En su discurso inaugural de las sesiones legislativas el presidente Mauricio Macri eligió el camino del autoelogio sin demasiados argumentos y, de manera indirecta, reconoció e intentó alegar contra las críticas a su gestión que vienen creciendo aún desde los sectores más adictos. “Lo peor ya pasó”, dijo el mandatario, para darse aire y para prometer que si hasta el momento no respondió a las expectativas de propios y ajenos eso ocurrirá a partir de ahora. En general, nada nuevo en el horizonte. No hubo anuncios importantes, sí un tono que pretendió ubicarse entre conciliador respecto de sus críticos y lleno de optimismo y de entusiasmo hacia los suyos. Y ni un paso atrás. “Estamos en la dirección correcta dejando atrás muchos años de estancamiento y retroceso”, dijo el Presidente, seguramente aconsejado de que reconocer algún error puede leerse como un signo de debilidad.

Ratificó el rumbo económico y haciendo indirecto acuse de recibo de algunas críticas, defendió el “gradualismo”, prometió que “vamos a dejar de endeudarnos” y que “se van a multiplicar las inversiones”. Todo para más adelante. Es decir, para un presunto “segundo semestre” de algún año venidero.

En ese contexto es difícil discernir cómo entiende Macri que “no sirve seguir culpando a otros de lo que nos pasa”, cuando su gobierno sigue señalando a “la pesada herencia” como causa principal de los problemas argentinos.

El discurso presidencial no ofreció mayores sorpresas ni anuncios sorpresivos. Ratificó sí algunas de las aristas más controvertidas de la gestión. Después de recibir al policía Chocobar acusado judicialmente de abuso de la fuerza, Macri planteó que existe “una tensión entre la democracia y la seguridad” y aunque dijo que “no creemos que haya que caer en la mano dura ni el abolicionismo para resolverla” ratificó la idea convertida en doctrina de respaldo al accionar represivo, que el Presidente traduce en “respeto” a las fuerzas de seguridad. Más allá de las generalidades y más promesas de cambio, no hubo precisiones respecto de temas de indudable interés público como los conflictos suscitados en la educación y acerca de la reforma laboral. Ni una palabra sobre la cuestionada reforma previsional. Apenas una referencia a la importancia de la comunicación, pero ni una palabra del proyecto de ley que se comprometió a presentar después de desguazar por decreto la ley de la democracia y mientras administra también por decreto los intereses de sus aliados del sector. Habló de la transparencia y de la ética que caracteriza a su gestión, olvidando las críticas por el manejo financiero nada trasparente de varios de sus funcionarios más encumbrados. Macri prefirió asegurar, sin ninguna prueba, que el Estado que encabeza es ahora más “transparente”  y que los “funcionarios están obligados a un alto estándar ético”. Tampoco hubo una concreción respecto del debate sobre la despenalización del aborto, más allá de la intención de que se discuta. Todo ello en medio de otros olvidos, faltas de precisión y claras omisiones.

No es una novedad que todos los presidentes en ejercicio prefieran argumentar mostrando los logros de su gestión antes que hacerse cargo de los errores y las carencias. En eso Macri no es original. Pero sí se puede –vale en este caso el uso de la expresión– decir que el Presidente exagera. Porque a mitad de su mandato no solo niega lo que comienza a ser evidente hasta para los más afines, sino que sostiene que hasta lo negativo es bueno. Aunque, como también lo dijo, estamos aún en la etapa donde los logros son “invisibles” y apenas el cimiento de lo que vendrá. No se privó el Presidente de invitar a todos “a que piensen distinto, a abrir la mente y el corazón”, a que se convenzan “en buena fe que puede funcionar”. Es más que “está funcionando”, sostuvo Macri al finalizar su discurso antes de entonar el “sí se puede” junto a los suyos.

En todo caso, se trata de propuestas aisladas todas ellas encolumnadas en la misma orientación ideológica y política, pero que no dan señales de un plan sólido y coherente de gobierno.

A pesar de que las calles que rodean al Congreso estuvieron valladas para contener una multitud tan imaginaria como inexistente, puesto en pose de pastor que pretende entusiasmar a su feligresía, Macri invitó al “entusiasmo del hacer” porque, dijo, somos parte “de la generación que está cambiando la Argentina para siempre”. Expresa, sin duda, un sentimiento fundacional que busca barajar y dar de nuevo.

“Juntos” fue la palabra más usada en el discurso presidencial como una manera de evitar la confrontación (también habló reiteradamente del “diálogo” sin señalar ni una vez la manera de practicarlo) y por eso insistió Macri en que “los necesitamos a todos” y que “nuestros enemigos son la resignación y la indiferencia”.

Un discurso autoelogioso, sin precisiones ni anuncios importantes, que pretendió ser motivador aunque careció de argumentos para serlo realmente, y con un llamado a caminar “juntos” sin decir con claridad a dónde nos quiere llevar. Y contra lo que muchos señalan, Macri asegura que “siempre pienso en lo que es mejor para todos los argentinos” porque “no vine a hacer lo que es mejor para mí ni para mi gobierno”. Si él lo dice...