Si el cantito/insulto que ya buena parte del universo futbolero local le dedica por estas horas a Mauricio Macri preocupa a los hacedores de imagen del Gobierno, tanto como a sus voceros circunstanciales, es sencillamente porque su crecimiento exponencial amenaza fuertemente la estrategia comunicacional que impulsó al ex presidente de Boca y ex jefe de Gobierno porteño para alcanzar la presidencia de la Nación. 

El cantito/insulto brotó en la cancha de San Lorenzo hace dos semanas, durante el clásico frente a Boca; reapareció unos días más tarde en el estadio de Obras (en la final de la Supercopa, que enfrentó al Ciclón con Regatas Corrientes); y desde ahí se reprodujo como rizoma aquí y allá. Apareció en la cancha de River, a raíz del polémico arbitraje de Jorge Baliño en el empate 2-2 frente a Godoy Cruz; luego en la cancha de Huracán, tras un corte de luz durante su partido frente a Estudiantes; y ya viralizadas las imágenes se extendió en las canchas de Independiente, Chacarita, Lanús y Gimnasia, en las canchas del Ascenso, y anoche también en la de Racing. 

Si fuera cierto, y es difícil creerlo, eso de que Macri dice a sus allegados: “que todo lo que sabe de política se lo debe al fútbol” –frase que, dicho sea de paso, se le conoce al filósofo y arquero en Argelia, Albert Camus (en su caso hablaba de moral, no de política)–, bien debería escuchar esa voz colectiva que truena desde las más variadas tribunas. 

La iniciativa para que los árbitros suspendan los partidos en los que los hinchas insulten al Presidente, esbozada por el ex árbitro y titular del Sadra, Guillermo Marconi, como solución práctica para intentar contener el torrente de expresiones agraviantes contra Macri, suena un poco a querer tapar el sol con la mano. Lo mismo ocurre con los intentos de quienes buscan despegar por completo la reacción de los hinchas de las medidas impopulares que el Gobierno adopta en materia económica y política, inflación, tarifazos, reforma previsional, gatillo fácil, etc... 

Tampoco importa tanto el hecho de que Macri admita frente a su “grupo de gente de confianza” que se equivocó invitando al técnico de Boca a almorzar en la Casa Rosada, en estos días de arbitrajes polémicos. La “verdad” –me permito abusar de esta palabra– es que al Presidente y a su equipo le preocupa que el hit del verano no se detenga o, peor aún, continúe brotando. Ya ocurrió en la estación Callao del subte D, una mañana, y en la Ciudad Cultural Konex, una noche de música. Pero eso sí, tranquilos todos y todas, que por ahora a nadie se le ocurrió clausurar los andenes subterráneos ni los recitales de reggae.