Uno de los caminos más apropiados para aprovechar el riquísimo patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes es establecer líneas de lectura en sus colecciones a través de exhibiciones coherentes, que propongan distintas maneras de reunir y conectar unas obras con otras, de iluminar aspectos hacia el interior del propio campo del arte y  también hacia otros campos de la cultura; de articular diferentes aspectos que acerquen el pasado al presente. Exposiciones como A la conquista de la luna, un conjunto de siete piezas de gran formato que integran el patrimonio del MNBA, realizadas por siete artistas mujeres, permiten al público, en un mes especialmente atento a la reflexión y las luchas de las mujeres, conocer y disfrutar de las obras, al mismo tiempo que entender algunos aspectos de la compleja trama artística, histórica, social, cultural y política. La selección del breve y contundente conjunto de esta muestra corresponde al director ejecutivo y a la directora artística del Museo, Andrés Duprat y Mariana Marchesi. Ambos figuran como curadores y firmantes del texto de presentación. El conjunto elegido supone distintas generaciones de artistas, tendencias, técnicas y va de los años sesenta al presente. Artistas históricas, consagradas y en plena producción.

Las piezas elegidas son de Elba Bairon (1947), Diana Dowek (1942),  Raquel Forner (1902-1988), Noemí Gerstein (1908-1996), Mónica Millán (1960), Liliana Porter (1941) y Graciela Sacco (1956-2017). En términos amplios, este tipo de muestras pone a funcionar las obras, les otorga nuevos sentidos y las coloca en relación mutua y contextual: las politiza.

Según explican Duprat y Marchesi, “los discursos dominantes de la historia del arte fueron casi exclusivamente pensados desde una mirada masculina. Un posible correlato se materializa en la desproporcionada cantidad de obras realizadas por hombres que se encuentran en los museos. Más allá de una cuestión de números, este escenario lleva a reflexionar sobre la manera en que se comprenden las imágenes y cómo se construyen las reglas en el mundo del arte, aun en el presente”.

La obra “rectora” es el gran cuadro de Raquel Forner que da título a la exposición: A la conquista de la luna, un díptico (óleo sobre tela) de dos metros por cinco, pintado en 1961. 

Parte de la última etapa de su vida, la artista se interesó por el tema de conquista del espacio como respuesta esperanzadora de la segunda mitad del siglo a las violencia de las guerras de la primera mitad. Forner recorrió formalmente una fusión de estilos que van desde los ecos de cierto expresionismo, pasando por la neofiguración e incluso por cierta gestualidad cercana al informalismo. 

Como preámbulo de la exposición que se presenta en la sala 33 del primer piso, pero del lado de afuera y a modo introductorio, el visitante es recibido por una gran escultura de Noemí Gerstein: se trata de El samurai (ca. 1961), hecha con caños de bronce soldados y pintados, que mide 190 x 59 x 42 cm. Esta pieza sigue el proceso que la escultora había iniciado a fines de los años cincuenta, cuando había dejado la figuración para construir obras abstractas en las que soldaba varillas de metal. 

Una vez que el visitante entra a la sala, la apertura de la muestra, a la derecha, está dada por la obra de Mónica Millán, con su Picnic a orillas del río Paraná, una instalación textil, lumínica y sonora (con diseño sonoro de Mene Savasta Alsina), realizada en 2007, que mide 42 x 235 x 200 cm. Para Millán, misionera, resulta clave en su obra la evocación de la naturaleza, a través de bordados, dibujos y pinturas en los que se ve una naturaleza desbordante y poética, mediante un trabajo de un detallismo hipnótico, que aquí se enfatiza con la dimensión sonora.

Al lado de esta obra y sobre la pared, se ubica, Argentina 78, una obra que Diana Dowek realizó en 1978 como parte de la serie de sus “alambrados”.  Se trata de una obra en la que se combina acrílico, alambre de acero, tela y madera, que mide 150 x 450 cm. En plena dictadura y durante el mundial de fútbol, la obra de Dowek muestra una “pintura” propiamente dicha (de la que se ve el reverso con la firma y el año), como parte de una trama en la que termina presa de una larga malla de alambre que se extiende hacia ambos costados, excediéndola y atrapándola. Un alambrado que tanto podría rodear un campo de juego como un campo de prisioneros. Alambres que someten y atan pero que, como también aquí se insinúa pueden violentarse, para ser libres.

La pieza de Bairon, un bodegón sin título de 1999, realizado en pasta de papel, estuco y resina, de dimensiones variables, presenta una aproximación volumétrica, objetual y escultórica al género de la naturaleza muerta y los bodegones, desde un punto de vista absolutamente libre –en las formas, disposición y escalas–. La sensualidad de esta obra está asociada a la lentitud, al silencio y a la huella del trabajo manual, tanto como a la relación con lo orgánico.

El cuadro que sigue, es una obra sin título de Porter, óleo sobre tela de 106,5 x 131, 5 cm, pintado en 1979. La cantera donde Liliana Porter va a buscar la materia prima de su obra es la niñez: juguetes, adornos, souvenirs..., objetos de la cultura de masas que traen consigo una carga simbólica cristalizada, la cual, según el caso, será neutralizada, potenciada o contrastada por la artista. Aquí se trata de formas geométricas que simulan volumen. Pero también hay otra cantera, igualmente inagotable, a la que recurre con insistencia: la de los objetos producidos por la llamada “alta cultura”. Pinturas, grabados, dibujos –propios y ajenos–, libros, integrados de modo realista, a la pintura. A partir de esas canteras infinitas, las piezas citadas, apropiadas, recobradas o rescatadas pasan a formar parte de una nueva situación –de laboratorio– en la que se las vuelve a nombrar, se les da una personalidad y un protagonismo distintos del que traían de origen; se les organiza un nuevo –austero, casi aséptico– contexto para generar el efecto de mundo propio y autónomo. 

En la pared del fondo se presenta un conjunto de veinte posters off set de Sacco, de la serie Bocanada (1993-2013), de 50 x 70 cm cada uno.

La artista concebía las artes visuales como derivadas de un campo de investigación mayor, en el que se incluyen las ciencias humanas, la cultura urbana y la política. El arte, para ella, era en parte el efecto de un eco discursivo. Las bocas impresas en distintos tamaños y formatos de su proyecto Bocanada no son como la que Andy Warhol diseñó para los Rolling Stones. Las que Sacco utilizó no eran bocas satisfechas, amenazantes o burlonas. Las bocas de Sacco son todas diferentes y vulgares. Impersonales y nada seductoras. Son bocas que remiten al grito de protesta; a la palabra contestataria o, en todo caso, al campo odontológico y médico, a la pura fisiología. Allí buscaba materializar el tema de la protesta y del hambre, como metáforas de la necesidad.

* En el MNBA, Av. del Libertador 1473, hasta el 15 de abril.