CONTRATAPA

Labia y paciencia

 Por Rafael A. Bielsa

El presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, ya con la banda verdeamarilla cruzándole el pecho, acometió la parte final de su discurso de asunción, mencionando a su mujer Marisa –acicalada y conmovida–, la compañera férrea de cuatro derrotas, una postulándose para gobernador y tres para presidente, sumadas a un país como el suyo, en el que la cultura del éxito hace que al que pierde ni lo llamen por teléfono.
Hubo dos cosas que me chistaron: la naturalidad de las palabras del presidente, y su maciza paciencia. Los chubascos pegajosos de Brasilia ese 1 de enero me trajeron inmediatamente a la memoria un relato que me había contado Gustavo Morato.
Gustavo conoció a Ignacio un abrasador y lluvioso día de febrero de 2001, en el hospital de San Isidro. Había ido hasta allí a visitar a un primo operado de peritonitis, y en la cama de al lado, esposado y satisfecho, yacía un muchacho de poco más de 20 años, que verdugueaba escrupulosamente al agente de policía que lo vigilaba. “Che, ‘coreano’”, le decía, “vos te vas a morir ganando tres gambas por mes, en cambio yo, cuando se me dé una, me quedo con todo”.
Ese era Ignacio. Le habían metido una bala en el estómago, sin consecuencias, mientras intentaba asaltar el corralón municipal el día de pago. Tenía una voz educada, aunque no parecía culto, y un permanente sentido del humor.
Con el tiempo, se fueron haciendo amigos Gustavo, el primo e Ignacio, y compartían las charlas y los cigarrillos. Una vez, Ignacio dijo algo del filósofo español Ortega y Cassette. Gustavo lo corrigió, pensando que se trataba de un error plebeyo, pero el pibe lo paró en seco. “No”, ratificó, “Ortega y Cassette. ¿No viste cómo se repite el ‘yoyega’? Siempre dice lo mismo... “. Dónde lo habría leído o escuchado hablar de él, permanecerá para siempre en el misterio.
También Lula dice siempre lo mismo, como si su paciencia hubiese decidido domiciliarse inclusive en su lenguaje. Para la mal informada y pretenciosa jerga de la política argentina, que ha fatigado todos los latiguillos refiriéndose a él, suena como un político sin pretensiones. Para la política vernácula, en la que la actividad otorga a quien la practica una segunda carta de ciudadanía, la de “político”, Lula habla como todos, en otras palabras, como un ciudadano más.
Otra tarde incandescente, Ignacio le preguntó a Gustavo a qué se dedicaba. “A la política”, escuchó que le decían. “¿A la política? ¡Ah, mi segunda vocación!”. Todos, hasta el “coreano”, lo miraron intrigados. “Sí, ¿qué miran? Mi segunda vocación. Lo que pasa es que para ser político hay que tener labia y paciencia. Paciencia, para esperar que te elijan, y cuando ganás te quedás con el paquete de un saque. Y labia, para dormirlos a todos en el mientras tanto. A mí me faltan las dos”.
Mientras recordaba la historia de Gustavo Morato, me puse a pensar en los cuatro días siguientes de Lula y Marisa, digo, los posteriores a las derrotas. El que apodaron “Lula”, calamar en portugués, batido por el candidato de las redes televisivas Collor de Mello, el tornero de San Pablo que se había salvado de morir de hambre vencido por los profesores universitarios en 1994. La paciencia habrá evitado que la derrota se le convirtiera en una segunda naturaleza, condenándolo a ser una víctima del género de malogrado que le había tocado en suerte; no haber dejado de ser quien fue y quien es, le habrá conservado las palabras justas y usuales.
Gustavo me contó más detalles de la idea que Ignacio tenía de política y políticos. “Ustedes, los políticos, son impresionantes, yo digo que son como el ‘yenga’. Se la pasan discutiendo de las maderitas de arriba, y déle con las maderitas de arriba mientras todos los miran, los escuchan y se atorran, pero a las maderitas de abajo, donde está la verdad, nunca lemeten mano. Por eso es que jamás voy a poder consagrarme a mi segunda vocación: labia no tengo, y si tuviera paciencia no me habría metido a las diez de la mañana en el corralón ése. Hubiese pensado más, esperado más...”
Una tarde lo visitó alguien que podría haber sido su mujer, junto a un pibito de tres o cuatro años con la trompa mugrienta. Ignacio no dio ninguna explicación, aunque trató de tapar con el extremo de la sábana su muñeca esposada. Gustavo recordaba que cuando el chico vio el café con leche y el pan con dulce que el convaleciente tenía sobre la bandeja, exclamó: “¡Uy! Mi plato preferido... ¡Comida!”.
Lula, candidato del PT, “la única opción ética”, rebatiendo tentaciones, desobedeciendo la oportuna ley del atajo, oponiéndose con paciencia bíblica y cordial, esperando sin resignación, perseverando con esperanza, despachando al ocaso –con el triunfo debido– un arquetipo mental, tiene un discurso sin contradicciones expresado sin labia.
A Ignacio, el homónimo argentino, la vida debe de haberle enseñado la paciencia. Tal vez ya haya leído, o alguien le haya contado que, después de Lula, además de paciencia, para llegar al poder de la mano del pueblo no es labia sino otras cosas las que hacen falta.

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