“Me impresionó la cantidad de gente que, a raíz de haber hecho esta peli, me contó que había pasado por una situación de aborto, una gran mayoría”, cuenta, con sorpresa, Pablo Giorgelli, director y coguionista de Invisible, un film que se estrena el próximo jueves, y que llega en el Día Internacional de la Mujer, justo para sumarse al debate que se abre en el Congreso por el derecho al aborto. Pero Invisible no es un film militante. Muestra la soledad de Ely, una adolescente de 17 años, para enfrentar los dilemas que le plantea un embarazo no buscado, los callejones sin salidas, los miedos, la falta de información, un mundo adulto que le da la espalda, como el Estado. “Que el estreno de la película coincida con este momento por un lado tiene algo de casualidad pero al mismo tiempo no me sorprende tanto, pienso que es algo que estaba en el aire, es un tema pendiente con tantos años de lucha e historias dolorosas detrás que hasta que no lo resolvamos siempre va a tener vigencia”, dice Giorgelli, en una entrevista con este diario. Y aclara: “No es una película militante, por elección, pero sí política”.

Es su segundo largometraje, después del multipremiado Las Acacias (2010). Como en el primero, no hay figuras famosas, lo que le permite al espectador meterse en la historia como si estuviera siendo un observador preferencial del drama que le toca vivir a Ely –interpretada por la actriz Mora Arenillas–, como a tantas mujeres, en el país. Se pierde la idea de que hay un actor que representa un personaje. Ahí, en la pantalla, lo que se ve a una chica común, de una familia de clase trabajara, ante una problemática, que es más habitual de lo que hasta el mismo director suponía. Una adolescente que va al colegio por la mañana y trabaja por la tarde, una madre al borde de la depresión, un padre ausente.

–¿Por qué eligió el tema del aborto?

–La película no surge desde ahí, no me propuse de entrada hacer una película sobre el aborto, esto es algo que surgió luego durante el desarrollo. El origen de Invisible está más vinculado con mi deseo de hacer una película sobre la adolescencia, sobre “una” adolescencia mejor dicho, una adolescencia específica, particular, esa y no otra. Así fue surgiendo el personaje de Ely. Y lo siguiente que aparece es el personaje de la madre, que para mí es clave, y es este vínculo lo que dispara y organiza la película toda. Luego, al desarrollar el guion, que escribimos a cuatro manos con María Laura Gargarella, surge la posibilidad de que el personaje estuviera embarazada y ahí aparece la posibilidad del aborto en su horizonte. Y naturalmente esto transforma la película. A partir de este punto nos pusimos a investigar, mucho, con profesionales de la salud, con referentes de organizaciones vinculadas a la temática, y también con adolescentes que habían atravesado situaciones similares a las de Ely, y muchas de las cosas que recogimos durante ese proceso terminaron dándonos cierto sustento para poder abordar el tema con rigor y con una sensibilidad que nos permitiera ampliar un poco la mirada sobre los aspectos sociales, económicos y políticos en el que sucede Invisible, la ciudad de Buenos Aires, la Argentina de hoy día. La pregunta rectora que marcó el norte de la película fue: ¿qué tipo de sociedad somos que generamos adolescencias como la de Ely?

–La película llega en un momento muy oportuno. ¿Cuándo empezó a pensarla?

–Todo el proceso de Invisible, desde las primeras ideas hasta su estreno mundial en el Festival de Venecia, unos meses atrás, fue de unos cinco años. Comenzamos a escribir la película en 2012 y fueron dos años de escritura de guion aproximadamente. Luego, varios años para conseguir la financiación –la película es una coproducción entre Argentina, Brasil, Uruguay, Alemania y Francia– y después tuvimos casi un año medio de casting para encontrar a la actriz, Mora Arenillas, que hace un trabajo impresionante en la película, de una sutileza e intensidad tremendas. Mora entendió perfectamente el tono que yo quería para la película cuyo mayor desafío tal vez era contar el terremoto interno que atraviesa a Ely sin verbalizarlo. Ella es el alma de la película. Que el estreno de la película coincida justo con este momento de debate por la legalización del aborto por un lado tiene algo de casualidad pero al mismo tiempo no me sorprende tanto, pienso que es algo que estaba en el aire, es un tema pendiente con tantos años de lucha e historias dolorosas detrás que hasta que no lo resolvamos siempre va a tener vigencia. Pero por supuesto que estos días de marzo son especiales y la esperanza de que esta vez se le dé un tratamiento serio se renueva. Ojalá la película se convierta en un vehículo que pueda aportar desde otra óptica y contribuya a la reflexión y el debate.

–¿Le costó encontrarle el tono a la narración?

–Me costó mucho hacer esta película. Trabajé mucho para encontrarle la forma, el tono y el alma. Fueron muchos años de pensar la película, leer, investigar, escuchar, observar, recordar, para luego volver a repensar la película e intentar descubrir desde dónde quería contarla, qué era lo que me interesaba, porque quería hacerla. Para mí lo esencial era la soledad y el desamparo de Ely en todos los órdenes de su vida: Ely en su desamparo familiar y social; Ely en un mundo de adultos con el que no puede comunicarse y viceversa; Ely frente a un Estado que ignora y hasta criminaliza una situación como la que ella debe atravesar. Y quería evitar justamente la película panfletaria e intentar una película que pudiera ampliar la lectura de los hechos y no circunscribirla a la cuestión vinculada con la ilegalidad del aborto. No es una película militante, por elección, pero si política.

–¿Cómo fue el proceso para escribir el guion?

–Invisible es un retrato. Cuenta los días de Ely desde el momento en que se entera que está embarazada y tiene que tomar una decisión al respecto. Desde el proceso de escritura tenía claro que quería enfocarme en el drama íntimo del personaje, siempre desde un posible punto de vista de Ely, no mío. Y esto fue lo que definió casi todo en la película: el planteo estético y el estilo narrativo. Entendí que yo debía desaparecer como autor para ser absolutamente solidario con las decisiones del personaje y su posible mirada del mundo, decisiones que pudieran ser orgánicas con su realidad, su edad, su pertenencia de clase. Entonces para escribir –y luego también para dirigir la película–, de algún modo, yo “desaparezco” y me convierto en ella, casi como el trabajo que hace un actor. Yo no soy yo, soy ella. Todo esto dicho entre comillas, por supuesto, porque se trata de una construcción, una representación, una ficción. Este fue uno de los mayores desafíos para mí tal vez, probablemente por la distancia generacional y de género que tenía con el personaje. Necesité mucho trabajo y tiempo para conocer, entender y ser tomado por Ely.

–La historia de Ely transcurre en zona de Catalinas Sur... ¿Hay algo de biográfico en la película?

–Soy de ahí. Es el barrio en el que nací y me crie, donde aún vive mi madre. De hecho filmamos la película en el departamento contiguo al suyo y usábamos el de ella como base para el equipo. De todos modos la elección no tiene que ver con una cuestión nostálgica sino narrativa. Ese barrio de monoblocks, que conozco de memoria, es un barrio de clase trabajadora, popular, y me permitía contar la pertenencia de clase de Ely rápidamente sin tener que explicarla. Para mí era importante definir al personaje como alguien que aún está dentro del sistema y ubicarlo dentro de una clase trabajadora cuya suerte está siempre atada a los vaivenes sociales y políticos del momento. Además es un barrio hermoso, visualmente muy cinematográfico. También filmamos en Barracas y en San Telmo, toda la vida de Ely se desarrolla en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.