CONTRATAPA

Cosas

 Por Antonio Dal Masetto

El amigo Anselmo abre un libro y descubre la siguiente frase: “Es inútil, en el mundo no hay nada tan sólido como un buen culo”. La lee y la relee, cierra el libro y se pregunta si será cierto, medita largo sobre el asunto, intenta rescatar imágenes de cosas sólidas, cosas que alguna vez ha visto o sobre las cuales ha leído, finalmente decide comprobar con sus propios ojos y sale a la calle, siete de la tarde, hora propicia, y ve de todo, los ve de todo tipo, forma y color, hay unos que tienen la luminosidad de un faro abriendo las tinieblas de una costa marítima y que acá, en esta calurosa hora de la ciudad, compiten con la luz del día y lo mismo que el faro hechizan a los navegantes y a los plañideros pájaros extraviados, y son sólidos, muy sólidos, hay otros que, en cambio, se revisten de neblina, se ofrecen y se ocultan, intentan convencer de su inexistencia, pero dejan en la imaginación heridas profundas e incurables, los hay juveniles, desenfadados, inocentes como una mañana primaveral, aunque basta mirarlos unos segundos para sentirse manejando a cien por hora en un camino de cornisa y con los ojos vendados, y también los hay atormentados, martirizados, penitentes destinados a transitar la vida acusándose y golpeándose el pecho, y estos son realmente una amenaza para los caminantes incautos y de corazón tierno, sólidos, perfectamente sólidos, los hay maternales, solícitos en todo momento, dispuestos en toda circunstancia, óptimos para los huérfanos y los desamparados, y están los conspiradores, vienen desde las profundidades, surcan la ciudad con su aleta de tiburón a flor de agua, suscitando peligros y malos pensamientos, hay otros que son francamente bélicos, están pertrechados con armamentos de última generación, usan extravagantes camuflajes, se desplazan igual que a través de una selva asiática y nadie que entre en contacto con ellos está libre de conflictos, hay otros que irradian beatitud, están satisfechos de sí mismos, tienen excelentes noticias para comunicar y aletean acá y allá como bien alimentadas palomas de la paz, y están los cínicos, una raza especial, que llevan una sonrisa grabada y esa sonrisa es puro veneno, practican la hipnosis, la magia negra, y cuando eligen a su víctima la dejan marcada para siempre, sólidos, decididamente sólidos, y hay otros que son vertiginosas brasas en movimiento, saturan el aire con el mismo fugaz chisporroteo de los fuegos artificiales en las noches del 31 de diciembre, y cuando se extinguen lo que queda es nostalgia y sabor de desencanto, en fin, el amigo Anselmo los ve de toda clase, melodiosos, tímidos, explosivos, agnósticos, creyentes, levemente espirituales, apáticos, trágicos, antiguos, apasionados, discretos, prepotentes, y son sólidos, definitivamente sólidos, y hacia el final de la tarde, al doblar una esquina cualquiera, broche de oro de una jornada provechosa, se topa con uno tan uno que después de ese uno ya no tiene sentido seguir buscando otro, y ese uno es alto, solemne, una catedral gótica, un barco cargado de preciosas mercancías con todas sus velas desplegadas, y allá va, cruzando una avenida, bordeando una plaza, y cuando un pie avanza en su sandalia y se apoya, y luego el otro pie avanza y se apoya, ese andar enaltece la calle y mucho más que la calle, y el amigo Anselmo va detrás en el último resplandor del sol, va detrás un trecho largo, hasta que por fin detiene la marcha, se sienta en un bar con mesas en la vereda, pide una cerveza, la saborea, medita, se dice que está bien, que es muy probable, que si la afirmación del libro no es la absoluta verdad sin duda le anda pegando en el poste.

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