Si el terror es un género que demanda un compromiso con ciertos requisitos para preservar su esencia, en el teatro ese desafío se multiplica. En este aspecto, la escasa oferta de estos contenidos en la cartelera teatral local confirma esa dificultad. Aunque hay excepciones que asumen el riesgo, como es el caso de La habitación de Verónica, que sube al escenario del Teatro Picadilly (Corrientes 1524), los martes a las 21, con dirección de Virginia Magnago.

La historia, ambientada en los años '70, y escrita por Ira Levin, creador también de El bebé de Rosemary, clásico del terror dirigido en cine por Roman Polanski, transcurre en una habitación de una casa a la que llegan Susan y su novio, invitados por una pareja de ancianos luego de ser interceptados en un restaurante. La excusa resulta ser el parecido de Susan con Verónica, la dueña de esa habitación, fallecida hace mucho tiempo.

Luego de más de treinta años de trabajo en la profesión, Esther Goris es quien se pone al frente del elenco que completan Horacio Roca, Florencia Otero y Adrián Lázare. Con el rol de la anciana protagonista que entabla vínculo con Susan, Goris asegura estar interpretando uno de los papeles más complejos de su carrera, en un género con el que además nunca había trabajado. En simultáneo, y después de haber alcanzado el éxito en 1996 con su interpretación de Evita en la película Eva Perón, con guión de José Pablo Feinmann y dirigida por Juan Carlos Desanzo, Goris recorre el país con Evita, un homenaje, un proyecto personal de su autoría y dirección que combina material documental con fragmentos de la película, y con el que vuelve a interpretar el papel que la consagró.

“No me gusta hablar intelectualmente de las obras antes de poner el cuerpo, porque soy más bien visceral e intuitiva cuando me pongo a actuar”, comenta la actriz al respecto de su método de trabajo, aunque asegura que La habitación de Verónica fue una excepción en ese sentido. “En este caso, junto con el elenco y la directora Virginia Magnago, hicimos varias lecturas del texto y me fascinó la estructura que tiene. La obra es una pieza de ingeniería. Es como una serie de cajas chinas donde abrís una y encontrás otra, y cuando creés que ya viste todo, en el último instante, hay otra vuelta de rosca y nada es lo que parece ser. Y este desconcierto mismo es el terror”.

- ¿Había abordado como intérprete este género anteriormente?

- Jamás. He visto clásicos como El inquilino, El bebé de Rosemary o El resplandor. Como hice la carrera de Letras, también estudié la literatura gótica, y leí Frankenstein y Drácula, que son sus expresiones máximas. Pero el terror me deja con los ojos abiertos durante bastante tiempo y por eso no había incursionado en él. Es muy difícil hacer este género en teatro.

- Precisamente, no es usual ver obras teatrales de terror. ¿Por qué cree que ocurre eso?

- Toda obra de arte implica por parte del espectador una suspensión de la incredulidad, como decía Coleridge. Pero el terror necesita de esto más que ningún otro género para que se produzcan con eficacia las emociones a las que intenta apelar, como el miedo, la intriga y el suspenso. Además, esta es una época en la cual el público está muy habituado al realismo que le llega a través de una pantalla con el cine o las series, entonces es muy difícil hacer terror de una manera verosímil. La verosimilitud tiene que llegar a extremos muy grandes, y en este caso me parece que contribuye el hecho de que la obra transcurra en una habitación, porque eso colabora a que todo sea más creíble. La escenografía y el vestuario también apelan al realismo. Pero no es fácil.

- Su personaje tiene varias capas y una psicología compleja. ¿Cómo se trabaja eso desde la composición?

- Mi personaje no es lo que dice ser, y se podría decir que tiene cuatro capas, entonces para interpretarlo he tenido que abordar por separado cada una de esas capas. He actuado en obras donde había que pasar rápidamente del humor a la tragedia, algo muy difícil de hacer, pero este es un desafío particular, y por eso lo acepté, porque me obligaba a salir de la zona cómoda que los actores tenemos y a ponerme otra vez en carrera respecto de mi instrumento.

- Trabaja actualmente también con la obra Evita, un homenaje

- Sí, después de 23 años de haber hecho Eva Perón, interpreto a Evita otra vez, y es muy lindo, porque el cariño de la gente se lo debo en gran parte a este personaje. Yo no quería encarar este proyecto, porque siento que hoy no puedo competir con la Eva de la pantalla que yo misma encarné en aquel momento, entonces la idea me daba muchísimo miedo, pero me convencieron.

- ¿Qué significó ese papel en su carrera?

- Fue una bisagra laboral, porque a partir de ahí trabajé en Hollywood, aunque después no quise quedarme porque tenía otros proyectos acá. Y también me dio el cariño del público, hasta hoy, porque sigo gozando de la recompensa de este trabajo.

- Usted escribió el guión de la película Ni Dios, ni patrón, ni marido (2010) título que reproduce una consigna que hoy se evoca en las marchas feministas…

- No lo sabía, y eso que he ido a las marchas. Titulé a la película así porque esa era una consigna de La Voz de la Mujer, el primer diario feminista del país, publicado en 1896 y fundado por Virginia Bolten, y que conocí a través de mi amigo el doctor Enrique Stola, quien trabajó mucho con víctimas de violencia de género. Cuando tenía 29 años también escribí el primer programa donde se hablaba de homosexualidad, tanto masculina como femenina, protagonizado por Miguel Angel Solá, que se llamó Cartas de amor en cassette, y después escribí una novela sobre Agata Galiffi, quien condujo la mafia en la Argentina, en la década del treinta, junto con un grupo de anarquistas. Pero aun con todo este recorrido que hice a lo largo de mi carrera, yo decía que no era feminista.

- ¿Por qué piensa que decía eso?

- Vengo de un hogar donde mi padre y mi madre trabajaban, pero mi madre era la proveedora en mi casa, la que ganaba el dinero y la que decidía. Y luego estudié Letras, y también fui actriz. Aunque es cierto que siempre terminaba haciendo telenovelas o historias donde los personajes eran satélites en torno a los personajes masculinos, me moví en círculos donde no era tan difícil abrirse paso. Entonces no era consciente de la cantidad de cosas a las que estuve sometida. Y ahora me veo obligada, moralmente, a repensar la realidad en la que vivo y veo lo víctima que he sido de esta sociedad patriarcal, algo que no había advertido antes.

- ¿Y cómo vive este contexto de reivindicaciones de los derechos de la mujer?

- Con alegría. Ahora empiezo a revisar absolutamente todo. Hay un silenciamiento con la actividad de la mujer, y eso no es una casualidad. En la escuela no nos enseñaron que hubo ejércitos formados por mujeres en la historia de la Independencia. Pienso qué distinta sería nuestra historia si, por ejemplo, nos hubieran enseñado algo sobre algunas de las mujeres que dan nombre a las calles de Puerto Madero. Si una nena viera a una mujer brillante ocupar un puesto de poder, podría querer aspirar a eso.