Se creyó durante mucho tiempo que Cassius Clay, asqueado por el racismo en Louisville, había lanzado la medalla dorada que había ganado en los Juegos Olímpico de Roma en 1960 a las aguas del Río Ohio. Tiempo después, uno de sus más eximios biógrafos, David Remnick, recordó en su libro King of the World (“El Rey del Mundo”, 1998), que el propio boxeador había desmentido dicha versión en una conferencia de prensa. Al parecer, se trató de un picaresco y oportuno invento editorial para agigantar aún más su figura y vender todavía más ejemplares de The Greatest (“El Más Grande”, 1975). El taekwondista Sebastián Crismanich escucha esta leyenda de la leyenda y libera una estentórea risa. Debe ser porque él también tiene una historia con la medalla olímpica, historia que viene sin endulzantes extras, pero historia al fin. Para Crismanich, la medalla de Londres 2012 es un amor conflictivo. De esos en los que uno ama pero ya no quiere más. Prefiere tenerla lejos, aunque bien cuidada. Por eso optó por entregar la presea a su madre.

Sabe Crismanich que el brillo del pasado es más peligroso que el canto de una sirena en altamar. El razonamiento es sencillo y práctico para este taekwondista retirado: si no hay recuerdos, no hay nostalgia. Entonces el oro descansa encerrado en un correntino cajón del ropero de mamá Pabla: “Sólo veo la medalla una vez por año. El tema es que genera tanto en mí, genera tanto en nosotros. Nos ha costado tanto, que cada vez que vemos esa medalla, nos emociona muchísimo. Así que tratamos que esté bien guardada. Y no acudir a ella en cada momento porque reflota muchos sentimientos. Muchas sensaciones. Muchas emociones. Que por cierto son muy lindas, pero a uno le movilizan tanto que es jodido. Por eso, sólo una vez por año acudimos a ver esa medalla”. La nostalgia puede ser un formidable combustible para los cantores de tango. Puede servir, también, para inspirar los versos más hermosamente tristes. Pero la nostalgia está contraindicada en los deportistas, es un dulce veneno para estos guerreros que viven de porvenires y no de pretéritos

-¿Cómo veías el éxito antes y cómo lo ves ahora?

-Desde hace muchísimo tiempo que me considero una persona exitosa. Porque siempre fui feliz. Al ser feliz, he podido elegir mi estilo de vida. En mis primeras competencias, perdía y perdía, no ganaba casi nunca, pero nunca me bajoneé porque yo ya me sentía y era exitoso. El objetivo final que siempre buscaba estaba logrado: siempre fui feliz. ¿Qué es ser feliz? Ser feliz es tener amigos, hacer deporte, viajar por el país y por el mundo, llevar ese estilo de vida hasta el final. El éxito no es ganar una medalla. O en todo caso, no ser exitoso no es haber perdido un torneo. O no ganar medallas. El éxito es la felicidad.

-¿Encontrás alguna diferencia entre el éxito y la gloria? Porque tenés algo que vale tanto como aquella figurita que le faltaba a un niño para completar el álbum.

-La gloria es la cereza del postre del éxito. Es lo que yo perseguí durante tantos años para poder coronar tantos años de esfuerzo, de toda una familia, de todo un equipo atrás. Todo lo que vivimos me hace saber que somos diferentes. En los momentos duros, los campeones tenemos ese algo que no se explica, pero que te hace salir adelante de cualquier situación. Lo bueno de todo esto es que no nos hemos quedado sólo en lo que somos o en lo que fuimos como atletas, así que con Molinari, Bopp, Dahlgren y otros atletas somos parte de la Huella Weber, un programa que busca dejar huellas por dónde pasamos, para compartir clínicas deportivas y dejar enseñanzas.

Crismanich carga con un calendario más exigente que aquel que tenía cuando peleaba. Esposo de Melisa y papá de Zamira, se sigue colgando medallas a seis años de la gran gesta. Recorre el país porque es embajador de Weber-Saint Gobain y porque tiene la Casa Garrahan de Chaco a su cargo. En Buenos Aires hace base cada vez que puede para capacitarse como directivo: asiste a cursos específicos del Comité Olímpico Argentino, como los de Gestión y Administración Deportiva, y participa de la Academia Olímpica, un programa de solidaridad que baja el Comité Olímpico Internacional. Siendo dirigente de la Federación correntina, no se aleja del tatami y entrena con los más chicos, en las dos  academias taekwondo que posee en Corrientes junto a su hermano Mauro. Próximamente, planea abrir una escuela deportiva en Lanús.

-¿Sentís una responsabilidad extra a partir del oro?

-Claro, somos íconos del deporte. Tenemos una responsabilidad y queremos transmitirla. En el Chaco tengo la Casa Garrahan a mi cargo. Y la casa de Infecciones. Así que estamos tejiendo buenas alianzas para brindar derechos y servicios a todos los chicos de las provincias de la región. Tenemos un bache grande en lo que es sanidad para la gente de bajos o nulos recursos.  Yo pasé por lesiones bravas y estando en plena etapa de recuperación en Estados Unidos, quería volver rápido para Corrientes para estar con mi familia. Y así recuperarme más rápido. Imaginate esos chicos que padecen enfermedades graves. Por eso es tan importante que tengan a sus familiares cerca. Así que el deporte tiene que servir para estas cosas, para transformar las realidades que están o no a nuestro alcance.

-El entrenador argentino Diego Giustozzi dijo que sería un error pensar que somos potencia en futsal por haber ganado un mundial. ¿En el taekwondo sería un error pensar lo mismo con la obtención de tu medalla?

-Hay que seguir mejorando y trabajando por más que no seamos potencia. El taekwondo argentino tiene un gran semillero, ha crecido muchísimo en nuestro país. Poco a poco hay que ir elaborando sistemas de trabajo, formar semilleros de chicos entre 10 y 14 años. De hecho, durante todo este año iré viajando por todo el país buscando esos talentos. Y dándole una oportunidad a los pibes para que puedan desarrollarse en este deporte. Que tengan un programa que los apadrine y que les permita cumplir sus propios sueños. Hoy, por ahí, en la “categoría adulto” no tenemos una gran cantidad de atletas que puedan representarnos en el más alto nivel de la mejor manera posible, pero tenemos futuro.

-Cuando hablás de futuro, ¿te referís a Lucas Guzmán?

-Lucas es la estrella del taekwondo argentino, tiene disciplina, talento y una familia que lo respalda. Tiene una gran chance de mostrarse en los Juegos de la Juventud de este año, en Buenos Aires. Si gana sería bárbaro; si no, va a tener que seguir trabajando, todavía es jovencito.

-¿Qué tips hay que saber para poder iniciarse en este deporte?

-Hay muchos entrenadores buenos, que protegen a los atletas para que no salgan lastimados. Las madres pueden quedarse tranquilas porque todo el trabajo que hacemos en las academias es progresivo. Primero hay que aprender a defenderse, a moverse. Y luego, a golpear. El taekwondo te inculca disciplina, responsabilidad, tolerancia con el compañero. Puede ser muy beneficioso. O muy dañino, si uno mentalmente no está preparado para saber lo que es el taekwondo. Hay que saber cómo aplicarlo en la vida real. Incluso hasta puede llegar a ser un arma.  Es simple: si uno no tiene responsabilidad, ni disciplina, no va a funcionar ni adentro ni afuera del deporte.

-Te terminó por retirar una lesión cuando estabas en un gran nivel.

-A los 29 años me terminó retirando una lesión (N. de R.: fractura de tibia y peroné de la pierna derecha), es cierto, pero también me retiré en paz, porque dejé todo para representar a mí país. He hecho todo lo que estuvo a mi alcance y todo lo que no, para poder volver. De hecho, regresé en dos competencias. Me retiré en el 2016 pero nunca tiré la toalla. Esta lesión no me permite entrenar en alto rendimiento; sin embargo, igual sigo practicando con pasión para poder recrearme, para seguir contagiando a los chicos. Está bueno que los que vienen abajo puedan aprender algo más. Siento que ellos van a ganar confianza más fácilmente porque le está enseñando un campeón olímpico.

-¿Cuánto hay de talento y cuánto de transpiración en tu carrera?

-Creo que hay más de transpiración que de talento. Creo que el talento sin transpirar muchísimo, no sirve de nada. Soy un producto del esfuerzo. Si bien algo de talento obviamente uno tiene que tener, todo lo que a mí me caracteriza es la transpiración.