CONTRATAPA

El San Valentín de Al Bush

 Por Susana Viau

Dicen, y no supera todavía el estado de especulación, que el ataque se iniciará el 14 de febrero. Bonita elección: el Día de San Valentín, que es el de los enamorados pero también el de la masacre, el de la noche en que el duelo entre Al Capone y Bugs Moran por el monopolio del poder hundió en un baño de sangre a Chicago. El negocio era el alcohol y el armisticio llegó luego, con el reparto de las zonas operacionales en la convención de Atlantic City. En este San Valentín lo que se discutirá es el control del petróleo y la ofensiva de lo que los sesenta y los setenta llamaron el “complejo militar-industrial”. Y ya ha comenzado el desplazamiento de tropas. La televisión europea mostró ayer a los 16 mil soldados norteamericanos estacionados en Kuwait. El breve comentario que a modo de epígrafe acompañó las imágenes era ilustrativo: veinteañeros con antecedentes de conflictos familiares y problemas de adaptación social: “misfits”. Ellos forman parte de una avanzada de negros y latinos capaces de vender el alma al diablo por la green card. “Mi nieto está citado”, brama una amiga de mi madre que se autodefine comunista y emigró a USA hace 40 años. Me sorprendo y le digo: “Pero C. no es americano”. Ella ríe con amargura al otro lado del teléfono y explica: “No hace falta ser americano para el reclutamiento. Este es un país democrático”.
“El eje del mal” lo definió con poca sutileza el hombre de ojos demasiado juntos y demasiado pequeños, como de gallina, por los que cruza una sombra de malignidad y de idiotez. Sus razones, las del combatiente de la libertad que se valió de las influencias paternas para que la guerra en Indochina le pasara de costado, están puestas en la aniquilación del terrorismo y de la bestia parda encarnada en un amigo de otros tiempos, cuando el conflicto Irán-Irak permitía a las potencias de la OTAN ubicar su producción de armas químicas. Pero, además, George W. juega en esta empresa sus sentimientos: “ellos quisieron matar a mi daddy”, confesó. Hasta Capone lo hubiera expresado con más estilo: “Somos patriotas –solía filosofar–. No queremos ver cómo se resquebrajan los cimientos de este gran país. Tenemos que luchar para ser libres”.
Nadie duda ya de que habrá guerra y la unidad europea naufraga torpedeada por un cachengue ajeno: mientras Francia anda de la ceca a la Meca y Alemania se opone redondamente, José María Aznar, el petimetre español que perdió su propia batalla con el petróleo y los chapapotes en las costas gallegas, Silvio Berlusconi y Polonia se encolumnan detrás del presidente surgido de los comicios más truchos de la historia de los Estados Unidos. Igual que ellos, la opinión pública norteamericana echa al olvido que ayer nomás esta familia de halcones, experta en negocios sucios, lobistas de la energía y de los fabricantes de armas, socia de capitales sauditas muy próximos a Bin Laden, le birló sus ahorros con los balances fraudulentos de Enron, de World Com y de las calificadoras. El ciudadano USA se ha puesto la mano en el corazón y mira al cielo para escuchar los graznidos del águila.
Los perdonavidas quieren suponer que se trata de la secuela del gran trauma del 11 de septiembre. El antecedente de Vietnam, de Panamá, de Libia, de Filipinas, de la lejana guerra de Cuba –que, creían, reportaría una “época de prosperidad comprada con sangre”– corroen esa hipótesis: no, a estos pibes les corresponde el diagnóstico de Samuel Clemens: “los aburre contentarse con las Montañas Rocosas”. Clemens conocía a fondo la fuerza de ese tedio belicoso porque lo había experimentado en su propio cuerpo. Pero le llevaba una ventaja al americano medio: su otro yo, Mark Twain, cambiante, codicioso, amante de la fama y el dinero, sabía rectificar, elevarse por encima de sus conciudadanos, comprenderlos y describirlos, con sarcasmo y una cierta piedad. “El país entero –el púlpito y todos los demás– lanzarán el grito de guerra, gritarán hasta enronquecer y atropellarán a cualquier persona honrada que pretenda abrir la boca; de hecho, muchas bocas se quedarán cerradas. A continuación, losgobernantes se inventarán mentiras baratas, echarán toda la culpa a la nación atacada y todo el mundo se sentirá satisfecho con esas falsedades capaces de tranquilizar su conciencia, se las aprenderán en seguida y se negarán a analizar cualquier argumentación en contra; poco a poco se convencerán a sí mismos de que la guerra es justa y darán gracias a Dios por el sueño reparador del que van a disfrutar después de este singular proceso de autoengaño”. Así le hacía reflexionar Twain a Satanás en “El forastero misterioso”.

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