ESPECTáCULOS › ROMAN CARACCIOLO Y UN CURIOSO MONTAJE EN LA MANZANA DE LAS LUCES

“Vamos al encuentro del espectador”

El director y actor presenta desde mañana “Un león bajo el agua”, una obra que busca tender puentes entre el pasado y la realidad actual.

 Por Hilda Cabrera

Una nueva obra con formato de asamblea barrial se estrena este jueves en la histórica Manzana de las Luces, donde actores y público ocuparán durante su desarrollo el llamado Patio del Claustro (Perú 222) y luego la reacondicionada ex Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires (ése fue su destino a partir de 1922). Este singular montaje, que lleva por título Un león bajo el agua, con texto de Alicia Muñoz (autora, entre otras piezas y monólogos, de El día que no se puso el sol, de 1978; Ciudad en fuga, de 1979; y La coronela, de 1985), retoma algunas de las características del mejor teatro al aire libre de las décadas del ‘60 y del ‘70. Lo conduce Román Caracciolo, también actor, pero no en este trabajo, quien marcó una época junto a sus compañeros del grupo Los Volatineros, que dirigió Francisco Javier. Mediante técnicas teatrales de vanguardia, esta agrupación recreó a fines de los años ‘70 y comienzos de los ‘80 textos de autores reconocidos (como El diente del crimen, del estadounidense Sam Shepard, retrato de las contradicciones del artista frente al éxito y el dinero), en ocasiones bajo el formato de “conferencias ilustradas”. En Un león..., los intérpretes son también guías de los espectadores por los diferentes ámbitos de La Manzana. La historia que se cuenta “remite al impacto que producen en las fuerzas cívicas determinadas construcciones en la fisonomía de una ciudad y en las costumbres de la gente”, según sintetiza Caracciolo en diálogo con Página/12.
Entre los temas propuestos por el director se optó por el referido al entubamiento del arroyo Maldonado, que a partir de la inauguración de esta obra, en 1931, corre por debajo de la avenida Juan B. Justo. El Maldonado y su zona de influencia han sido fuente de inspiración de otros textos teatrales. Ejemplos de esto son Pascua rea (1991), de Patricia Zangaro (un via crucis en la babilónica Buenos Aires de la década del ‘20) y uno de los pasajes de Memorias bajo la mesa (1994), con libro y dirección de Juan Carlos Gené y actuación de Pepe Soriano. Allí quien narraba era un Mingo fabulador, que, entre otras cosas, recordaba los desafíos que impuso a un cuarteador el indomable arroyo durante la crecida de 1912. Ahora, el lugar en el que se mezclan fantasía y realidad es La Manzana, en cuyo predio “Juan Manuel de Rosas juró como gobernador de Buenos Aires”, tal como apunta Caracciolo.
Parte de los espacios de La Manzana fueron cedidos por Cultura de la Nación a la actual conducción del Teatro Nacional Cervantes para programar allí más espectáculos. Responsable de la puesta, el ex Volatinero dice haber indagado, junto a la autora, en la historia y en algunas tesis universitarias, aun cuando la obra no se “ata” totalmente a la realidad: “Inventamos situaciones y personajes, algunos interpretados por un mismo actor o actriz. El único que no se desdobla es el político (Pablo Machado), puntero del barrio que organiza estas reuniones para recabar opiniones de los habitantes. Por ahí aparece un viejo botero, una maestra, un bolichero, la dueña de un burdel y vecinos de todo tipo. Nuestra intención no es hacer un trabajo de arqueología sino hallar puntos de contacto con la realidad de hoy, provocar en el espectador una identificación con lo que se cuenta”, puntualiza Caracciolo.
–¿Cree que hoy la gente se interesa por lo que sucede en la ciudad?
–No sé si se interesa, pero sabe que está involucrada, participe o no. Durante el 2001 quedó demostrado. Después de ese estallido, las organizaciones barriales fueron decantando. Algunas desaparecieron, pero otras no. Sólo que están como más calladas.
–¿Una obra de las modalidades de Un león bajo el agua requiere de intérpretes especiales?
–Sí, porque además de tener que conocer su oficio deben ser “buena gente”. Digo esto no sólo porque me gusta trabajar con tranquilidad, conninguna gana de buscarme problemas, sino porque al tener que actuar entre el público necesitan inspirar confianza. Si el espectador no se siente molestado, se deja guiar y entra rápidamente en la historia (o historias) que se le plantea. También porque intento que las actuaciones fluyan y sean homogéneas, que los intérpretes estén atentos a los diferentes ritmos que exige el espectáculo.
–¿Este trabajo tiene relación con otros anteriores?
–Recuerdo El argentinazo (de 1985), basado en una novela de Dalmiro Sáenz, donde utilizamos solamente el escenario del Cervantes. Los espectadores estaban ahí, con nosotros, rodeando a los actores. Quizás es cierto que uno da vueltas sobre los mismos recursos expresivos. Me gusta trabajar en las zonas que limitan la ficción de la realidad, y siempre cerca de la gente. En general, me interesan los temas característicos de nuestro país y de otros latinoamericanos. Hice espectáculos como Qué porquería es el glóbulo (1976-1977) sobre un libro de José María Firpo, Hola, Fontanarrosa (1979), a partir de cuentos y chistes gráficos de Roberto Fontanarrosa, y Chau, rubia (obra de Teatro Abierto 1981), de Víctor Proncet. También He visto a Dios, de Francisco Defilippis Novoa, donde el papel de Carmelo lo hacía Gabriel Goity, que fue alumno mío en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Ahora enseño técnicas teatrales a docentes para trabajar con sus alumnos: doy clases en el Normal 9 y en el profesorado Joaquín V. González.
–¿Qué fue de Los Volatineros?
–Cumplimos un ciclo. En 1985 hicimos el último espectáculo. Tuvimos algunos buenos momentos, como cuando presentamos Cajamarca, en el Festival de Nancy, sobre un encuentro entre Atahualpa y Pizarro. Con Los Volatineros ensayábamos y poníamos obras en la Casa de Castagnino (en Balcarce 1016). Eso fue entre 1976 y 1982.
–¿Cuál fue la experiencia del grupo en esa época?
–Nosotros hicimos teatro a pesar de la dictadura. Después tomamos caminos individuales, aunque nos volvimos a encontrar en algunas obras. En aquellos años, no teníamos una idea acabada de lo que estaba sucediendo. Quizás no podíamos imaginar tanta atrocidad, aunque recibíamos puntualmente la visita de la policía. Al salir de los ensayos, nos apuntaban, llevándonos aparte para hacernos preguntas y ver si nos contradecíamos. Lo que nos abrió los ojos fue Malvinas. Yo había egresado de la ENAD en 1971, y estaba muy metido en el teatro: lo había elegido como una manera de ver la vida. Y sigo en él, proyectando nuevos espectáculos o manteniendo otros, como La historia al alimón. Usamos la palabra “alimón” en el sentido que tiene en el toreo (manera de torear en la que el capote es manejado entre dos toreros), porque en la obra los que cuentan la historia son dos personajes femeninos interpretados por Alicia Schilman y María Barrena (quienes figuran en el numeroso elenco de Un león...). Lo presentamos en lugares no tradicionales, porque nos gusta ir al encuentro del espectador.

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Román Caracciolo fue integrante de Los Volatineros, mítico grupo teatral surgido en la dictadura.
 
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