CONTRATAPA

Verbos

 Por Antonio Dal Masetto

Cada día en el bar se comentan los acontecimientos políticos, las denuncias, los arreglos, la corrupción y en resumen todas las cosas espantosas que nos están sucediendo. Los parroquianos, después de análisis sesudos y apasionados, siempre concluyen más o menos con los mismos remates: “lo que se debería hacer”, “lo que deberías hacer”, “lo que deberíamos hacer”, “lo que deberían hacer”.
–Señores clientes –dice el Gallego esta noche–, los vengo escuchando con mucha atención desde hace rato y no sé si la historia que les voy a narrar tiene relación y si será de alguna utilidad, pero a falta de algo mejor, ahí va. Mi bisabuelo me contaba que en sus tiempos, en la aldea donde nací, eran todos muy analfabetos. Uno de los paisanos había emigrado joven a Madrid, había aprendido a leer y escribir, regresó al terruño ya viejito y quiso compartir sus conocimientos. Toda la aldea se convirtió en una escuelita. Les enseñó los rudimentos de la gramática y cuando llegó a los verbos, vaya a saber por qué misteriosa razón, empezó con el modo potencial. Y justo ahí el buen hombre se les viene a morir. Fue una desgracia muy grande para los educandos. Quedaron todos fijados en el potencial.
No necesito explicarles que en todas las épocas y en todas partes del mundo las alcaldías siempre fueron cuevas de alimañas. Aquella aldea no era una excepción. Alimañas rastreras, rapaces, voraces, depredadoras. Los aldeanos, cansados de que los esquilmaran y los humillaran, venían deliberando desde hacía mucho sobre las medidas que debían tomar para sacarse de encima aquella plaga. Pero por más que hablaran y hablaran no le habían encontrado la vuelta y, para colmo de males, ahora la situación había empeorado con ese asunto del aprendizaje trunco y de que todos se expresaran solamente en potencial. “Habría que hacer tal cosa”, “deberíamos hacer tal otra”, “tendríamos”, “podríamos”. Se quedaban estancados en eso y se iban a dormir con una nueva frustración.
Un buen día, montado en una mula, llegó un maestro ambulante que recorría las aldeas tratando de desasnar a los lugareños. Se detenía unos días acá, otros allá. Era un hombre pequeño, esmirriado, enérgico, que usaba sombrero de ala ancha y un pañuelo negro al cuello. Se dedicaba a enseñar exclusivamente el modo imperativo de los verbos. Por segunda vez el pueblo se convirtió en una escuelita. Aquel hombre era diestro en su oficio y los aldeanos aprendieron rápido. A partir de ese momento las conversaciones en la taberna variaron a: “Ve tú a reventarle la cabeza a las alimañas”, “Vaya él a romperle la cabeza a las alimañas”, “Id vosotros a reventarle la cabeza a las alimañas”, “Vayamos nosotros a reventarle la cabeza a las alimañas”. Lo que más les gustó fue la primera persona del plural. Eso del “vayamos nosotros” les encantó. Después de tanto tiempo de verbos potenciales acumulados, cuando finalmente pudieron destrabarlos y liberarse, pueden imaginarse, señores clientes, lo que fue aquello. Una explosión de entusiasmo incontenible. Los aldeanos, con mi bisabuelo a la cabeza, marcharon hacia la alcaldía y entraron como un huracán. En menos que canta un gallo sacaron a patadas a las alimañas, fumigaron el lugar y luego tapiaron puertas y ventanas e incluso obturaron cada agujero y rendija por más pequeños que fueran, para asegurarse bien asegurado de que no existiera la más mínima posibilidad de que aquello volviera a convertirse en una madriguera..
Después de lo ocurrido, se corrió la bola en la comarca y, en cada lugar adonde llegaba, al maestro lo esperaban mensajeros de otros pueblos pidiéndole que fuera urgente a enseñarles el modo imperativo. Fíjense como habrá sido de exitosa la siembra que en toda la región el modo de verbo que todavía más se usa es el imperativo. Si uno anda por esos caminos que el maestro recorría, cada tanto se encuentra con un monumento suyo. Mañana les traigo una tarjeta postal para que lo conozcan. Tiene un libro en lamano izquierda y en la derecha una maza que es más grande que él y que sostiene alta por encima de la cabeza con absoluta gallardía.

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