ESPECTáCULOS

Una de terror en que el asesino es... el video

En “La llamada”, Gore Verbinski adapta un exitoso film japonés en que ver el contenido de un video equivale a una sentencia a muerte. Lo mejor es que elude los lugares comunes de Hollywood.

 Por Martín Pérez

Una leyenda urbana es, antes que nada, una historia fascinante. Por eso se difunden rápidamente, aun cuando es difícil que sean reales. Es algo que le pasa a un amigo, el amigo de un amigo, o alguien a quien siempre es imposible identificar. Pero la fuente es lo de menos porque lo que importa es la historia, que suele narrar eventos sucedidos en el pasado más reciente y que recuerda a un cuento de terror, sólo que con elementos cotidianos y a veces incluso cierto humor negro. Así es como precisamente comienza La llamada, con una adolescente contándole a la otra una leyenda urbana: la del video que te mata cuando lo mirás. Sólo que la narradora, por el rostro de su interlocutora, termina dándose cuenta de que la leyenda deja de ser tal para ser algo totalmente real. No le sucedió al amigo de un amigo sino que les está sucediendo a ellas. Aquí y ahora.
Basada en un film japonés tan exitoso que dio lugar en su país no sólo a una secuela sino incluso a una precuela –eso que sucede antes del film original–, La llamada es el más reciente intento de la industria de Hollywood de descubrir una nueva forma de tomarse en serio el género después de la autoconciencia post-Scream. Y, como para dejarlo bien en claro, comienza, como desde entonces lo han hecho todos los films de terror (y sus respectivas parodias), con un prólogo que incluye mujeres solas y un teléfono que suena una y otra vez. Una de ellas, incluso, habrá contado que lo ha “hecho” con su novio. Pero eso será lo último que cuente. Cualquier conocedor de las reglas del género evidenciadas por uno de los protagonistas del film de Wes Craven sabrá que existe cierta conexión causa-efecto entre ambos sucesos. Pero La llamada no es un film que responda –al menos no totalmente– al canon del terror hollywoodense.
Dirigida por el obediente Gore Verbinski –un profesional responsable tanto de la disfrutable Un ratoncito duro de cazar como de la desechable La mexicana–, La llamada cuenta la historia del video que mata a quienes lo ven. Sucede de esta manera: uno lo ve, y cuando termina de hacerlo suena el teléfono de la casa donde lo esté viendo y una voz dice: “Siete días”. Tal es el tiempo de vida que le queda al desafortunado espectador. Protagonizada por Naomi Watts, uno de los dos rostros femeninos de El camino de los sueños de David Lynch, La llamada recorre de manera explosiva los siete días de investigación del fenómeno por parte de una periodista que vio el video, y supone que para quebrar la maldición necesita resolver el enigma que cree haber visto en sus imágenes surrealistas. En esa investigación la acompañan, como para completar el catálogo de habitantes habituales de lo fantástico profesional, un novio escéptico y un niño que, como lo describió cierta prensa estadounidense, lleva escrito en la frente la frase “veo gente muerta”.
Utilizando todos los equivalentes cinematográficos del cotidiano, sencillo y siempre efectivo buh, Verbinski logra que un estado desiniestra expectativa recorra todo el film, en el que subyace permanentemente una lucha de opuestos: el terror gótico contra lo cotidiano, lo racional contra lo fantástico (o, más bien, lo fantásticamente terrorífico) y, por último, pero no por eso menos importante dentro de la enumeración, el cine de terror estadounidense y su contraparte oriental. Como pocas veces se vio en los más recientes films de terror provenientes del corazón de la industria –en este caso, de Dreamworks, el estudio que adquirió los derechos del original japonés–, La llamada es un producto de género razonablemente efectivo, sin apelar en ningún momento a lo paródico. Y cuya imaginería recuerda por momentos grandes iconos del género, como aquel televisor encendido pero sin señal de Poltergeist.
Sin embargo, lejos de profundizar dentro del terror cotidiano, La llamada apenas si lo utiliza como escenografía y en cambio parece empeñarse busca de una razón puramente cinematográfica detrás del terror. Como si fuese un capítulo algo más sofisticado de Scooby Doo, lo que más parece interesar del misterio es su posible explicación. Es entonces cuando, a pesar de toda la inquietud que puedan convocar sus imágenes, el derrotero argumental de la película parece una larga elipsis de aquella escena del especialista animal en Los pájaros, de Alfred Hitchcock. En aquel film, el científico aparecía apenas para decir en cámara que era imposible que los animales se comportasen como se comportaban. Eso no significaba, claro está, que dejasen de hacerlo, sino que simplemente la ciencia no tenía nada que ver con eso. El estrambótico e inverosímil caso policial que la investigadora descubre en el video, y recorre en sus siete días de gracia, corre un destino similar. Y tal vez hable de la necesidad de Hollywood de buscar una trama –y una historia de vida– allí donde no la hay. Allí donde sólo reina el terror. Lo fantástico en lo cotidiano, Scream, Jason y todas las estrellas y antiestrellas del género.

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El film relata los últimos siete días de un sentenciado vía video.
 
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