Es cierto, no todo mundo lee eso. Tiene una idea muy alta de la literatura, pero que admiro mucho, aunque no sea necesariamente mi registro. Jean-Philippe Toussaint, Maylis de Kerangal, Annie Ernaux es una gran escritora...

–¿Y los ingleses? ¿Le gustan Martin Amis, Ian McEwan?

–De esa generación, al que prefiero es a Ian McEwan. Son autores que generalmente leo, he leído todos sus libros, de hecho. De McEwan creo que he leído todos. De eso me di cuenta cuando hablé con Paul Auster, nunca he sido un seguidor en particular pero lo he leído mucho... Ah, por cierto, hablando de escritores franceses, hay un escritor que no solamente yo sino todos los franceses nos pusimos muy contentos cuando le dieron el Nobel: Patrick Modiano. No solamente porque sea francés, sino porque es un autor muy querido en Francia. Es extraño, porque es una especie de hermano mayor un tanto perdido que nos ha acompañado durante toda la vida. Hay una relación muy afectiva con Modiano, es muy, muy querido.

–¿Cuál es su posición frente al islamismo?

–¿Qué pienso de los islamistas? Lo mismo que todo el mundo: que es un problema que nos asusta mucho. Hay un debate que es un poco complicado, no dentro de la acción política, sino un debate intelectual. La posición de la izquierda, un tanto limitada, dice que el islamismo no es un problema religioso sino que es uno de desesperación social, que está ligado a una marginación y todo eso. No digo que sea falso, pero pienso que el islamismo es ante todo una guerra religiosa, no podemos negarnos a ver eso. Es por eso que la posición de la izquierda me parece un tanto ingenua. Estamos obligados a pensar que el islamismo está ligado a la religión, no podemos decir que el islamismo no tiene nada que ver con el Islam. Aunque no quiero decir que el Islam produzca forzosamente al islamismo.

–¿Y qué piensa del feminismo?

–A título personal, es algo en lo que debo mejorar mucho. Tengo la impresión de que tengo muchas actitudes de hombre, un poco de macho. Sin dudas, me comporto de manera correcta con las mujeres, pero hay una pulsión en mí que es completamente masculina y que necesita al feminismo para avanzar, para mejorar.

–Eso se puede ver bastante en El bigote.

Sí, es posible. Es un punto de vista muy masculino. Por ejemplo, me gustaría en algún momento escribir un libro en el que el personaje principal sea femenino. Hay sin duda personajes femeninos importantes en mis libros, pero me gustaría escribir Limonova.