PLáSTICA › REPORTAJE A RICARDO LONGHINI

Invitación a El Cairo

Luego de haber ganado el Premio del Jurado en la anterior bienal egipcia, el escultor argentino fue especialmente invitado a la nueva edición, que finalizó durante el último fin de semana. Panorama y experiencias.

 Por Fabián Lebenglik

Durante el último fin de semana terminó la novena Bienal Internacional de Arte de El Cairo, donde participó como invitado especial el escultor argentino Ricardo Longhini.
La invitación a la nueva edición –de la que formaron parte 220 artistas de 55 países– le fue cursada porque en la bienal anterior el escultor ganó el Premio del Jurado.
Longhini nació en Temperley en 1949 y se formó en la Escuelas Nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón. Estudió grabado, escultura y talla. En la actualidad es profesor de la Pueyrredón y de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova.
“Todos los materiales de las esculturas de Ricardo Longhini tienen su historia –dice de él Juan Carlos Distéfano–, y esa historia determina la forma que tienen.”
Víctor Grippo decía que la obra de Longhini “constituye un homenaje al trabajo humano, no ajeno al aspecto social que implica en las necesidades y la aventura de encontrar un mejor sentido, mejores destinos”.
La cuidadosa, paciente y obsesiva realización de su trabajo se complementa con el sentido fuertemente crítico de su producción, donde lo ideológico y lo político son siempre centrales.
La producción de Longhini resulta coherente con el contexto de las culturas antiguas, porque el escultor realizó varios viajes arqueológicos hacia antiguas ciudades y yacimientos de Bolivia, Perú, Colombia, Honduras, Guatemala y México. Cada una de sus obras reúne rigor y precisión en la realización –así como un particular refinamiento– que incluye superficies dentadas, aristas punzantes y bordes filosos; en contraposición con la bastedad de los materiales de origen.
Página/12 dialogó con Longhini, a propósito de las obras presentadas y de sus experiencias egipcias.
–¿Cómo surgió aquel primer viaje a la Bienal de El Cairo y qué obras presentó?
–Fui en representación de nuestro país, junto con Juan José Cambre, por invitación de la entonces representante especial para Asuntos Culturales Internacionales, Teresa de Anchorena. Lo hice con tres esculturas: A mi generación de argentinos, una obra realizada con ramas de quebracho y hojas de tijeras encastradas en ellas a modo de lanzas, todas atadas entre sí con un cable de acero. Con esa obra conmemoré a los argentinos que en los años ‘70 dieron su vida por un país más justo. Ese trabajo mereció el Premio del Jurado, de la Bienal. También presenté la obra Invento argentino, una capucha de alambre de acero sobre una estructura de quebracho que ilustraba unos de los métodos utilizado por las Fuerzas Armadas y de seguridad, para detener y hacer desaparecer ciudadanos. Y un tercer trabajo, Compatriotas, en el que mostraba dos piezas de acero pobladas de muelas de cerdo e ironizaba sobre el modo en que algunos argentinos se relacionan entre sí.
–Y en esta nueva Bienal, ¿qué presentó?
–Tuve que realizar obras muy livianas, dado que en esta oportunidad –y a pesar de ser la primera vez que un artista argentino recibe una invitación especial a El Cairo– la Cancillería no colaboró en mi traslado ni en el de mis obras. De modo que la obra debió viajar conmigo como equipaje. Esta vez hice trabajos cuyo sentido estuviera ligado con el contexto de Medio Oriente.
La obra El fracaso de la memoria humana es un cuero de oveja sin curtir que simboliza el sacrificio y la inocencia. En el centro, dos fotos sobre metal esmaltado dejan ver, por una parte, a un niño judío con los brazos en alto, mientras es apuntado por tropas nazis en el Ghetto de Varsovia. En la otra foto, se ve a un niño palestino asesinado por el ejército israelí en octubre del 2000. Entre ambas fotos trato de reflexionar sobre el fracaso del género humano en evitar el genocidio: las víctimas se transforman en victimarios. Arriba, un texto en árabe que da nombre al trabajo está grabado a fuego. Abajo se repite el mismo texto, en inglés. El segundo trabajo pone el énfasis en la resistencia del pueblo palestino y en la neutralidad (en realidad, indiferencia) del mundo civilizado y cuestiona tal “civilización”. Es una caja-valija armada desde los laterales hasta las bisagras con alambre, sin clavos, ni tornillos, ni pegamentos (ver foto). Y aquí, aclaro, busco el carácter elemental de una obra propia del “tercer mundo”. Al abrir la caja-valija en la parte superior aparecen dos textos: uno en árabe, escrito a fuego, y otro en inglés, escrito con alambre. En la parte inferior, dos textos reivindican los cincuenta y cinco años de resistencia del pueblo palestino. A su lado, una hilera de cincuenta y cinco fragmentos de huesos de cordero evocan el sacrificio y la inocencia. También coloqué dos hileras de cincuenta y cinco semillas mutiladas de olivo y de dátil, para recordar el crimen ecológico, mediante el cual el ejército israelí arranca esos árboles de los que vive el pueblo palestino.
–¿Qué le interesó de ambas experiencias egipcias?
–Como se trata de un acontecimiento artístico en un país del tercer mundo, permite ver la paja en el ojo ajeno, ya que las condiciones de dependencia cultural a las que está sometido ese país –y la mayoría de los de Medio Oriente– no difieren mucho de las del nuestro, y de las del resto de Latinoamérica. Esta impresión es confirmada por la fuerte actividad que desarrollan los institutos culturales como el Goethe, la Dante Alighieri, el Cervantes y la Alianza Francesa, así como por el hecho de que muchos de los “artistas representativos” de Egipto estudiaron, vivieron o viven en Europa –como en el caso del ganador de la presente bienal, Medhat Shafik–. Hace poco, durante una charla que di en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, uno de los alumnos dijo que Occidente “sólo reconoce como cultura a aquellos pueblos que logra aplastarlos”, por eso la sistemática ignorancia hacia China e India, dos de los países con culturas más antiguas y ricas del mundo.
–¿Y en relación con los envíos de los distintos países?
–Entre los artistas de Arabia Saudita se destaca Mahdi Al Gereby con una dramática instalación que por medio de diapositivas muestra a niños palestinos heridos, y una aséptica música de Vangelis da marco al tema tratado: El sacrificio de una nueva generación. Desde la pared opuesta, un doble signo de interrogación nos observa. En la participación egipcia destaco la instalación El poder de la pirámide de Hamdi Al Maati, que consiste en una sala oscura donde se levanta un telón que deja ver una pirámide de un metro y medio de altura, en cuyas caras se proyectan imágenes de botas y violencia. Las esculturas del artista jordano Mohamed Said muestran la parte inferior de cuatro maniquíes occidentales: un niño, dos hombres y una mujer pintados de amarillo, pero... todos portan armas automáticas en la cintura. Serbia envió a Glahocak Zlatko, un escultor que llenó una escalera de mármol con huesos de poliuretano y al final, una gran caja con una figura con la boca amordazada (tomada de Francis Bacon).
El norteamericano Paul Pfeifer presentó una video-instalación con televisores pequeñísimos que mostraban escena trucadas donde una mujer boca abajo se revolcaba continuamente en un sofá; en otro, un jugador de básquet (una mole negra) no paraba de gritar; y en otro, una pelota naranja manoseada por infinitas manos que querían poseerla. En la pared opuesta, un enorme sol naranja se ocultaba. A la salida, en otra televisión se podía ver una muchedumbre que observaba un cuadrilátero donde se desarrollaba una pelea invisible. La suiza Lisa Schiess presentó una instalación de dos tevés que mostraban imágenes simultáneas de Suiza y de Egipto, con escenas de una ruta, un centro de esquí, tecnología y lujo –en Suiza– y “lo mismo” en Egipto: una ruta, las pirámides...primitivismo y pobreza. Luego lo mismo, pero dentro de dos bares, uno en Zurich y otro en El Cairo. Lo increíble es que, viendo lo positivo y negativo de ambos mundos, la suma y resta daba igual. La República Dominicana envió a Mario Dávalos con una serie de fotos de un gallo de riña con múltiples condecoraciones en diferentes actitudes, y una dentadura postiza. Por último, las obras de los artistas palestinos y del representante de Irak no traducían la menor correspondencia con la realidad de sus países. Muchas otras obras tenían una calidad media y una inmensa mayoría ya ha quedado sumergida en la zona gris de mi memoria.
Pero quiero volver al principio: presencié la denostación a una artista peruana por parte del comisario de ese país (porque envió tres retratos de aborígenes de su país). El comisario, que también es pintor, llevó un cuadro circular de veinte centímetros en el que pintó el Arca de Noé, muy adecuadamente, puesto sobre un pequeñísimo caballete y con una ampliación de un detalle del mismo, colgado de una pared (sin bastidor). Más allá del convencional montaje de la pintora y de lo imaginativo del comisario... viendo las imágenes de ambos, ¿quién se acerca más a lo que es ese país?

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Civilización y barbarie; caja-valija de Ricardo Longhini; 160x11x60 cm; madera, alambre, huesos, carozos de dátiles y aceitunas; 2003.
 
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