CONTRATAPA

Homo Pésimo

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Ahora, sobre el escenario del Estadi Olimpic, Bruce “El Cuello Que Canta” Springsteen no aúlla “Glory Days”. No encaja ya en el repertorio de su gira ibérica aquel hit saltarín y buenrollista con el que Rodríguez bailó y cantó en tantas visitas del de New Jersey a estas costas. Y Rodríguez se acuerda cuando, no hace mucho, las principales preocupaciones del español medio eran –según las estadísticas– ETA y la inmigración. El si Springsteen vendría o no a presentar su nuevo trabajo no figuraba en la lista. Porque Springsteen siempre venía y viene aquí, donde se lo adora como a un magnate de la clase trabajadora (de ser esto posible), y donde el cantautor suele arrancar, por cábala, los motores de su gira europea.

Eran aquellos tiempos de espejismo disfrazado de oasis, recuerden. Eran los días de gloria del “España va bien” de Aznar e incluso del “España quizá cuenta con el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional” de Zapatero. Todo era hermoso y perfecto, el agujero negro del pasado (la Guerra Civil, Franco y todo eso) servía para generar novelas y películas de calidad variable y la crisis sería cosa de extranjeros porque aquí llegaría, apenas, como “desaceleración”.

Ahora, por primera vez, Springsteen no agota entradas para el tramo ibérico de su tour, ETA actúa el beckettiano folletín de su adiós y el inmigrante es esa persona que se vuelve a su país de origen a pasarla mejor que aquí o ese tío guay con el que los cada vez más numerosos Born in Spain se cruzan en los cada vez más de moda comedores de Cáritas y al que, disimuladamente, piden consejos de supervivencia para no perderse en Jungleland o chocar en Thunder Road o enterrarse en Badlands.

DOS Y Springsteen, como corresponde, sacó mandíbula y, en conferencia de prensa, dijo dos o tres obviedades de rocker comprometido. Alabó al M15 y al Occupy Wall Street y diagnosticó un “En España lo tienen duro. Nosotros, en Estados Unidos, estamos en recesión, pero ustedes en una auténtica depresión”. Y enseguida, para no salirse de guión, aseguró que “Hace mucho calor, quiero sudar como un perro mañana”. Guau. Rock’n’Roll. Yeah. Pero ahora es la hora de sudar en serio, de sentirse pésimo, de cantar “I’m Going Down”. Y Pésimo –parafraseando a ese escritor chileno muerto al que nunca leyó un escritor mexicano muerto– suena a amigo más o menos cercano de Espartaco. A gladiador indignado que –sin muchas ganas y sólo porque todos lo hacen– se ve obligado a decir también eso de “I’m Spartacus” y de ahí, derecho y sin escalas, a las alturas de una cruz junto a una carretera llena de cruces, de tachaduras, de recortes y recortados. “Pandemia de pesimismo”, tituló El País de hace dos sábados una doble página donde se enumeraban porcentajes de negatividad sin fondo, se describe el colapso de la clase media, el terror de los asustados de ser los próximos y hasta la vergüenza de los ricos aislándose “para no gastar”. Dos domingos después, la primera plana del mismo diario temblaba un “Rajoy pedirá hoy ayuda a Merkel para alejar a España del abismo” mientras, en la tele, Rajoy declaraba: “Yo no voy a pedirle nada en concreto”. La conclusión es que la cosa está complicada cuando –más allá de lo que sucede– buena/mal parte de la sociedad está convencida de que todo tiempo futuro será peor y la última “novedad” fue que el infame déficit 2011 sigue subiendo y subiendo. Afortunadamente, no hay noticias aún del incremento del nombre Austeridad entre recién nacidas que pronto compartirán juguetes y jugarretas con tantas Dolores y Socorros y Angustias y Soledades y Misericordias y, si hay suerte, con Remedios y Milagros y Consuelos o, por lo menos, con Olvidos. O, mejor, Amnesia. Pero sí se ha instalado la idea de que “la que está cayendo” va para largos años, para varios tours de Springsteen con gradas y campo cada vez más vacíos. Se precisa en El País que se va menos al médico de familia y se ve seguido al psicólogo y que suben los picos de depresión y ansiedad y –¿buenas nuevas?– que bajan los índices de culpa. Porque, ahora, por fin, la culpa es siempre de los otros.

TRES Y, sí, hay mucho y muchos a los que echarle la culpa. Al euro (por neurótico), a la prima de riesgo (por histérica), a Bruselas (por cobijar a la central de la desunida Unión Europea, que ya envía inspectores para “esclarecer” la turbia escena del crimen español y deficitario), a las agencias de calificación Moody’s y a Standard & Poor’s (por descalificadoras), a la “externa e independiente” Goldman Sachs y colegas varios (porque van a venir a tomar examen), al Premio Nobel de Economía Paul Krugman (por pronunciar la impronunciable palabra corralito), a Alemania en general (por la Merkel, que se aumentó el sueldo y citó a Rajoy, ay, lo simbólico, a que le rinda cuentas sobre la cubierta de un barco) y a Frankfurt en particular (por ser la sede del Banco Central Europeo), a todos los banqueros (porque, como dijo Mark Twain, “un banquero es la persona que te presta un paraguas cuando hay sol y te lo reclama cuando llueve”), al FMI (porque el paraguas que te presta está siempre roto), al ministro de Economía español Luis de Guindos (por afirmar que se vislumbran “rayos de esperanza”), a Grecia (por pedir prestado lo que no puede devolver), a las autonomías (por gastar lo que no tienen), a Bankia (por tener que pensar todo el tiempo en Bankia), a Argentina (por lo de YPF), a Bolivia (por lo de la Red Eléctrica), a Inglaterra (por lo de Gibraltar), a Francia (por, en 1643, matar al Capitán Alatriste en la Batalla de Rocroi; y porque Hollande recomienda ahora el humillante rescate), a la Familia Real (porque el sueño terminó), a la clase política (por no tener clase ni hacer política), al movimiento 15-M (porque sus propuestas son infantiles) y al G-8 (porque ni siquiera tienen propuestas), a la monja Sor María (por robar niños), a la Liga de fútbol (porque se terminó y no queda opio/morfina hasta que empiece la Eurocopa), a Cristiano Ronaldo (por declarar “soy mejor que Messi”), a Messi (por ser mejor que Cristiano Ronaldo), a Mourinho (por quedarse), a Guardiola (por irse), a Rajoy (por quedarse siempre con cara de ido), a Robin Williams (porque cómo no aborrecerlo), a Gordon Gekko (por no ser presidente del Banco de España y salvar al país)... Pero se los detesta a todos sin pasión, a desgana, como por obligación. La ira ha quedado atrás y ha llegado la pésima hora del suspiro resignado.

Y así, de pronto, Rodríguez mira a Springsteen con la boca abierta y las venas hinchadas y lo del hombre ya no le recuerda tanto a un Hulk verde esperanza y le recuerda mucho a ese amarillento cuadro de Edvard Munch. Y, después de tantos años de adorarlo, por fin, lo odia. Un poquito y sin fuerzas. Por ser El Boss. Y porque, lo comprende de pronto, ha pasado más de media vida contando monedas y billetes (revelación atroz: Rodríguez se ha gastado el dinero del comedor escolar de su hijo en la entrada para el concierto) para ir a idolatrar a alguien al que le gusta que le digan El Jefe. Y porque mientras sobre el escenario del Estadi Olimpic El Jefe Springsteen aúlla aquello de “nacido para correr”, el empleado Rodríguez ya está cansado, cansadísimo, de bailar en la oscuridad.

Y Rodríguez –digámoslo, mirémoslo, tengamos piedad de él– siempre fue un pésimo bailarín.

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