CONTRATAPA

Homo Crisis

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Rodríguez “está de rodríguez”. Esdecir: está solo. En la ciudad. En vacaciones, sin vacaciones. La familia ha partido. No muy lejos y apenas por una semana. Adiós a los tiempos de destinos largos y lejanos y exóticos. Ahora, retorno al pueblo de los abuesuegros. No da para más. Rodríguez se quedó trabajando o, mejor dicho, intentando no quedarse sin trabajo. Y van a ser siete días que se le harán eternos. ¿Qué hacer? Está claro que este verano volverá a no leer a Proust, pero Rodríguez se propone algo mucho más ambicioso: averiguar quiénes son los culpables de la presente crisis económica.

DOS El primer paso es leer todas –absolutamente todas– las muchas páginas que su periódico dedica al asunto. Tarea mucho más ardua que adentrarse en la meganovela de Proust. Diagramas, infografías, números, curvas ascendentes y descendentes, cotizaciones. Opacidad parece ser la palabra clave y, sí, Rodríguez se siente todo un opa. A los pocos minutos, sufre mareos, náuseas y ganas de arrojarse por la ventana aunque viva en una planta baja. Terminada la tarea –y todavía con vértigo– se acerca hasta el videoclub y alquila Inside Job y Client 9. Baja las persianas y las ve. Una detrás de otra. Cine de Súper No-Ficción. Toma notas y, cada vez que cree entender algo, a los pocos minutos descubre que no ha comprendido nada. Intuye que ya sabe quiénes son los malos de las películas (esos dickensianos rostros de magnates escualos y escuálidos) pero nunca le queda del todo claro quiénes son los buenos. Su migraña ha aumentado, está a la alza.

TRES Al día siguiente, haciendo zapping, Rodríguez se detiene en uno de esos programas de prensa rosa. La familia real en su reality vacacional. La buena vida frente a pobres súbditos que contemplan embobados. Y la cuestión es –como todos los veranos– si Letizia se lleva bien o mal con las hermanas de Felipe. Los ricos también lloran, la realeza también se pelea. Rodríguez contempla al Rey –quien siempre le cayó bien, único de ellos al que se refiere por su título– y algo le dice que Juan Carlos tampoco sabe quién es el culpable de la crisis. Rodríguez apaga la TV y lee algo muy gracioso en el diario Público. En una sección de noticias falsas, Santiago Alba Rico escribe que la culpabilidad y responsabilidad en el asunto –”descartados los bancos, las empresas, los especuladores y los gobiernos”– se adjudicará, por decisión parlamentaria, mediante sorteo entre los 37.897.433 españoles mayores de siete años. Del sorteo saldrán diez nombres. “Por razones obvias, habrá dos bolas por cada inmigrante”, aclara Alba Rico. Y agrega: “Como la culpa es de todos, no corremos el peligro de castigar a un inocente”. Y concluye: “Los diez culpables serán conducidos en procesión hasta el edificio de la Bolsa de Madrid y arrojados al vacío, uno por uno, desde la azotea”. Rodríguez se ríe. Se ríe mucho. No puede parar de reírse hasta que, finalmente, riéndose, se duerme y sueña que no puede dejar de llorar. En algún momento de la madrugada, se despierta gritando “¡¡¡Digan lo que digan, yo también sigo siendo AAA!!!”

CUATRO A media semana, Rodríguez se acuerda de El eternauta, ese comic que le prestó hace años un amigo argentino y nunca devolvió. Lo busca por todas partes –en el cuarto de sus hijos, descubre allí cosas que jamás querría haber descubierto– pero no lo encuentra. Se acuerda, sí, de que en El eternauta el Mal siempre tenía un eslabón más, más alto, más secreto. Primero los malos eran los Cascarudos, después los Manos que controlaban a los Cascarudos, después los Ellos que controlaban a los Manos y a los Cascarudos... Rodríguez piensa si no será igual con los culpables de la crisis. Siempre hay uno más, otro, en las sombras.

CINCO A la mañana siguiente, todas las bolsas europeas abren con grandes ganancias consecuencia de unas nuevas medidas tomadas por alguien. Alegría, optimismo, yupi. Expertos explican que todo ha terminado, que la tormenta se aleja. Rodríguez –quien, a pesar de todo lo leído y visto, sigue sin saber nada de economía– vaticina que se derrumbarán por la tarde. Y se derrumban nomás. Esa noche, Rodríguez vuelve a ver una película que le gustó mucho. The Weather Man, con Nicolas Cage y Michael Caine. Una comedia tristísima en la que –en una escena– el hombre del tiempo de un noticiero, Cage, se empeña en entender aquello que pronostica todas las mañanas, esa información que le pasa un especialista. El especialista –cansado de sus preguntas– le explica que, en realidad, nadie sabe nada. Después ve Desde el jardín, con Peter Sellers. Rodríguez –contemplando esa escena final con Chance alejándose y caminando sobre las aguas– cree entender algo, pero no sabe muy bien qué.

SEIS Falta menos para la llegada de Benedicto Ratzinger con su cargamento de alegría, bendiciones y reproches. Y ya se sabe qué dirá: truenos y rayos y esa vocecita para retar a la península toda porque cada vez hay menos fieles y advertir que la juventud local está hundida en una crisis de valores. De acuerdo: pero de valores económicos, piensa Rodríguez. Por suerte –Jornada Mundial de la Juventud, del martes 16 al domingo 21 de agosto, el jueves 18 llega Mazinger XVI, como le dice el hijo de Rodríguez– esta vez le toca a Madrid y no a Barcelona, piensa Rodríguez. Pero hay indignados en toda España. Parte de la “visita pastoral” se financia con una suma imprecisa de dinero público y, aunque sí se precise que el acontecimiento dejará ganancias que duplicarán lo invertido, está claro que a Rodríguez no le tocará nada en la repartija. En el noticiero, se entrevista al fabricante de papel higiénico color amarillo vaticano (“Para usar como serpentina”, aclara, por las dudas) y a una adolescente de aspecto bobalicón y voz aguda y melosa (viéndola, Rodríguez experimenta un fuerte arrebato de amor por su hija y sus piercings mientras contempla a esta gansa beatífica) que insta a comprar la mochila del peregrino, la camiseta del peregrino, el sombrerito del peregrino, el abanico del peregrino, la cerveza sin alcohol del peregrino y, sin sospecharlo, se convierte en el mejor reclamo para abrazar la fe musulmana ultra-fundamentalista y unirse a las filas de Al Qaida. Y, claro, explanada gigante que ya la querrían Bono Diox y U2, mega-misa, y doscientos confesionarios en el Parque del Retiro para que nadie se quede con ganas de confesarse y se laven pecados y se planchen conciencias. Dejando de lado el hecho de que hay leyes que prohíben señales y objetos de culto en lugares públicos, lo que no parecen entender aquellos a quienes se les ocurrió tan evangélica idea es que los pecadores pecadorísimos jamás sienten necesidad alguna de confesarse. Esos banqueros, esos jerarcas eclesiásticos, hombres de negocios unos y otros. Ya se sabe, piensa Rodríguez: tanto en Wall Street como en San Pedro, el truco está en pedir perdón, pero siempre como demandando disculpas.

SIETE In God We Trust se lee en los dólares. Porque una cosa es creer y otra es confiar. Rodríguez se consuela pensando en que esa noche juega el Barça contra el Real Madrid –conflicto en el que todo está claro y cuyos duelistas no conocen ni saben qué es eso de la crisis– y en que a la mañana siguiente, justo cuando estará por empezar a buscar el tiempo perdido, regresará su familia. Su familia a la que entiende, su familia que lo entiende. Algo no es algo: es mucho. Aunque, seguro, los economistas no se pondrán de acuerdo en eso.

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