CARTAS DE LECTORES

Hospitales públicos

Soy cordobesa, vivo en Capital desde que murió el médico con el que compartí treinta años de vida en común, del que tuve hijos propios y con el que crié hijos ajenos, el mismo médico que jamás preguntó a nadie de dónde venía o con cuánto contaba para paliar su dolor, para curar sus heridas. Vengo de la tradición de socorrer al prójimo, de tender una mano al que la necesita, y esto sólo por pura coherencia entre el cristianismo del que me hago parte cada vez que comulgo, la ideología por la que fuimos perseguidos y desaparecidos miles de argentinos y la elemental ética que se requiere para ver en el otro doliente a un hermano que sufre. No soy una persona careciente y tengo una excelente obra social, pero aprendí de mi esposo que no hay garantía mayor para la salud del pueblo que la pura vocación del que trabaja en el sistema público.Eso se requiere para ser parte de un hospital público. A mí, la vida me la salvaron los malpagos y maltratados médicos, enfermeras y choferes de ambulancia de un pequeño hospital público del interior. Y en esos pequeños hospitales, privados de mucho, menos de recursos humanos, se salvan a diario las vidas de muchos porteños. Exijo reciprocidad, entonces: a mí me van a atender; a mí, y a mis hijos, y a mis nietos. A mí no me van a ningunear en ningún hospital público de Capital Federal. No lo voy a permitir, ni como ciudadana con derecho a un trato igualitario, ni como ser humano ni como educadora responsable de promover actitudes y conductas democráticas. El dolor no tiene condición social, ni raza, ni nacionalidad, ni privilegios; ni como memoriosa que sabe que en estas decisiones autoritarias, sectarias, fascistas, eufemísticamente llamadas “políticas”, reside el germen de un país que no queremos para nuestros hijos y nietos, ese mismo que ellos sostienen y que consagra las desigualdades bajo la apelación al recurso, y al discurso, del orden “natural”. A mí, el verso de la relación costo-beneficio en salud pública, ellos, los pregoneros de la privatización, los responsables del subempleo del médico, los expropiadores de lo público, los ostentadores de prepagas caras, los negadores de derechos elementales, no me lo van a vender; porque además de ser memoriosa, además de mi propia historia de vida, provengo de una tradición académica que me formó lo suficiente como para poder “leerles” sus intenciones corporativistas. Digo con esto que, a mí, por provinciana, no me van a presumir ignorante o inculta, no me van a subestimar. A mí, a mis hijos, a mis nietos, a mis comprovincianos, a mis hermanos del interior, no nos van a alambrar la General Paz como hacen con sus countries, no nos van a obligar a presentar “carta de ciudadanía” en nuestro país, menos en un hospital público, nadie, y menos que menos un grupete de impúdicos ostentadores de prepagas caras, trepados a una democracia a la que, como antes, como siempre, bastardean.

Ana Casares

DNI: 14.969.240

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