ECONOMíA › OPINION

Festejar un ajuste

 Por Alfredo Zaiat

El Fondo Monetario reclamó un aumento de las tarifas del 30 por ciento. Roberto Lavagna concedió casi un 10 promedio. La mala de Anne Krueger exigió un ajuste de las cuentas para que el superávit fiscal alcanzara el 3,5 por ciento del PBI. El bueno del ministro se comprometió a conseguir un saldo positivo de 2,5 puntos. Los técnicos fundamentalistas del organismo pidieron una absorción monetaria de 3000 millones de pesos en 45 días. Economía logró la eliminación de esa meta obligándose a no expandir la emisión hasta la entrega del gobierno en mayo, planteando un objetivo de retiro de circulante por 850 millones de pesos para fines del mes siguiente. El FMI demandó incrementar la recaudación vía aumentos de impuestos. El titular del Palacio de Hacienda dispuso la marcha atrás en la baja de dos puntos del IVA y se comprometió a impulsar en el Congreso una ley para suspender los planes de competitividad y otra para convertir el impuesto al combustible en un porcentaje sobre el precio final en lugar de una suma fija. Como es costumbre, los del Fondo insistieron con el ajuste en las provincias. Lavagna se resistió tanto como para establecer un objetivo de superávit de las cuentas provinciales del 0,4 por ciento del PBI en este año, que implica un ajuste de casi un uno por ciento (3000 millones de pesos), puesto que en el 2002 se estima un déficit de aproximadamente 0,5 por ciento.
El memorándum de entendimiento, además, reúne reiteradas y tradicionales exigencias del FMI: aplicar el Impuesto a las Ganancias a las cooperativas, reformar la banca pública con apertura del capital al sector privado, subir el impuesto al gasoil, protección judicial al directorio del Banco Central.
Hay que tener un espíritu complaciente para no definir este acuerdo con el FMI como uno más de los mismos que se firmaron en los últimos años. O sea, de ajuste. Aquellos que elogian la capacidad negociadora de Lavagna pueden alegar que no firmó todo lo que le pedían, sino un poco menos. Ese análisis indulgente tiene como telón de fondo el miedo de un dólar descontrolado, cuyo recuerdo de una cotización superando los 4 pesos a mediados del año pasado, ha actuado como una eficaz disciplinador intelectual. Sólo así se puede entender que el acuerdo sea leído con alivio porque, en realidad, se trata de los tradicionales compromisos de ajuste recesivo. No se trata de un hiperajuste como el que pretendían las K-K (Köhler-Krueger), pero ajuste al fin con el riesgo de abortar la leve e incipiente recuperación.

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