Desde los años ‘90, una vez caída la dictadura, cada vez que se viaja a Chile se observa su progreso y modernización. Por ejemplo, la puerta de entrada más usual, el aeropuerto de Santiago, está siendo remodelado en una obra gigantesca para dejar, se promete que en 2020, instalaciones del “Primer Mundo”. Chile es el segundo país de nuestra región, detrás de Uruguay, con el mayor PIB por habitante: 13.500 dólares por año. Les siguen Argentina, Venezuela y México para formar el quinteto de los mejores. Pero en desigualdad en la distribución del ingreso, Chile también se luce: es el peor de Sudamérica luego de Brasil, y el sexto si se incluye Centroamérica, la zona de mayor retraso en un subcontinente –Latinoamericana y el Caribe– ya de por sí con la peor injusticia social del planeta. 

La modernización innegable de Chile ha sido con exclusión o de “dualidad”, como la designara años atrás el sociólogo Eugenio Tironi y no ha cambiado demasiado. Es un modelo que, salvo la militancia estudiantil a favor de la gratuidad en la educación superior, de lo cual se logró bastante en el gobierno saliente de Michelle Bachelet, pareciera de modernización excluyente, sí, pero también ordenada y hasta amable, o más bien, resignada.

En marzo, por segunda vez, asumirá como presidente de Chile el empresario Sebastián Piñera, dueño de unos 2700 millones de dólares según el ranking Forbes y uno de los tres hombre más ricos de Chile junto a los herederos de Andrónico Luksic (minería, industrias, finanzas) y a Horst Paulmann (dueño de Cencosud, grupo propietario de Jumbo, Disco, Easy, Almacenes París, la torre más alta de Sudamérica Costanera Center).

Su primer mandato terminó deslucido en 2014, pero en 2017 la derecha no tuvo otro candidato para enfrentar al oficialismo de Bachelet, que a pesar de tener en su segunda experiencia presidencial mayores conquistas concretas en materia social, educativa, tributaria o de género, nunca logró la popularidad que supo lograr en su primer mandato de 2010-2014. Un enorme fracaso de la izquierda y centroizquierda chilenas tener que entregar dos veces (y se repiten los nombres: Bachelet a Piñera) la banda presidencial a la derecha, aun cuando el modelo neoliberal esté tan arraigado que a veces, en política económica, no se distinguen matices ideológicos.

Crecimiento

La economía de Chile vino creciendo en torno a 2 por ciento anual estos años, luego del ciclo de fuerte alza en los gobiernos anteriores. El cambio ocurrió por el derrumbe del precio del cobre, como de otras materias primas afectando a otros países del área, tras la crisis global de 2008. Chile sigue dependiendo demasiado de su minería. Aquí habría que aclarar. Que el PIB crezca poco no significa que así lo hagan las ganancias de las grandes familias y empresas. De acuerdo con la Fundación Sol, en 2016, cuando Chile creció 1,6 por ciento, las utilidades de las casi 600 empresas que reportaron sus datos a la Superintendencia de Valores y Seguros aumentaron 37 por ciento y llegaron a 20.000 millones de dólares. Algunos ejemplos fueron Quiñenco, la matriz del grupo Luksic, que ganó 83 por ciento; Cencosud, 67; Inversiones La Construcción (ILC), dueño de grandes firmas financieras y de salud, como AFP Hábitat, CorpSeguros, Banco Internacional e Isapre Consalud, un récord de 307 por ciento. Las Isapres (salud privada en un país donde no hay obras sociales al estilo argentino), en general aumentaron sus ganancias de ese año 62 por ciento.

Otros indicadores: La inflación bajó con Bachelet de más de 4 por ciento en sus primeros años a poco más de 2 por ciento anual (2,3 en 2017). El salario mínimo (el tercero más alto de la región detrás del de Argentina y Uruguay) subió 19 por ciento en su gobierno; el desempleo está algo por encima de 6 por ciento, y la deuda externa, que con Piñera se disparó y creció 77 por ciento en 2010-2014, subió en el segundo mandato de Bachelet 22 por ciento. El déficit fiscal cerró en 2,8 por ciento del PIB el año pasado, bajo para la región (una característica de Chile, su “disciplina presupuestaria” que erotiza a los ajustadores) pero el más alto en ese país en ocho años. Con ese cuadro arrancará Piñera el 11 de marzo cuando jure en el Congreso de Valparaíso.

Gabinete

Sus ministros del área, en un gabinete que tendrá 16 hombres (6 que ya estuvieron en el anterior gobierno del millonario) y 7 mujeres, estarán encabezados por el de Hacienda, Felipe Larraín, uno de los que repite gestión. Graduado en la Católica chilena y doctorado en Harvard, derrotero habitual de la elite chilena, además de prometer un crecimiento de 3,5 por ciento, ha sido el más acérrimo rival de la reforma tributaria que ejecutó, lo que pudo, Bachelet. La presidenta lo hizo no sólo por la injusticia fiscal en Chile de tantos años, sino para financiar la reforma educativa, de cierto éxito, pero incompleta. Larraín, de quien sus conocidos dicen que tiene un concepto de sí mismo más alto que el Costanera Center, afirma que la de Bachelet fue la “peor reforma” impositiva que vio en su vida y prometió “enmendarla”, rebajando de 27 a 25 por ciento los impuestos de la más alta categoría a las empresas.

Así, con la inversión en educación todo augura que seguirán los conflictos. En la campaña de la primera vuelta electoral, a Piñera le fue peor de lo esperado y no había sido muy claro con el tema de la gratuidad en la universidad pública, aun en proceso. Durante la campaña del balotaje, el candidato cambió el discurso y prometió seguir con la reforma educativa. Pero como suele suceder, ahora que ya ganó la promesa está bajo sospecha, entre otras cosas por la elección del ministro del área: Gerardo Varela. Director de fundaciones como Para el Progreso, Emplea del Hogar de Cristo o Educa UC, en sus columnas del diario El Mercurio se opuso a los cambios de Bachelet reclamados por el estudiantado y las familias menos acaudaladas de Chile y dijo que la educación es tanto un derecho como un bien económico, al igual que la salud y la seguridad. Cuando un conservador dice eso, bien económico está muy por encima de derecho.

Discursos

Para la campaña de su segunda vuelta –y antes de que, en enero, se conociera una escandalosa manipulación de datos económicos de Chile por parte del Banco Mundial que perjudicaron la imagen de Bachelet– Piñera cambió otros discursos para ganar adeptos. Por ejemplo, tomó la idea de analizar la creación de una AFP estatal que compita con las cajas de jubilaciones privadas, las únicas que existen en Chile desde la dictadura, excepto para los militares, y son el mayor negocio para la elite financiera y transnacional chilena, que guarda esa renta a miles de kilómetros de Chile y de bolsillo de los supuestos beneficiarios. Pero no hay todavía claridad sobre el sistema previsional por venir, salvo que seguirán las AFP.

Como ministro de Economía, encargado del mercado interno, irá José Ramón Valente, doctorado en la Universidad de Chicago y ex director de empresas como Cementos Biobío, grupo de empresas Banmédica, vicepresidente de Soprole, miembro del directorio de Transelec, Telefónica y Brookfield Property Partners, sumado a sus firmas vinculadas a Banmédica, Penta Vida y a la Universidad Del Desarrollo. No es tan rico como Piñera, su patrimonio ronda los 20 millones de dólares, pero sus vínculos con semejante cantidad de empresas en un cargo como Economía, que maneja precios y competencia, provocará colisión de intereses.

Otros cargos relevantes serán: al Ministerio del Interior y Seguridad Pública retornará Andrés Chadwick, abogado egresado de la UC, una de las manos derechas del empresario, además de ser su primo. A la Cancillería, el escritor Roberto Ampuero, ex titular de Cultura. Y Juan Andrés Fontaine, ingeniero comercial de la UC y otro Chicago boy, dirigirá una cartera clave, la de Obras Públicas.

En  Justicia, el ex presidente de la pinochetista Unión Demócrata Independiente (UDI) y ex presidente de la Cámara de Senadores Hernán Larraín. A Trabajo irá Nicolás Monckeberg, connotado miembro del Opus Dei, como muchos dirigentes de la derecha chilena. Su primo, Cristián Monckeberg, irá a Vivienda. E Isabel Plá será ministra de la Mujer y Equidad de Género, otra de quien no se espera nada positivo y fue la más crítica a la reforma sobre el aborto, otro de los avances legislativos que deja Bachelet.

Las reformas que intentará Piñera tendrán, además de la oposición de la Nueva Mayoría cuando en marzo deje de ser oficialismo, un escollo novedoso en el Parlamento. Gracias a la eliminación del sistema binominal, otra herencia dictatorial, por primera vez en esta etapa democrática habrá en el Congreso una tercera fuerza, el izquierdista Frente Amplio, que hizo una gran elección en la primera vuelta y metió 20 diputados y 1 senador, además de retener alcaldías. Con todo, es una constelación de más de una docena de agrupaciones que deberá mostrar con el tiempo si se parece más al Frente Amplio uruguayo, que logró consolidación en el poder de Uruguay hasta ser gobierno, o al Frente Amplio peruano, cuyo debut también fue sorpresa en las elecciones de 2016, pero que se fracturó a poco andar.